Imparable baño de sangre


Creo que es una cifra insignificante constituida por gente insensible la que no se conmueve ante el baño de sangre que asuela al paí­s desde hace años. Es derramada a diario en diversos lugares, con una saña y violencia pavorosas en contra de la vida de niños, jóvenes, hombres, mujeres y ancianos por igual, a toda hora.

Juan de Dios Rojas
jddrojas@yahoo.com

Las estadí­sticas al respecto son escalofriantes, sobrepasan cualquier cálculo al azar, razón poderosa para conturbar los ánimos. La condición marcada es imparable, es una total demostración que esas manos segadoras del don más preciado, la vida, han caí­do en definitiva en la absoluta pérdida de valores humanos.

Representa gigantescas sacudidas y cuadros dantescos a la vez, esa terrible sumatoria de nota roja en los medios publicados, todos los dí­as; sacudidas hasta en sitios recónditos del territorio patrio. Cualquier palmo de terreno se ensombrece por la crueldad en su más alto grado, al convertirse en un rostro sin rostro.

Lo más espeluznante viene a ser la cuantí­a del funesto baño de sangre que epiloga cotidianamente esas horrendas jornadas. La tierra generosa nuestra sirve de entorno, el pavimento, la aldea y cualquier otro accidente geográfico, reitero, a cualquier hora del dí­a y de la noche, con incontables matices sombrí­os.

También los caminos, ensenadas, hondonadas y matorrales, además zanjas son transformadas en fatí­dicos lugares adonde son arrojados o abandonados los cadáveres. Ningún sitio queda exento de recibir tan lamentable como execrable baño de sangre en los últimos tiempos con el perfil de seguidores de Caí­n.

Cabe por lo mismo hacer hincapié que el derramamiento de sangre, suceso dominante en la cotidianidad, además de imparable en grado alarmante, escapa ya al control de las fuerzas de seguridad. Pese a los operativos desplegados, estrategias y restantes medidas en contra, puestas en acción por las autoridades.

Imposible es omitir un causal de primer orden, de consiguiente viene a propósito cómo la descomposición social evidente genera el problema en mención. Aunque existen otros relativos al caso que nos ocupa, de enorme gravedad, ocupa mayor fuerza y detonante la deshumanización manifiesta.

Las nuevas generaciones, debido al señalamiento anterior, crecen entre la cultura del derramamiento de sangre desde edad temprana. En su formación y desarrollo orgánico, de hecho conviven a cada momento con este jinete apocalí­ptico que extiende sus temibles garras con furia salvaje.

Resulta obligado comparar tan horripilante derramamiento de sangre entre hermanos anulante de la identidad nacional, con el conflicto armado que duró 36 años, ocurrido en el paí­s. Sin embargo, se queda corto en ese sentido el aludido y estéril enfrentamiento que asoló el territorio guatemalteco.

Los victimarios que sacian sus instintos bestiales, jamás ni nunca prestan oí­dos al mandato del Señor que reza: «Amaos los unos a los otros». Por el contrario los desfiguran y trastocan el espí­ritu, toda vez que lo interpretan a su manera bajo el señalamiento absurdo de: «Despedazaos los unos a los otros».

¿Hasta cuándo cesará tan descomunal problemática desesperante? Esta y otras interrogantes dan vueltas y revueltas en el pensamiento poblacional, hastiado ya de esa amargura. Reencauzar las sendas erráticas y tortuosas, responsables del luto, llanto sin consuelo, viudez y orfandad, es el desafí­o, del todo difí­cil de alcanzar.