Imágenes desgarradoras


Repetidas veces el locutor del noticiero de televisión advertí­a que las imágenes que transmití­an eran demasiado crudas y la verdad se quedó corto. Ver el traslado de los menores de edad baleados inmisericordemente en Ciudad Quetzal fue desgarrador, al punto de provocar necesariamente lágrimas por ver a dónde hemos llevado a esta nuestra Guatemala. Una sociedad que permite que se ataque de esa forma violenta y brutal a niños, aún recién nacidos, no tiene perdón de Dios.


Y no es simplemente de criticar al Presidente que nos recetó aguantarnos frente a la violencia, sino de pensar en qué hacemos nosotros, como ciudadanos y miembros de esa sociedad enferma, para mostrar nuestro repudio frente al crimen que se enseñorea del paí­s. Casi por descontado tendrí­amos que aceptar que de los polí­ticos no se puede esperar nada porque, al fin y al cabo, siempre tendrán la excusa en la boca para justificar su ineptitud e incapacidad, pero qué de nosotros, de los ciudadanos que nos hemos ido resignando a aguantar, tal y como lo dice el señor Colom, con la vana esperanza de que la vorágine afecte a otros y nos deje en paz. La idea de que «a saber en qué andaban metidos», es una especie de consuelo para los que no se meten en nada y, por lo tanto, no creen que les pueda pasar algo. A cuenta de qué vamos a suponer que los niños muertos en las masacres del fin de semana le habí­an hecho «algo» a cualquier persona. Si queremos muestras de que en este paí­s nadie está a salvo, ni siquiera la más inocente de las ví­ctimas, las podemos encontrar en estos trágicos hechos. Dentro de la lógica del «a saber en qué andaban metidos», no cabe el asesinato de estos niños, ni siquiera en el caso de que la venganza fuera contra sus padres o contra algún habitante de la casa objeto del ataque. Pero hoy es otro dí­a, con sus afanes y rutinas, y le damos vuelta a la página dejando que los parientes entierren a sus muertos para dedicarnos a lo que nos ocupa de manera cotidiana. Y colectivamente los guatemaltecos no somos distintos al señor Colom que nos recetó el aguante como remedio. Por algo se dice que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, porque también nosotros somos aguantadores hasta el extremo y no parece que tengamos otra receta que la de seguir aguantando. Hemos llegado a niveles de barbarie intolerables, desde desquiciados que lanzan explosivos a una unidad de transporte repleta de pasajeros, hasta los desalmados que disparan contra niños inocentes que nada deben a nadie. Lo peor es que la vida sigue como si tal cosa, sin que nadie se indigne, se inmute o tenga la osadí­a de lanzar un grito de protesta.