¡¡Ya no hay hambruna!!


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A juzgar por la actitud de las autoridades y de la misma población, incluyéndonos desde luego a los medios de comunicación, tendrí­amos que suponer que el problema del hambre que cobra vidas en Jalapa terminó y que todo está resuelto porque ya no se volvió a decir absolutamente nada del tema. La realidad es diferente, porque los problemas persisten, pero el sí­ndrome de déficit de atención que caracteriza a la sociedad guatemalteca vuelve a hacer de las suyas y ya le dimos vuelta a la página, como generalmente hacemos con todo lo que se convierte en escándalo en nuestro paí­s.

 


Que conste que estamos hablando de la desnutrición aguda, esa que provoca la muerte de sus ví­ctimas porque la falta de alimentos provoca el fallo de todos los sistemas vitales hasta causar el deceso. Y como se trata de un fallo global, los médicos ven el cielo abierto porque pueden colocar en el certificado de defunción cualquier complicación respiratoria, falla del sistema circulatorio o los ya consabidos problemas gastrointestinales. Técnicamente no están mintiendo porque la falta de comida hizo fallar alguno de esos aparatos y de esa cuenta se puede evitar el penoso y vergonzoso registro de una muerte por hambre.
 
 En Guatemala tenemos un í­ndice de desnutrición crónica que afecta a la mitad de la niñez, pero ese tema no conmueve a nadie porque ya es parte de nuestra realidad, de nuestra forma de ser. Si no vemos una fotografí­a de un niño agonizando y el rostro demacrado de su madre, no nos inmutamos porque para todos es más fácil pensar en que vivimos en la fantasí­a de Guateímala y no en esta dramática realidad en la que estamos produciendo todos los años a millones de futuros ciudadanos con limitaciones que les harán la vida imposible.
 
 Pero el tema es que alrededor del hambre, y de las vidas que cobra, hay una efectiva conspiración de silencio porque las autoridades ocultan los datos (sobre todo en un año electoral en el que se llenan la boca de haber “combatido la pobreza”) y estadí­sticamente no hay nadie en Guatemala que muera de hambre. Un protocolo bien trabajado por las autoridades de Salud Pública, que tienen que justificarse ante quien en verdad manda, instruye a los médicos que trabajan para el Estado sobre cómo “manejar” esos casos, lo cual no significa manejar en el sentido de curar a las ví­ctimas y prevenir las consecuencias de la hambruna, sino simplemente maquillar la realidad mediante la emisión de certificados en los que se explican las muertes con relación a los efectos y sin hacer mención de la verdadera causa. Y nosotros, chapines afectados por el SDA, felices de poder seguir viviendo con la idea de que ya nadie se muere de hambre.