En Estados Unidos de América, la Conferencia de Ordenación de Mujeres declaró estar decepcionada porque el papa Francisco afirmó que la mujer no puede ser sacerdote de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Los argumentos por los cuales esa Iglesia se opone al sacerdocio de la mujer están expuestos en el documento “Declaración sobre la cuestión de la admisión de las mujeres en el sacerdocio ministerial”.
El documento, elaborado por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, y aprobado por el papa Pablo VI, el 15 de octubre del año 1976, expone cuatro argumentos. El primero es la “tradición”. La Iglesia nunca ha admitido que una mujer sea sacerdote u obispo, aunque algunas “sectas heréticas”, durante los primeros años del cristianismo, pretendieron que la mujer ejerciera el ministerio sacerdotal.
El segundo argumento es la “actitud” de Jesús”, quien no invitó a ninguna mujer a ser parte del grupo de apóstoles. Esa actitud no habría sido producto de una tradición en la cual la mujer era tratada como un ser humano inferior al hombre. Precisamente Jesús trató a la mujer de una manera que no era propia de la tradición judía. Por ejemplo, “conversa públicamente con la samaritana, no tiene en cuenta el estado de impureza de la mujer hemorroisa, permite que una pecadora se le acerque en casa de Simón el fariseo, perdona a la mujer adúltera y a la vez manifiesta que no se debe ser más severo con las faltas de la mujer que con las faltas del hombre.”
El tercer argumento es la “práctica” de los apóstoles. Ellos no le confirieron el ministerio sacerdotal a mujeres. La congregación afirma: “Habrían podido pensar, si no hubieran estado persuadidos de su deber de ser fieles al Señor sobre esta cuestión, en conferir la ordenación sacerdotal a mujeres”; lo cual no hubiera sido novedoso porque “en el mundo helénico diversos cultos a divinidades paganas estaban confiados a sacerdotisas”. Y el apóstol Pablo emplea la expresión “mis cooperadores” para denotar a hombres y mujeres; y la expresión “cooperadores de Dios” para denotar únicamente a hombres.
El cuarto argumento es que el sacerdocio cristiano es sacramental; y el sacramento es un signo que debe tener semejanza natural con aquello que representa. Precisamente en el sacramento eucarístico el sacerdote es un signo que representa a Jesús, quien era hombre “y sigue siendo un hombre”. Por consiguiente, para que haya semejanza, el sacerdote tiene que ser hombre. Un argumento complementario es que “la encarnación del Verbo se hizo según el sexo masculino”.
Opino que esos argumentos no son lógicamente válidos. La “tradición” no suministra una premisa de la cual necesariamente se deduzca que ninguna mujer puede ser sacerdote (y en Iglesia Católica anglicana una mujer puede ser sacerdote, y hasta obispo). La “actitud” de Jesús no suministra una premisa de la cual necesariamente se deduzca que los apóstoles tenían que ser hombres. La “práctica” de los apóstoles no suministra una premisa de la cual necesariamente se deduzca que el ministerio sacerdotal tenía que ser conferido solo a hombres. Y la semejanza que, en el sacramento eucarístico, tendría que haber entre el signo y aquello que él representa, no suministra una premisa de la cual necesariamente se deduzca que solo un hombre puede semejarse a Jesús. El mismo apóstol Pablo, en la carta a los gálatas, afirma que en Jesús, el hombre y la mujer son una unidad.
Post scriptum. La Iglesia Católica, Apostólica y Romana argumenta que no tiene la facultad de conferirle la ordenación sacerdotal a mujeres. Presuntamente, solo Jesús tendría esa facultad; pero no encuentro, en los evangelios oficiales, alguna parte en la cual él le confiera a alguna Iglesia, en general, la facultad de ordenar sacerdotes; y en particular, la de ordenar únicamente sacerdotes hombres.