La primera plana del Diario Oficial, del pasado lunes 7 de mayo, lleva el titular siguiente: “Gobierno busca erradicar el sistema de mozos colonos: medio de producción semifeudal persiste en algunas fincas cafetaleras y es generador de conflictos agrarios en el país, especialmente en Alta Verapaz”.
Adicionalmente, en las páginas primeras del diario se presenta un reportaje investigativo sobre esa figura semifeudal, de familias enteras adscritas al amo y señor de vidas y haciendas, como lo ha sido desde tiempos inmemoriales la vía terrateniente-latifundista en el agro guatemalteco.
Se asevera así, en el reportaje que “el mozo colono es una figura que data del feudalismo: no es campesino, ni agricultor, es casi un esclavo, y el actual gobierno pretende erradicar el sistema obsoleto de producción”.
Se anuncia además que la administración del presidente Pérez Molina presentó el 26 de marzo el Plan para Activar y Adecuar la Política Nacional de Desarrollo Rural Integral, y que el Ejecutivo dará a conocer la próxima semana dicha política.
Se habla así de atacar el problema desde el punto de vista de la inversión privada y de la protección y fomento de la denominada “economía campesina”, siendo además que un experto entrevistado, de nombre Nery Villatoro, afirma que la solución es transformar la figura del colonato hacia la figura del campesino, orientada hacia la producción excedentaria.
Miles de páginas, millones de dólares en créditos rurales y cientos de consultorías y esfuerzos de cooperación se han dedicado a esta aventura: la idea de crear campesinos excedentarios, o “farmers” como se les llama en los Estados Unidos, ha sido la ilusión en diferentes realidades históricas.
En la era de la Rusia Soviética se les llamaba “kulaks” a los terratenientes odiados por los soviets, y se les combatió con violencia y expropiación. En la Alemania de mediados del siglo XIX se les llamó “junkers” y allí con más inteligencia se les combatió con la creación de grandes centros urbanos e industrialización.
En los Estados Unidos y otras realidades europeas actuales, a sus “farmers” se les mantiene con megasubsidios estatales, que ayudan tanto a la estabilización de los precios, como a mantener los ingresos de las familias rurales, que cada vez son menos, siendo que los hijos jóvenes migran a probar suerte a los grandes centros urbanos, buscando el “sueño americano”.
En otras realidades latinoamericanas, y en los países mediterráneos se busca la denominada “acumulación horizontal de la riqueza”, que tiene el cometido de asegurar ingresos adecuados a los productores agrícolas, que son a menudo expoliados por los comerciantes de sus productos, siendo fundamental entonces que las denominadas “empresas campesinas”, asuman cooperativamente esferas agroindustriales y comerciales, buscando encadenamientos productivos y mayor valor agregado.
Lo paradójico de todo esto es que ello no se logra en el medio rural, sino lo que es fundamental para la vida rural, es su transición a la urbanización y la industrialización de los productos. Es por ello que pienso que fueron sabias las leyes ya instituidas de los denominados “Consejos de Desarrollo Urbano y Rural”.
Y es que lo urbano y lo rural, y lo agrícola e industrial, son dos caras de la misma moneda. Son parte de una dialéctica que conduce a la marcha histórica de la economía. En tal sentido, lo primero que hay que hacer es tener clara la película.