¡En un beso perdí la juventud!


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Tres años se han pasado, tres días internacionales de la mujer, tres paréntesis vacíos de la presencia de mi papá y el dolor apremia con el recuerdo, el recuerdo aprieta con la necesidad y la necesidad se hace presente con su ausencia. Cuántas anécdotas se mantienen vigentes, cuántas memorias se hacen cercanas y cuántas preguntas quedaron sin hacerse.

Juan José Narciso Chúa


Mi papá, Juan Vicente Narciso Najarro, nació en San Cristóbal Verapaz en el año 1931, se hace maestro en el Instituto Mixto del Norte de Cobán para luego trasladarse a la ciudad buscando nuevos horizontes.  Según me contaba dentro de las actividades que realiza para sobrevivir, se emplea como ayudante de sastre y cuando me lo contaba reía, como recordando lejanamente aquellos años de telas, pantalones, zurcidos, planchas de carbón y otros menesteres propios del noble oficio de la sastrería.

Ingresa a la Facultad de Derecho de la Usac y ahí rápidamente se involucra en una de sus grandes pasiones: el futbol, lo cual le permite jugar con el equipo de la facultad, así como posteriormente se hace jugador de la Usac, por su estatura de 1.81 le asegura un puesto como defensa central.  Este deporte lo vincula a equipos como el Pocomchí –donde jugaban paisanos de su querido San Cristóbal–  y luego el famoso Intocables, en donde con mis hermanos Luis y Silvia, lo íbamos a ver jugar allá en los campos de los Lecheros en la zona 6.

Trabajó en los Tribunales de Justicia, en unas oficinas enfrente del Parque San Sebastián, a donde eventualmente llegábamos para que nos llevara a comer o a comprar juguetes, junto con mi madre.  Recuerdo de esos años a sus compadres el Mico Ponce –uno de sus inseparables compañeros de parranda– y uno que le decían Chío, con quien recuerdo que íbamos al bingo que se realizaba a un costado de la Catedral.

No olvido la casa del abuelo, allá por la línea del tren cerca del Asilo Santa María, a donde mi mamá nos llevaba a pie y mi papá siempre platicaba con el abuelo y compartían otro de sus grandes gustos: la marimba.  El abuelo fue un prolífero compositor con piezas de marimba inolvidables como Río Polochic, Clavel Tinto y Josesito, entre otras, de ahí el gusto profundo de mi papá sobre este género, que además de trasladarlo a nosotros, también lo consiguió inyectar en sus nietos.  Me recuerdo que le contrariaba un tanto cuando le discutía que para mí la mejor pieza del abuelo era Clavel Tinto, pues para él, Río Polochic era su máxima obra; mucho más se enojaba si le decía algunas piezas que me gustaban y que no eran del abuelo, como “Llegarás a quererme” de Salomón Argueta.

Su trabajo directo en construcción de la obra, dentro del Programa de Esfuerzo Propio y Ayuda Mutua, del extinguido INVI, nos permitió obtener nuestra primera casa propia, que disfrutamos plenamente con mis hermanos y mi mamá y contamos con gratos recuerdos de aquella época y de grandes amistades que cultivamos y todavía hoy están presentes.

La presencia de mi padre en cualquier evento familiar, desde los formales hasta los casuales era permanente. Se encontraba siempre pendiente de la salud de todos. En una oportunidad que el segundo hijo de mi hermano enfermó repentinamente y se sospechaba de una enfermedad compleja, cuando los resultados le fueron entregados y resultaron negativos, mi hermano y mi papá se abrazaron llorando de alegría.  Ni hablar cuando nació Carmen María, la sobrina canguro, mi viejo estuvo ahí pendiente y presente como siempre.  No se me olvida cuando se puso a bailar feliz en mi casa para una Navidad. Sus llamadas madrugadoras para desearnos feliz cumpleaños, se siguen extrañando.  Sus dotes de declamador y poeta también eran cautivantes, cuando llegaba a San Cristóbal se reunía con sus viejos amigos y familiares y con los tragos todos le pedían a coro: “Chente, declamá de temporada”, un poema de  autor mexicano que justamente hacía referencia al retorno al terruño querido y él los deleitaba exponiéndolo con pasión, con sentimiento.

Tres años se cumplen el día de mañana, tres años que dejan sueltas preguntas sobre piezas y autores de marimba, sobre familiares que no conocimos; tres años ya sin su presencia y su vitalidad perenne; tres años con un adiós colgado en el corazón y una sentida despedida que se prolongó en el tiempo y se quedó para siempre; tres años que extrañamos sus famosas frases, aquellas que no se pueden expresar acá pero que resultan memorables y otras inolvidables pronunciadas en una forma muy particular por él y que a muchos de nosotros familiares y amigos es como si lo estuviéramos oyendo decir con pasión: “…en un beso perdí la juventud”.