Escuché a un sacerdote decir recientemente: “En Guatemala todos creen en Dios. El no creer en Dios no es el problema. Cree en Dios el autor intelectual de un asesinato, cree en Dios el sicario y cree en Dios la víctima”. También creían en Dios los que mataron a Jesús. Paradójico.
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Si la mayoría de la población en Guatemala es cristiana (85% según Wikipedia) ¿Por qué sufrimos tanta violencia? ¿Qué sucede en esta sociedad que no nos permite salir adelante? ¿Por qué tanta división y polarización? Estas preguntas resonaron en mi cabeza durante la Semana Santa. Decía Abraham Lincoln: “Mi preocupación no es si Dios está de nuestro lado, mi verdadera preocupación es si nosotros estamos del lado de Dios”. Esta reflexión demuestra un profundo grado de humildad y sabiduría. La preocupación de Lincoln me explicó, de cierta forma, lo que afirmó el sacerdote. Todos en este país creen en Dios, pero adicionalmente creen que Dios está de su lado. Como ejemplo podemos ver a todas las partes involucradas en el “Juicio del Siglo”; todos creen que Dios está de su lado.
¿Cómo saber sí estamos del lado de Dios? Para poder responder esta pregunta, hay que entender qué nos motiva a hacer lo que hacemos. ¿Qué nos mueve? Y en esta Guatemala, tan dividida, podemos observar la proliferación de grupos de interés por todas partes. Cada grupo de interés promueve su agenda, que buscan salvaguardar, valga la redundancia, su interés. Lo cual por sí solo no es malo, sin embargo se vuelve pernicioso cuando en la agenda de estos grupos solo vemos los intereses de ellos y no agregan a ella la búsqueda del bien común. Esta búsqueda debe incluir la fórmula por la cual mis intereses también encajen en los intereses de los demás. Si estos no encajan en el bien común, entonces debemos buscar la forma que al menos no dañen a nadie.
El problema de Guatemala es que a muy pocos les interesa el bien común. Solo nos interesa lo que nos puede afectar a nosotros directamente aquí y ahora. Que vivamos la vida de esta forma es contraproducente, ya que al final, nos estalla en la cara. Lo que le afecta al bien común, tarde o temprano nos va afectar a todos. Si no me preocupo porque la justicia ampare a todos por igual, tarde o temprano cuando la necesitemos, no nos va amparar a nosotros.
No velar por el bienestar general de los demás implica que algún día habrá malestar general, esto genera inestabilidad social y económica. Los negocios no prosperan en ese tipo de ambiente. Por no poner atención en el bienestar general ahora, al intentar solucionar los problemas cuando ya se creó malestar es mucho más complicado y caro. Por supuesto esto genera más grupos de interés.
Dios no nos pide que cuidemos a los más débiles y seamos justos solo porque es Dios y es piadoso. Él sabe que la mejor forma de cuidar de nosotros mismos es también considerar a toda la sociedad. La mejor inversión a largo plazo que podemos hacer es en el bien común. Vigilar el bien común, nos acerca al lado de Dios.
Esto de ninguna forma implica que tenemos que hacer caso omiso a los derechos individuales. Esto lo que significa es que para que una democracia funcione adecuadamente, todos debemos considerar el bien común, porque aglutina y no divide a la sociedad.
El no poner en nuestras agendas al bien común es la razón por la cual nuestra democracia no funciona; ya que al no tener nada en común, los conceptos como democracia, unidad nacional e identidad carecen de todo sentido. Esto crea un círculo vicioso que lleva a nuestra sociedad al abismo de la autodestrucción. Guatemala no podrá romper el círculo vicioso de la violencia, corrupción y pobreza en las que vivimos, si no empezamos a incluir en nuestras agendas el bien común.