Quiero dejar constancia de mi disgusto por tratar en esta columna problemas personales, pero ahora lo hago por estimar inapropiado callar una de tantas desagradables experiencias que a diario la población padece, abusos tan repetitivos que no tardan en volverse una fatalidad cualquier día de estos. Me refiero al mal comportamiento de los policías de tránsito en perjuicio de miles de guatemaltecos, víctimas constantes de su torpeza, ignorancia y errónea autoridad, cuando se supone existen para organizar, ordenar y vigilar que el tránsito de vehículos sea seguro y expedito, utilizando procedimientos y técnicas adecuadas para el mejor cumplimiento de sus obligaciones.
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El jueves 13 de octubre, alrededor de las 15:45 horas circulaba de poniente a oriente, por el Boulevard Liberación, sector de Pamplona, Zona 12, cuando la circulación de vehículos se volvió caótica por la intempestiva interrupción provocada por trabajadores del IGSS, impidiendo la libre locomoción como tantas protestas callejeras que nos tienen a todos los chapines de cabeza. Al llegar a la altura de la intersección de la 8ª avenida, un correcto motorista de la PMT advertía haciendo señales con sus brazos para desviarnos de la ruta evitando con ello estar atrapados por mucho tiempo más. Unos tomaron por la vía de norte a sur del sector y otros, en contra de la misma, claro sin correr ningún riesgo, pues el tránsito de vehículos estaba detenido. Viré mi vehículo y me fui tras ellos, con tan mala suerte que fui a toparme con el motorista Luis López, número 1395, también de la PMT quien, sin atender el cúmulo de explicaciones intentaba ponerme una remisión, a pesar de que al alcance de su vista seguía su compañero de labores dando las instrucciones relatadas.
Ni para atrás ni para adelante. Usted estimado lector bien sabe cuando un chapín dice “este macho es mi mula†no atiende ninguna explicación. Pues ante tal circunstancia opté por retirarme, no sin antes indicarle al agente que si quería imponer su “remisión†se la pusiera a mi vehículo. Eso le hizo reaccionar violentamente, tirándole una patada a la portezuela izquierda del vehículo, provocando los daños consiguientes. Si no hubiera aparecido oportunamente su jefe inmediato, señor Rudy López, quien pudo comprobar el abuso cometido y que el terco agente seguía empecinado en continuar con el abuso, a saber qué clase de bochinche se hubiera armado, pues buen número de transeúntes que presenciaron tan deleznable hecho, a coro le gritaban sinnúmero de adjetivos peyorativos.
Con este lamentable hecho podrán haber visto que seguimos siendo incapaces de hacer entender a los policías municipales que su deber es servir a la comunidad y no ser agentes de la arrogancia, del abuso y de la anarquía imperante, como instrumentos de la irresponsabilidad y prepotencia de las autoridades constituidas. De ahí que pregunte: ¿cuándo podrá ser real la propaganda municipal que se difunde por la televisión abierta?