Esta semana recibí un mensaje de una amiga muy querida que me hizo llorar. Lo que me cuenta hizo que mi piel se erizara y que ese deseo imperioso de volver a Guatemala se desvaneciera. En el texto me cuenta esto: “Estábamos jugando con A en la terraza, hemos asumido la costumbre de que en los días de sol salimos tempranito a la terraza, sacamos a las tortugas y las gatas y nos vamos a disfrutar un ratito el sol. Como si tuviéramos patio, pero en la terraza.
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De pronto A recoge algo del piso y me dice: «Â¿Mami, qué es esto?, miro y descubro que lo que tiene en la mano es una bala ya disparada (es decir la parte de adelante, puntiaguda, color bronce) y por supuesto que después de un segundo de superar el escozor que me generó la escena, se lo quito de la mano y le explico lo que esâ€.
¿Cómo lo hizo?, ¿cómo decirle a un niño, a una niña, lo que ocasiona algo tan pequeño? Y peor aún, ¿cómo explicarle quién lo hizo, por qué?
En otra parte del mensaje ella reflexiona: “Poco a poco fuimos renunciando al uso del espacio público, la mayoría de nosotras/os creció cuando todavía se podía disfrutar de jugar en la vereda con las y los vecinos, pero paulatinamente fuimos dejando las veredas por el patio de la casa, los parques por los centros comerciales, más adelante el patio por la sala de la casa y ya hoy nos ganó el encierroâ€.
«Pero además del encierro es la permanente e insoslayable presencia de la violencia, de las y los demás mirados como enemigos, y entonces me pregunto ¿cómo ir enseñando la confianza en la humanidad si a la par están todo el día rodeadas directa o indirectamente por discursos violentos, acciones violentas y llamados de atención sobre su propia seguridad».
Y yo me pregunto ¿qué voy hacer?, quién me dice que al volver al lugar que tanto quiero y extraño, no estoy condenando la vida de mi hija. Tengo mucho miedo y quisiera respuestas. El reto del nuevo mandatario es enorme y fe su principal promesa, palabra esta última que jamás me ha gustado, porque deviene en mentira.
Hace poco escribí dos columnas dirigidas a Pérez Molina que envié a su encargada de relaciones públicas de quien he recibido, como muchos, información sobre el Presidente electo, pero no he recibido siquiera un breve mensaje que informe la recepción del mismo.
Señor Pérez Molina, ojalá y su trabajo haga que estas historias no sean más contadas, ojalá y dentro de cuatro años, las y los niños puedan dormir tranquilos, jugar tranquilos, vivir en paz, ojalá y no nos lamentemos como siempre ocurre al finalizar cada gobierno. Ojalá y me responda, no digo con palabras sino con hechos ¿en dónde jugarán los niños y niñas?