¿De quién es la culpa?


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Se han colocado carteles en la ciudad con palabras soeces para descalificar a los polí­ticos y varios ciudadanos se identifican con el tono de la campaña porque sienten que, de verdad, nuestros polí­ticos son una porquerí­a. Poco importan las credenciales del patrocinador de las vallas ni si él a su vez fue o no polí­tico, puesto que lo que le agrada a mucha gente es la satisfacción de poderles decir en su cara a esas figuras públicas que se les considera literalmente “una mierda”.

 


Pero tenemos que ser serios porque los polí­ticos son lo que los electores dejamos que sean. Si fuéramos exigentes, si ejerciéramos nuestros deberes cí­vicos con determinación y valentí­a, ninguna bazofia se atreverí­a a buscar cargos públicos porque sabrí­a que se ha de topar con el rechazo de ciudadanos conscientes que no se dejan engañar con regalitos, mucho menos con mentiras propagandí­sticas que son la nota general de nuestra actividad polí­tica.
 
 Sin ir muy lejos, tenemos que ser una partida de babosos para haber elegido, hace ocho años, a alguien sin preparación sólo porque dijeron que con él se acabarí­a la corrupción del tiempo de Portillo. La corrupción no se acabó sino que se realizó de manera más sofisticada y el saqueo persistió. Tenemos que ser un atajo de inútiles para habernos tragado hace cuatro años que una persona sin carácter ni talento nos dijera que con inteligencia iba a acabar con la violencia, sólo para ver que la inseguridad alcanzó niveles nunca antes vistos.
 
 Ciertamente los polí­ticos nos engañan, nos mienten, se enriquecen con el dinero público y sólo trabajan para sus financistas. Pero todo eso lo hacen con nuestra venia, con nuestro consentimiento tácito, porque sabiendo que eso es lo que se proponen, todaví­a caemos en darles nuestro voto.
 
 Entonces, siendo sinceros y justos, si nos agrada esa chocarrera campaña serí­a bueno que hiciéramos una introspección para ver si nosotros no caemos en idéntica categorí­a al entender que los otros, a los que vemos como porquerí­a, llegan hasta donde nosotros, los ciudadanos, los dejamos llegar. Y tiene que venir un polí­tico desubicado, que no encuentra ahora acomodo en ninguna formación, a dirigir una campaña para enrostrarles a sus colegas la dura expresión.
 
 Si cada pueblo tiene el gobierno que se merece es obligado que cada pueblo tenga los polí­ticos que se merece. Y si es cierto lo que dicen las vallas en lenguaje procaz, es obligado preguntarnos cómo es que hemos llegado al punto en el que se puede hacer tal generalización que es la garantí­a de que, pase lo que pase, el paí­s tendrá más de lo mismo.