Por el comentario que hace poco hice sobre el tradicional mal manejo gubernamental de los fondos públicos, un estimado lector comentó que no solo esa era la causa por la que nuestras finanzas anduvieran de cabeza, sino porque los tecnócratas siguen haciendo sus cálculos y proyecciones sobre el papel, sin enterarse si la población tiene real capacidad de pago y no como en la actualidad sucede, que lleva rato de andar estirando los pocos ingresos que percibe dejando un montón de hoyos sin cubrir. Tiene razón el lector, esa y ninguna otra cosa más es la causa del por qué solo uno de cada diez contribuyentes hayan pagado al 31 de marzo su impuesto de circulación de vehículos, de donde es aplicable el refrán: ¿de dónde telas si no hay arañas?
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Cualquier carga impositiva que el Estado necesite establecer debiera calcularse sobre bases racionalmente factibles y no por la simple ocurrencia o caprichosa decisión de alguien que, aprovechando la tradicional actitud poblacional de agachar la cabeza para todo se haya prácticamente doblado el valor a pagar por la circulación de su vehículo, sin ponerse a pensar las penas que pasa por la constante alza de todos los precios de productos y servicios de carácter indispensable en la vida cotidiana. Se supone, que para corregir barbaridades como estas existe el Congreso y así pudieran nuestros capaces representantes (es tan solo un decir) conocedores de las vicisitudes de los guatemaltecos, librar una intensa lucha para defender los intereses de las mayorías y no seguir perjudicando más a quienes la escasez de recursos los agobia. ¿Se le podrán pedir peras al olmo?
Un desproporcionado como mal calculado impuesto no solo afecta a los de escasos recursos, también a quienes perciben mayores ingresos, por lo que no habiéndose caído del tapanco les ha permitido calcular que por el momento no es prudente ni conveniente adquirir o cambiar su vehículo, aspecto que ha venido a quedar otra vez demostrado, cuando sus transacciones se han reducido a la mínima expresión. ¿Quiénes son entonces los que no tienen ninguna escapatoria, viéndose obligados a pagar un impuesto totalmente desproporcionado a lo que venía pagando a través de tanto tiempo? Por ello y hablando de cálculos, si yo estuviera en los zapatos de los recaudadores me pondría a pensar ¿si a estas alturas apenas el diez por ciento ha pagado el tributo de las calcomanías, no es señal de estarse forjando el criterio en la mayoría de la población para agarrar un aire con ventarrón y ponerse a hacer resistencia pasiva para forzar al inconsciente gobierno de sus necesidades a dar marcha atrás a tan malhadado impuesto? Acertadamente escribió Rousseau: “De todos los estudios el mejor es estudiar las condiciones donde nos hallamos”. ¿Eso mismo no fue lo que impulsó recientemente al presidente Pérez Molina a impedir el aumento a la energía eléctrica?