Internacionalmente la prensa mundial ha destacado la sentencia dictada en primera instancia por el delito de genocidio contra el general Efraín Ríos Montt en su calidad de Jefe de Estado y Comandante General del Ejército y contra lo que sostienen muchos observadores en Guatemala, prácticamente todos los comentarios han sido de encomio y reconocimiento al Sistema de Justicia y no de vilipendio a la sociedad. Algunos dicen, levantando el petate del muerto, que esa sentencia condena a todo el país y a la sociedad cuyos miembros sienten el estigma de ser llamados genocidas.
El genocidio, en el caso de que llegara a ser cosa juzgada, no es el acto de una sociedad sino de algunos de sus individuos que cometieron delitos que puedan enmarcarse en ese crimen. Es un hecho en el que ocurrieron masacres, pero eso no nos convierte a todos los guatemaltecos en masacradores, sino que así puede llamarse a los soldados o guerrilleros que mataron masivamente a poblaciones inocentes.
En otras palabras, los crímenes de guerra cometidos por los combatientes de la guerrilla y del Ejército no son imputables a la sociedad guatemalteca ni al país. Ningún pueblo ha sido considerado como criminal de guerra porque siempre se individualizan las responsabilidades y así ocurrió con el proceso de Núremberg tras la Segunda Guerra Mundial, cuando los criminales nazis fueron juzgados y hoy el pueblo alemán no carga con el estigma del holocausto causado por Hitler y quienes participaron directa e indirectamente en la eliminación de los judíos.
Nadie puede negar que nuestro conflicto armado interno fue muy duro, sangriento y cruel. Hay expertos que sostienen que la llamada guerra sucia que algunos sitúan en Argentina bajo el mando de los dictadores militares de ese tiempo tuvo realmente lugar en nuestro territorio porque aquí se experimentaron procedimientos crueles e inhumanos, algunos de ellos promovidos por asesores extranjeros.
No sólo los combatientes fueron responsables, sino también aquellos que les proveían de listados de la gente que había que eliminar, fueran estos dirigentes sindicales o campesinos o empresarios exitosos eliminados por la guerrilla. Pero será imposible esclarecer esas responsabilidades de quienes actuaron en la sombra, alentando la eliminación de gente inocente. Algunos sienten hoy la afrenta de que la condena por genocidio les pueda alcanzar también a ellos, aunque sea moralmente y se quejan.
Precisamente porque no somos un país de masacradores, un país de criminales de guerra, un país de genocidas, es importante que todos los abusos cometidos durante la guerra sean imputados a sus responsables y no a la sociedad en su conjunto. Afuera de Guatemala nos ven con respeto por usar la ley para buscar la justicia.
Minutero:
Existe una realidad
que debemos encarar;
la violencia fue una verdad
que jamás podremos negar