La noticia que gira alrededor del Congreso de la República tiene que ver con los avatares del señor Muadi para alcanzar algún tipo de acuerdo que permita aprobar un préstamo y el Presupuesto General de la Nación; van y vienen los diputados de la oficina del Presidente del Congreso, ubicada en la zona 14, sin que al momento hayan llegado al esperado acuerdo.
Siendo que los diputados son representantes del pueblo, al menos en teoría, es importante preguntarnos cuánto cuenta y pesa la opinión de la ciudadanía, la suya por supuesto, estimado lector, a la hora de que se sienten a negociar en las poltronas de la oficina privada del Presidente del Congreso. ¿Será que entre las consideraciones de los “representantes” está la conveniencia o no de nuevos préstamos, la transparencia en su manejo, el incremento del gasto público sin tomar en cuenta la calidad del gasto?
Tradicionalmente en esas decisiones no pesa mucho (o nada) lo que pensemos los ciudadanos, sino cuánto se pone sobre la mesa para asegurar los votos. Ya Jorge Serrano, harto del chantaje que él mismo había promovido para asegurar votos en un Congreso en el que no tenía bancada importante, pensó que había que disolver al Organismo Legislativo porque al fin y al cabo únicamente servían para extorsionar al gobierno.
Se habló de depuración tras el llamado Serranazo y se procedió a elegir nuevos diputados con la idea de “limpiar” el Congreso, pero la verdad es que el remedio a lo mejor salió peor que la enfermedad porque depuración no hubo y, por el contrario, se sofisticaron las mañas. En vez del sobre con los billetes, se crearon mecanismos como el Pacur o el Listado Geográfico de Obras, eufemismos que no son sino la cubierta de los mismos trinquetes ya revaluados para compensar la inflación, la devaluación de la moneda, la pérdida de poder adquisitivo del quetzal y lo que se les ocurra sumar a los señores diputados.
En las oficinas privadas de Muadi su voz, su opinión y sus intereses no cuentan. Allí pesa el interés y el precio de cada diputado porque, al final del día, si hay acuerdos es porque se llegó al precio correcto. La teoría del mercado, con sus leyes de oferta y demanda, sirve de mucho a nuestros flamantes diputados que saben cómo se supera el regateo de un oficialismo que trata de lograr acuerdos buenos, bonitos y baratos, pero que se topa con la tozuda actitud de nuestros políticos que saben cómo es que se negocia y qué es lo que se requiere para dar el sí.
Minutero:
Lo que piense el ciudadano
no tiene la menor importancia
porque lo que cuenta, de plano,
es si les queda ganancia