5:45 horas del sábado 9 de julio de 2011. Estoy rasurándome. Escucho en la radio la noticia del asesinato de Facundo Cabral. Me quedo atónito. Me cuesta creer lo que escucho. El Patrullaje Informativo, por medio de un bombero, da esa terrible noticia que sacude mi alma, todo mi ser. Tras la espuma blanca, mis canas, mis arrugas tempraneras, me veo en el espejo y no me gusta al guatemalteco que refleja. No me gusta –para nada– esta sociedad chapina a la que pertenezco. Entre más lo pienso, creo que es… y se me salen las lágrimas por Facundo. Por el ser humano que era, humano. ¡Estoy harto de tanta violencia! ¡Que mierda!
Sensación de indignación, rabia, cólera. Ira. Emputamiento. Y entro en pánico: pienso en mis seres queridos. En mi esposa, en mis hijos. Pienso en los nietos que algún día cercano tendré. ¿Esa es la Guatemala que le dejaremos a la próxima generación? Estamos jodidos, bien jodidos. Rememoro hace unos 30 años, en un Hotel llamado Guatemala Fiesta, una entrevista con Facundo Cabral. Yo era estudiante de Comunicación; él venía por vez primera a cantar a Guatemala. No sé cómo logré una cita con el maestro, quien era ya toda una personalidad… y terminamos sentados en una mesita del lobby. Me dejó impactado su sencillez, sus palabras calmas, sabias, fuera de todo materialismo; pero con una sentida poesía y un tono de profunda certeza. ¡Me conmocionó! Yo era apenas un ishto, un aprendiz de periodista. í‰l, todo un consagrado. Alto como un roble. Parecía que sus ojos traspasaban tu alma. Te miraba más fijo que un tecolote en vela y sentí que reía por dentro, se reía del mundo. De mí, de él mismo, de todos. Tenía un extraordinario sentido del humor, pero… en esas épocas –para mí– era un humor extraño. Lo consideré poseído de una luz que nunca había visto. Una luz que iluminaba sus palabras cargadas de poesía que salían como de un profeta. Con una grabadora pequeñita, me senté frente a aquel “hombrazo†(física e intelectualmente). Tenía muchas ganas de hablarle y no pude más que hacerle unas pocas preguntas, sin mayor trascendencia… pero él fue inconmensurablemente amable. Lamentable que aquella grabación no estaba muy nítida que digamos, pero la logramos transmitir en un programa que tenía un amigo y colega: el gran comunicador Waldemar Reyes (q.e.p.d.) en la antigua Radio Fabulosa, en horarios nocturnos. Creo que se llamaba “Fabulosas 20â€. Allí Waldemar, padre de la actual presentadora de Patrullaje, Florecita Reyes, me daba oportunidad de presentar mis primeras entrevistas a diversos artistas. La de Facundo, no fue de las mejores que hice, pero me dio una oportunidad de acercarme al ser excepcional que llevaba dentro, al compartirme un poco de su alma y su sabiduría… desde aquel entonces. Qué mal me sentí escuchar a Florecita, el sábado pasado, dando continuidad primaria a la noticia del asesinato de Facundo. Sentí asco. Sentí, sentí… algo que ya había querido olvidar, pero que lo sufrí en la década de los 80´s: un horror por mi patria, luego de que aquellos tortuosos momentos parecían no terminar nunca. Recordé a todos los guatemaltecos/facundos que han muerto asesinados con dos o tres balas. Certeras balas: una en el pulmón, donde extraía ese hálito para cantar las maravillas que siempre nos hizo escuchar. Otra bala más en el cerebro, que estaba conectado con su corazón, en un link perfecto. Dos balas, nada más, que lograron segar la vida de un inmortal. Sus asesinos, sin embargo, solo le hicieron el favor de dejarlo vivo en este país. Porque Facundo no ha muerto, está más vivo que nunca, en cada canción suya que suena en cualquier parte de Guatemala; en este país que necesita tanto de su voz, de esperanza; tanto de su empuje para seguir aguantando. El espíritu de Facundo se quedará en este país, donde las balas lo quisieron matar y solo lo inmortalizaron. ¿Hasta cuando, hasta cuando Guatemala? ¿Cuántos guatemaltecos/facundos tendrán que morir para que reaccionés?