Los recuerdos de su infancia le destrozan su existencia. Al menos más de una vez la escuché decir eso. Cuando el alcohol borra su cordura llora y se dice culpable por vivir. En el día a día estos sentimientos desaparecen, bueno, se esconden. Ella está detrás de un escritorio de madera y una torre de papeles y el trajín –mientras más, es mejor- ocupa sus sentidos.
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Pero al subir a su auto y dilatarse en el tráfico, los pensamientos arremeten. Imágenes borrosas flashean en su cerebro: quejidos, gritos por ratos, otras veces son hilos de sangre los que rayan su mente igual como las pantallas de celulares digitales.
Mamá, repite para sí misma y no hay una imagen clara que le sonría o la acaricie como me pasa a mí y a muchos más. Prende la radio, tararea canciones y planifica mentalmente la agenda del siguiente día. A ratos lo consigue, todo se va y los chistoretes de don Próspero le sacan una sonrisa.
Pero da igual, cuando la oscuridad se impone y las sábanas la abrazan su cabeza zapea de un instante a otro tratando de ordenar una historia inconclusa, en parte porque el tiempo hace que los recuerdos se pierdan, en parte porque trató por mucho tiempo de olvidar lo que provocaba tanto llanto, en mucho porque muchos protagonistas y coautores de este cuento desaparecieron así no más cuando un machete degolló sus cabezas, o cuando el trueno de los fusiles los dejó tirados, sangrando, sin vida.
El cansancio la derrota, pero en los sueños esto se representa una vez más, más claro algunas veces, otras como un llamado de auxilio de su Tata -aquel viejito cuyo rostro tampoco recuerda bien-, gritándole: corré, ándate.
Y corrió, se fue y después de eso, el miedo, la soledad y el llanto la acompañaron. Otro nombre la hizo poder ser ciudadana de un país maravilloso, “tierra de sol, de guapas mujeres y de la marimba” en donde la ropa que usaba cuando era pequeña es un souvenir muy caro y en donde niñitas así como ella, morenas, de pelo lacio y oscuro ilustran las notas de pobreza que redactan en los diarios o las postales que se venden en el aeropuerto a los turistas.
Los recuerdos de su infancia le destrozan su existencia, porque su corazón reclama justicia, su ser demanda a sus padres tirados en la tierra sin latidos, a sus hermanos desaparecidos, a su hermanita desecha junto a su casa, a su Tata, a sus sueños.
La justicia –no-, la injusticia en Guatemala le destroza la existencia y a muchos más.