I de Impunidad


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“Me llamo Jorge Batres, fui sindicado de haber sido expendedor y procesador de drogas en la cárcel de Pavón; entre la noche del 25 de septiembre y la madrugada del 26 del mismo mes, hace cinco años, un contingente de hombres armados y tanquetas irrumpieron en el centro penitenciario donde estaba recluido. Mataron a siete reclusos incluido mi persona. Después se sabrí­a que la operación estaba al mando de hombres representantes del Estado guatemalteco.

Julio Donis

 


Al amanecer yací­a mi cuerpo con varios tiros y una escena del crimen arreglada para que pareciera que yo habí­a puesto resistencia. No tuve juicio, ni abogado que me defendiera, no se sabe el motivo de aquella matanza y mi sentencia la dictaron aquellos hombres en esa madrugada de la que jamás verí­a el sol, mi familia sigue buscando respuestas, ¿hasta cuándo”?

“Me llamo Mindy Rodas, soy originaria de Casillas, del departamento de Santa Rosa, tení­a 23 años cuando fui asesinada. Dos años antes mi esposo me desolló el rostro porque estaba celoso; creyéndome muerta me abandonó a las orillas de un rí­o donde fui encontrada por un lugareño. Al despertar de aquel ataque sentí­a que las palabras se me escapaban de la boca, era porque ya no la tení­a. Luego de un año de tortuosa recuperación el abogado defensor del perpetrador falsificó mi firma, dando un supuesto desistimiento para dejar inactiva la demanda, lo cual a su vez permitió la libertad al responsable, el juez penal consintió el hecho dando a lugar dicho procedimiento del todo anómalo. No tuve un juicio justo, no tuve un juez impecable, ni sentencia para el asesino que se llevó mi vida junto con la de otra mujer en las cercaní­as del Cerrito del Carmen. Mi madre continúa esperando respuestas, ¿hasta cuándo?”.

“Me llamo Juan Alberto Hernández, soy piloto de buses rojos, tení­a 34 años cuando fui asesinado por tres balas que disparó un joven que no llegaba a los 20. El bus que conducí­a tení­a la ruta de Linda Vista, Ciudad Quetzal hacia el sur de la ciudad. Al parecer la causa fue la negativa de pagar la extorsión a los pandilleros que semana a semana la requerí­an. No tuve un juicio ni mucho menos justicia, mi esposa sigue buscando respuestas, ¿hasta cuándo?”

“Me llamo Margarita Chub Che, mi asesinato ocurrió el 4 de junio frente a mis hijos, recibí­ balas en la cabeza y el pecho. Pertenecí­a al Consejo de Comunidades del Polochic y mi lucha era la misma que la de mis antepasados, por la tierra, por la subsistencia. La justicia que busca mi familia se halla bajo el mismo régimen de la ley que ampara a mis perpetradores, en nombre de la llamada propiedad privada que se impone sobre cualquier derecho público. No tendré justicia ni sentencia a favor de la batalla de mi comunidad, mis hijos buscarán respuestas durante muchos años, ¿hasta cuándo?”.

“Me llamo Pedro Caal, nací­ en un aldea de Cotzal, uno de los vértices de un triángulo histórico junto a Nebaj y Chajul. Soy ixil y mi aldea fue arrasada por el Ejército a principios de los 80. Fui asesinado junto con el caso de todos los de mi comunidad, tiro en la nuca y seguramente luego quemaron mi cuerpo en una fosa común. Con el tiempo aparecí­ en rastros forenses y la verdad empezó a emerger; el caso de mi comunidad lo llamarí­an genocidio, pero sigo sin justicia, no tuve juicio ni abogado que defendiera mi causa junto con la de mi comunidad; uno de mis hijos logró escapar por las montañas y hoy sigue preguntando ¿por qué?, ¿hasta cuándo?”.

“No tengo nombre, aparecí­ en un terreno baldí­o muerto a tiros, no tengo la más mí­nima esperanza de que mi caso tenga justicia, fui enterrado como XX y por lo tanto mi familia ni siquiera me ha hallado, sus preguntas son más desgarradoras que las de mis compañeros de tumba, ¿hasta cuándo?”

Con tal legado de injusticia, aquellas preguntas seguirán sin ser respondidas, en este entorno se confunde con la locura como en el paí­s de las maravillas, donde todos aluden al régimen de la ley como la última frontera, pero es la primera que se transgrede. Abogados y jueces sienten que son garantes de un régimen de justicia que jamás lo ha sido, porque anida entre sus filas la impunidad que les acoge. Los muertos yacen en el paí­s del nunca jamás y los vivos estamos atrapados en la realidad.