«La rosa recobró el encanto de la vida. Y ese día, un astrónomo vio desde su observatorio que se apagaba una estrella en el cielo» (La resurrección de la rosa. 1892. Rubén Darío).
Por medio de un amigo común me enteré de su reciente y sorpresiva muerte, lo supe cuando ya sus restos habían sido inhumados, por lo que lamento no haber podido acompañar a su distinguida familia en ese ingrato y doloroso momento. A Huberto lo conocí a mediados de los años 70 del siglo pasado, cuando fuimos compañeros en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de San Carlos, Usac, militando en la misma organización revolucionaria estudiantil de esa unidad académica. En esos años tuvimos el privilegio de formar parte del equipo de fundadores del Instituto de Investigaciones Jurídicas y Sociales, donde trabajamos como investigadores auxiliares bajo la dirección del recordado amigo el doctor Edmundo Vásquez Martínez (q.e.p.d.). Desde entonces nos unió un lazo de amistad y compañerismo que a lo largo de los años nos hermanó y se fue consolidando.
Su participación en el movimiento revolucionario como cuadro político de la Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas ORPA, lo obligó a abandonar el país a principios de los años 80. Estando ambos en el exilio, volvimos a encontrarnos en San José de Costa Rica, donde tuvimos la feliz coincidencia de trabajar juntos en el Consejo Superior Universitario Centroamericano, CSUCA, como investigadores del Programa de Ciencias de la Salud, dirigido por el también exiliado chileno Jaime Sepúlveda. En 1981, Huberto se trasladó a Nicaragua para trabajar como académico en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma UNAN; desde entonces su estadía en la tierra de Darío y de Sandino se prolongó hasta 1997, retornó a Guatemala después de la firma de la Paz firme y duradera.
Por aquel entonces viajé varias veces a Managua y siempre lo visitaba para saludarlo y enfrascarnos en largas conversaciones sobre la situación centroamericana y la dinámica de las luchas revolucionarias en El Salvador y Guatemala. En repetidas ocasiones las amenas charlas nos hacían pasar la noche en blanco y sin darnos cuenta recibíamos el Sol y su ardiente luz sentados en las sillas mecedoras. Allí en la Nicaragua sandinista, fue asiduo lector de Darío y en uno de mis viajes a Managua en 1994 me dio la grata sorpresa de obsequiarme las obras completas del bardo nicaragí¼ense publicadas por la Editorial Nueva Nicaragua, fundada y dirigida por el querido amigo chapín doctor Roberto Piqui Díaz Castillo.
En mayo de 1999 viajamos juntos a Estocolmo, Suecia, él como profesor invitado de la Universidad de Uppsala para dirigir un curso sobre Centroamérica, mientras yo asistía a la reunión del Grupo Consultivo para la Reconstrucción y Transformación de América Central en mi calidad de Presidente del Consejo Consultivo del Sistema de Integración Centroamericana CC-SICA. Huberto se distinguió como un sólido intelectual y académico, por su integridad y solidaridad humana. Fue fundador de la Asociación Guatemalteca de Juristas, AGJ, y se desempeñó como Decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Rural, cargo que ocupaba hasta el momento de su fallecimiento. Como miembro del Consejo de Decanos de las Facultades de Derecho de este país, fue escogido para ocupar el cargo de Secretario General del Ministerio Público durante el período anterior a la actual administración.
Sean estas líneas un homenaje a su amistad y un mensaje de resignación para su viuda e hijos. Descansa en paz querido compañero.