Hace tres semanas aproximadamente el 17 de septiembre, una percepción generalizada inflamó el aire del ambiente de Wall Street y un llamado encendió la llama del malestar combustible que al parecer viene acumulándose en la conciencia de los norteamericanos. Alrededor de ese sentido de rechazo empezaron el desafío unas dos mil personas en las calles de uno de los centros financieros más influyentes cuyo principal acusado era el sistema económico y la crisis del sistema financiero mundial, que se desató hace unos años y que aún está por verse los alcances de su conclusión, aunque si ya los altos costos sociales.
Los ciudadanos inconformes de New York, no son los Indignados del Cairo y de Madrid, son los Occupy de Walls Street (ocupadores); si bien hay demandas similares en sus señalamientos, los de las ciudades norteamericanas que ya suman 58, no pueden ser exactamente los mismos rechazos por un sencilla razón, ellos habitan el lugar que ha sido la potencia económica más grande del planeta y por lo tanto hay construidas otro tipo de percepciones sobre lo que ellos identifican como el culpable de su situación. Para empezar hay que hacer notar sobre la consigna desencadenante, “ocupaciónâ€, del espacio que era público y ahora es privado, que conlleva un recuperemos o un devuélvannos. Ese rasgo toma forma en una paradoja que no es evidente, un movimiento espontáneo y colectivo de ciudadanos, manifiesta contra un poder de orden privado que engulló al poder público y todo eso sucede en un pequeño parque privado que como tal no es sujeto de las leyes municipales de New York, que obligan cerrar sus puertas a las diez de la noche.
Hasta que la inmobiliaria dueña del pequeño parque de nombre Zuccotti y ahora rebautizado Libertad, no pida el arresto de los manifestantes, la nueva plaza de la reflexión ciudadana, parece estar convirtiéndose en el centro del debate libre en el que confluyen sindicalistas, actores, escritores, trabajadores comunes, desempleados, todos tratando de exponer su malestar y que tratando de repensar una nueva sociedad que recupere el sentido humano que el capitalismo erradicó. Aquella llama espontánea tiene un común denominador que subyace en el corazón de todos, hay algo que no funciona bien en el país de las “oportunidadesâ€. En principio el vital acusado es el poder financiero, encarnado en un grupo de millonarios que representa el 1% que a su vez poseen el 40% de la riqueza de un país en el que 46 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza, 50 millones carecen de seguro médico y el índice de desempleo no baja del 9%. Las reflexiones en el fórum Occupy van desde nuevas formas ciudadanas de gestionar el dinero, pasando por bancos de naturaleza cooperativa hasta la consigna de separar el poder político del económico, así como se consignó el Estado laico en el seno de la revolución francesa, separando la concepción divina de la política.
En el fondo sin embargo los demandantes necesitan respuestas al por qué sus hijos se gradúan y no encuentran trabajo, ocupación o la oportunidad prometida. Por otro lado, los ocupantes también señalan al poder político y a sus representantes como corresponsables de la crisis. La crítica señala un vaciamiento de la política, no sucede nada con el voto que se emite, hay frustración con la democracia electoral; solo 110 millones de electores, de los más de 230 millones que podrían haberlo hecho, ejercieron su derecho al voto en las últimas elecciones presidenciales. Los Occupy Wall Street hablan de nuevas formas de participación ciudadana, piden que los banqueros vayan a la cárcel y los políticos a su casa. En todo caso el movimiento aún es incipiente, los medios aún no parecen tomarlo en serio, ni se avizoran líderes del mismo, no es un movimiento antisistema sino inconforme con el sistema que les falló, lo quieren reparar, reinventar, es una forma espontánea del malestar que parece generalizado, su politización aun es primigenia y parecen más anarquistas. Mientras eso pasa, un obrero sin seguro médico, harto de la avasalladora realidad decide irse a pasar la noche al parque de Wall Street para manifestar su inconformidad, sus impuestos sumaron junto a los de la clase media hace poco más de un año, para completar el plan de salvación de las instituciones financieras y bancarias contras las que hoy protestan.