Tengo la impresión que para los que viven actualizados en el mundo de las ciencias de la educación y la psicología el nombre de Howard Gardner no les es desconocido. De hecho, eso de las inteligencias múltiples (del que muchos hablan esos profesionales) es un tema en boga desde hace tiempo y fue este autor precisamente (si no me equivoco), el que lo puso de moda. De esta manera, comentaré un libro de un académico de la Universidad de Harvard muy conocido y prestigioso que no necesita mayor defensa.
«Las cinco mentes del futuro» es un ensayo en el que Gardner intenta demostrar cuáles son los cerebros por los que se debe apostar en los años venideros. Para él la educación debe optar por otros principios y cultivar otros valores, porque, sencillamente, los tiempos son otros y no lo podemos hacer con métodos y técnicas del pasado. En una era en la que la información es accesible y abundante, la educación tiene que alcanzar metas distintas porque el mundo ha cambiado. Entonces Gardner se convierte en una especie de profeta que, mirando el presente, se atreve a descubrir el futuro y aconseja cómo prepararse.
El libro es interesante en la medida en que ha sido escrito por un especialista norteamericano que lleva muchos años consagrado al campo de la educación. Sus propuestas pueden ser discutibles, pero contribuye a llamar la atención de la «vieja educación» y la necesidad de construir un nuevo sujeto capaz de responder a problemas nunca experimentados. í‰l advierte que si seguimos siendo conservadores en la manera de hacer educación provocaremos el fracaso de las nuevas generaciones y permitiremos que países más avispados nos sigan tomando ventajas en la formación de los niños.
Evidentemente no significa un «borrón y cuenta nueva», sino más bien de dar énfasis a cuestiones menos valoradas en el pasado y, por lo tanto, descuidadas por los docentes. Así, no es que no sea bueno el ejercicio de la memoria, dice, pero en nuestros días esa exigencia debería perder importancia porque hoy la información se puede conseguir fácilmente por Internet u otros medios. En cambio, debe dársele preferencia a las cinco cosas que él propone: el cultivo de la mente disciplinada, la sintética, la creativa, la respetuosa y la ética. Sin éstas la educación está condenada al fracaso.
Sorprende que el autor norteamericano no haya valorado únicamente los aspectos técnicos y útiles a las que la educación debe atender, sino también a temas relativos al respeto y a la ética. De hecho, afirma, de nada sirve un profesional competente, talentoso y creativo si no hunde sus raíces en la honestidad, el respeto y la responsabilidad por el otro. El mundo del futuro, explica Gardner, debe apostarle a la formación de valores so pena de perecer. Ya de por sí, dice, los seres humanos tienden al mal y a la violencia, por eso es necesario educarlos para el respeto y la tolerancia.
Con lo que respecta a la mente disciplinada, el autor considera que los jóvenes del futuro deben poder tener la capacidad de estudiar las materias de manera compleja, no aislándolas ni memorizándolas como si fuera una parcela separada del mundo del conocimiento, sino abordarla desde muchos puntos de vista y deseando poder sacarle el jugo a cada contenido estudiado. Una experiencia así desarrolla en los estudiantes la habilidad de no ser cándidos al momento de explicar un fenómeno y despierta el deseo por saber siempre más de las cosas.
«Que nadie me malinterprete: está claro que para estudiar ciencia, historia o literatura hace falta información. Pero, despojados de su mutua conexión, de los temas subyacentes y de una forma disciplinada de concebirlos, los hechos no son más que un «conocimiento inerte», por usar la concisa y gráfica expresión del filósofo angloestadounidense Alfred North Whitehead».
Para lograr la disciplina de la mente, escribe, son necesarias cuatro cosas: 1. Identificar temas o conceptos verdaderamente importantes dentro de la disciplina; 2. Dedicar a estos temas el tiempo necesario; 3. Abordar los temas de varias maneras y, 4. Establecer unas «demostraciones de la comprensión» y dar abundantes oportunidades a los estudiantes para que revelen su comprensión en una variedad de condiciones.
«La ausencia de pensamiento disciplinario es importante. Sin estas formas complejas y sutiles de pensar, la persona carece, básicamente, de instrucción: en el fondo, su manera de concebir el mundo físico, el mundo biológico, el mundo humano o el mundo de la creación artística no se diferencia de la de quienes no han recibido ninguna educación».
Gardner afirma, sobre la mente sintética, que nunca ha sido tan importante para la educación alcanzar este propósito como hoy. En un tiempo en el que la información es hiper abundante, la mente debe tener capacidad de sintetizar, discriminar y excluir todo aquello que es basura y sin importancia. No hacerlo provocaría la mente atomizada, desestructurada y sin ningún criterio. Como el anterior caso, la formación de la mente sintética debe empezar desde muy temprana edad.
El autor afirma que sintetizar exige combinar elementos originalmente separados o distintos. Eso se logra, por ejemplo, cuando los estudiantes tienen la destreza de realizar taxonomías, la construcción de conceptos complejos, las metáforas evocadoras, las teorías, las narraciones y las metanarraciones. Es necesario desarrollar asimismo, escribe Gardner, un pensamiento interdisciplinario. «Personalmente lo considero un logro relativamente excepcional que exige, como mínimo, el dominio de los componentes básicos de las disciplinas en cuestión. En casi todos los casos es improbable que este logro se dé antes de que la persona haya cursado estudios avanzados».
De la mente respetuosa, como ya se indicó, expresa que se trata de un imperativo educacional para el futuro. Los seres humanos no podemos desarrollarnos sin una base mínima de relaciones mutuas y ésta se logra respetando al vecino. Nunca ha significado tanto, por esta razón, la tolerancia y el respeto a las diferencias. Pero no se tratan estas palabras como si fueran «huecas», sino con un enorme contenido vital para humanizar la humanidad.
«Debemos aprender de algún modo a vivir en proximidad -y en el mismo planeta- sin odiarnos mutuamente, sin querer dañar o matar a los demás y sin dejarnos llevar por inclinaciones xenófobas por mucho éxito que podamos tener a corto plazo (…). Quienes tienen un espíritu más optimista optan por el lenguaje romántico; siguen el ejemplo del poeta W.H. Auden, quien es vísperas de la Segunda Guerra Mundial dijo: «Debemos elegir entre amarnos los unos a los otros o perecer». Personalmente me inclino más por el concepto de respeto».
Queda demostrado hasta aquí el valor del libro, no queda si no decidirse a leerlo y enriquecerse de su contenido.