Cirujanos y enfermeras del hospital Lady Reading de Peshawar (noroeste de Pakistán) trabajan duramente para tratar de salvar las vidas de los cientos de heridos en los atentados suicidas casi diarios perpetrados por los talibanes.
«Por cuanto tiempo aún vamos a seguir recibiendo cuerpos de hombres, mujeres y niños mutilados, con miembros o cabezas arrancadas», se lamenta la enfermera Sajida Nasreen, tratando de darse un respiro durante una de esas breves y escasas pausas que ha podido tener en los últimos días.
En las últimas semanas y para replicar a una ofensiva del ejército en su bastión tribal de Waziristán del Sur, los talibanes aliados de Al Qaeda han intensificado considerablemente la ola de atentados que ya ha provocado casi 2.540 muertos en todo el país poco más de dos años.
Peshawar, la gran capital de la provincia del noroeste, ha pagado uno de los más caros tributos, en las puertas de estas zonas tribales fronteriza con Afganistán.
La ciudad se ha convertido en el objetivo número uno de los insurgentes islamistas que han declarado la guerra santa a Islamabad por su apoyo a la «guerra contra el terrorismo» de Washington.
«Hemos debido enfrentar 49 atentados» desde mediados de 2007, con 2.200 heridos y 576 muertos», precisó el doctor Atalullah Arif, cirujano encargado de las urgencias en este establecimiento, el principal hospital de esta ciudad de 2,5 millones de habitantes.
«Un día, nos trajeron un muchacho de 11 años, todo ensangrentado pero con sus zapatos impecablemente lustrados», recordó Sajida Nasreen.
«Su padre llegó, lo tomó cariñosamente en sus brazos, lo besó y les susurró: «te había enviado a la escuela y no a la muerte»». Por primera vez de mi carrera, estallé en llanto» prosiguió la enfermera de 53 años que había visto otras.
Recientemente, los kamikazes cambiaron de táctica: concentrando hasta ahora sus ataques contra militares y policías, pero sin preocuparse mucho de las víctimas civiles «colaterales». En las últimas semanas han multiplicado los atentados suicida con coches bomba en medio de los mercados atestados de gente.
«Las víctimas llegan casi cada día, si bien que cuando rezamos en la mañana imploramos a Alá que nos salve», dijo el doctor Arif.
Las imágenes de la televisión donde se ve los corredores de los hospitales de las grandes ciudades atestados de heridos en medio de charcos de sangre, con su parientes gritando de dolor, se han hecho cotidianas en los hogares paquistaníes.
Las 1.543 camas del Lady Reading se han hecho insuficientes para enfrentar esta ola de terrorismo y la administración trata de encontrar un presupuesto para construir una nueva sección de 500 camas para atender la urgencias.
«A veces, nos vemos obligados a instalar dos heridos en una cama y aquellos que sufren menos, incluso son atendidos en el suelo», explicó el doctor Arif.
«Tenemos una terrible falta de medios financieros, en un hospital de esta importancia, no tenemos scanner y ningún aparato de imagen de resonancia magnética (IRM)» comentó el director general, el doctor Abdul Hameed Afridi.
Bibi Zakia, de 25 años, es una de las más jóvenes enfermeras. «Es una verdadera crisis humanitaria, hay que atender a las víctimas, pero también asumir a sus parientes. Estoy agotada, pero al mismo tiempo me siento muy orgullosa de servir a la Humanidad», exclamó como para darse valor.
No obstante, el 28 de octubre, cuando un kamikaze mató a 118 personas en un mercado atentado de Peshawar frecuentado sobre todo por mujeres y niños, Bibi se derrumbó. «Vi los cuerpos carbonizados de dos niños, no pude controlarme, aplastado por el dolor y la pena y me puse a gritar», reconoció.
Al menos 19 muertos dejó la explosión de una bomba hoy frente al Palacio de Justicia de Peshawar, la principal ciudad del noroeste de Pakistán, duramente golpeada por la ola de atentados perpetrados por los talibanes vinculados a Al Qaeda en todo el país.
«El número de muertos aumentó a 19 cuando tres heridos en situación crítica fallecieron en el hospital», dijo a la AFP el Sahib Zada Anis, jefe de la administración comunal en Peshawar.
«Un kamikaze a pie trató de ingresar en el palacio de justicia, y cuando el personal de seguridad quiso detenerlo, hizo estallar la bomba que llevaba consigo», explicó a los periodistas en el lugar Sahib Zada Anis.
El atentado tuvo lugar en las inmediaciones de Pearl Continental Hotel, donde al menos nueve personas murieron en otro atentado contra un puesto de control en junio.
«Fue una explosión enorme. Había humo y polvo por todas partes. Caí por las escaleras y comencé a correr para salvar mi vida», dijo Haji Hijab Gul, que se encontraba en el segundo piso del local de la corte cuando ocurrió el atentado.
Este ataque, que por el momento no había sido reivindicado, es el octavo que se registra en un mes en la capital de la provincia del noroeste, a las puertas de las zonas tribales donde el Ejército despliega una ofensiva contra los bastiones de los insurgentes islamistas.
Hace tres días, un kamikaze al volante de un coche bomba mató a cuatro personas en un puesto policial de Peshawar, en las inmediaciones de una escuela donde los niños entraban a clases.
Más de 2.550 personas han muerto en poco más de dos años en todo el país en una ola sin precedente de atentados perpetrados, en su gran mayoría, por los kamikazes del Movimiento de los Talibanes del Pakistán (TTP).
A mediados de 2007, este grupo afiliado a Al Qaeda declaró la guerra santa (yihad) a Islamabad, al igual que Osama bin Laden, por su alianza con Estados Unidos en su «guerra contra el terrorismo» desde fines de 2001.
En los últimos meses, los insurgentes islamistas han intensificado considerablemente su campaña de atentados en todo el país y su kamikazes han matado a casi 500 personas en un mes y medio.
El TTP, cuyo bastión en la zona tribal de Waziristán del Sur, cerca de la frontera afgana, es escenario de una vasta ofensiva terrestre y aérea del ejército desde hace casi un mes, juró vengarse intensificando sus atentados en las grandes ciudades.
Fuentes militares dijeron que hasta ahora habían muerto 550 insurgentes y 70 militares en la ofensiva contra los bastiones de los talibanes.
Los atentados y ataques de comandos suicidas se han hecho casi cotidianos desde los días que precedieron la ofensiva en Waziristán del Sur, el 17 de octubre.
El sábado, un kamikaze hizo estallar su coche en medio de un puesto de control de la policía en Peshawar, matando a 15 personas.
En la víspera, dos atentados suicidas mataron a 25 personas, uno, que arrasó con la sede en Peshawar de los poderosos servicios secretos, el ISI, el otro, contra un puesto policial en Bannu, no lejos de Waziristán.
El martes, 32 personas perecieron en un atentado con coche bomba en un mercado de Charsada, en los suburbios de Peshawar y, el 8 de noviembre, un ataque similar en un mercado de ganado en Peshawar dejó 15 muertos.
«Lanzaremos tantos ataques que el presidente, el Primer ministro y el gobernador (de las Provincias Fronterizas del Noroeste, NWFP) no podrán ya nunca más sentarse tranquilos en sus palacios», prometió Azam Tariq, el portavoz del TTP, en una entrevista telefónica con la AFP.
Los combatientes extranjeros de Al Qaeda han reconstituido sus fuerzas en las zonas tribales del noroeste de Pakistán fronterizo con Afganistán, y los talibanes afganos han instalado allí bases de retaguardia, todas apoyadas por los talibanes paquistaníes.