Terminó julio, pasó agosto, septiembre se diluyó con las fiestas que suelen celebrar la independencia, casi estaba concluyendo octubre y nada, de hecho el tema ya no tenía la cobertura mediática que tuvo al inicio, había dejado de ser noticia el golpe de Estado que había vuelto a soltar aquellos fantasmas y demonios del siglo pasado simbolizados muy bien en la bota militar; parecía incluso que concluiría el año y que Zelaya terminaría sintiéndose cómodo en la casa brasileña listo para recibir el año nuevo junto a familiares y seguidores, como solía aparecer en las fotos de prensa. El pulso entre Zelaya y Micheletti parecía no ceder ni un milímetro de ninguna de las dos partes, y con las elecciones generales a la vuelta de la esquina, todo parecía aún más incierto. La estampa política de Honduras quedará grabada como una de las más atípicas en la historia del desarrollo democrático. Este país será reconocido como uno de los más pobres en el sentido humano del desarrollo, pero también como escenario que probó que la democracia como sistema político es falible. Lo de Honduras también echó por la borda la poca credibilidad y dignidad de mecanismos multilaterales regionales como la Organización de los Estados Americanos OEA o las instancias regionales centroamericanas, donde quedó el Parlacen en este conflicto?
La paradoja que produjo la crisis política de Honduras llegó al límite del absurdo, a tal punto que coexistían al mismo un tiempo el aparente ganador y el aparente derrotado, el de facto y el institucionalmente elegido, la democracia y el golpe. La forma grotesca del golpe de Estado a la vieja usanza cavernícola de militares y extremistas de derecha, concitó y alertó a creyentes y no creyentes del sistema democrático para aprovechar los hechos. Para unos fue una alerta quizá demasiado tarde que el sistema además de haber fallado en su versión financiera, también empezaba a dar muestras fehacientes de su inconsistencia, la democracia definitivamente no estaba dando resultados, daba pérdidas. Para los no creyentes era la oportunidad para aprovechar y justificar las luchas contra el sistema hegemónico, pero muy pronto atenuaron sutilmente el apoyo y la crítica porque Zelaya era mal socio, era difícil que hiciera eco la propuesta de una izquierda latinoamericana en un finquero que alardeaba con sombrero ajeno, orando en la embajada de Brasil.
El que salió como tercero para llevar el costo político regional fue Brasil que prestó la casa poniendo a prueba su política internacional a unos límites riesgosos antes no vistos, ellos también sistematizarán esta experiencia y aprenderán de ella. Mientras la intransigencia se calcificaba, el apoyo del movimiento social a Zelaya empezó a dar muestras de deterioro y desencanto, y misiones de la OEA iban y venían sin resultados. Hasta el Centro Carter probó lo suyo haciendo uso de la figura del ex Vicepresidente Eduardo Stein.
De pronto el conflicto se resuelve en un par de días como consecuencia de la visita del Subsecretario de Estado de Estados Unidos, Thomas Shannon. La noticia vuelve a reflotar el tema de Honduras en los medios y la diplomacia de doña Hillary es la gran triunfadora. El gran perdedor es la diplomacia multilateral de la OEA, que con toda su maquinaria fue incapaz de mover de sus posiciones a los líderes catrachos, y Latinoamérica que expone de esta forma sus debilidades para resolver sus propios conflictos. Las verdadera razones para que Zelaya y Micheletti cedieran no las sabremos pero las visas vuelven a estar vigentes, un caudal de cooperación internacional aterrizará en Tegucigalpa, es previsible que el Congreso hondureño restituya unos días a Zelaya, quizá hasta veamos un nuevo Secretario General de la OEA de origen estadounidense, los proyectos de observación electoral tanto doméstica como internacional podrán continuar y dar fe de un proceso transparente. La democracia sigue cuestionada y de fondo.