Para finalizar nuestra apreciación sobre la música de Robert Schumann, vamos a comentar una de las obras más importantes del compositor, pero de suyo poco conocidas como lo es Fausto y dentro de este contexto, está el sonido maravilloso de Casiopea, esposa dorada, camino de eternidad, flor horaria que crece eterna en el centro de mi alma, suave lucero élfico que brilla en nuestra casa-ancla. Campanada de estrellas que se hunde en mi vida cotidiana cual raíz de sauce.
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela A mi padre, maestro Celso Lara Calacán, con inmenso amor.
La gestación de la obra, como se ha visto, fue larga. Todas sus facultades de evocador potente, y, a la vez, fantástico, contemplativo y gran colorista, trátese de caracteres o de ambiente moral determinado; toda aquella gran musicalidad de producción de un músico sediento de ideal y de infinito, fueron a parar, desbordada y sublimemente, en esa obra maravillosa, una de las más bellas de Schumann. Desde la ouverture hasta el final diríase que se despliega un inmenso crescendo de emoción y de arte que no decae, antes bien aumenta progresivamente desde la primera a la tercera parte de la obra. La primera comprende, solamente, tres escenas, que tienen relación con el «primer Fausto», y en las cuales Margarita es el centro de la acción. La luminosa figura de Margarita fascinó el genio delicado de Schumann, delineándola con gracia y candor conmovedores, superior a todo encomio la flor deshojada de aquella ideal Primavera de amor. La escena siguiente contrasta por lo desoladora; sólo contiene la plegaria de Margarita a la Mater dolorosa. Crece la turbación en la escena de la iglesia; la voz del espíritu de las tinieblas unida al amenazador Dies irae llenan de terror y de angustia el alma de la pobre criatura. Y se maravilla uno al llegar a esta parte de la partitura, de no encontrar confundido con la orquesta el sonido del órgano, que habría acrecentado el gran relieve de esta sublime escena. Aquí termina la primera parte de las Escenas del Fausto y con la segunda entramos en el «segundo Fausto» de Gí¶ethe. Margarita ha muerto. Fausto, atormentado, busca en el sueño el olvido de aquel drama. Ariel (espíritus alados y bienhechores forman coro a 6 ó 4 partes) canta al rayar del día y a la aparición del sol de verdad, que enciende el alma de Fausto. Y luego la noche fantástica: después la ceguera de Fausto y aquellos acentos heroicos de imponente majestad. Aparece a continuación el palacio: Fausto moribundo: Mefisto expía su presa excitando a los lémures. Sigue el epílogo y suenan los acordes de una música supra-terrestre, que preludia la transformación del héroe. El análisis de la tercera parte lo dejaremos para otra oportunidad. «El carácter de toda la composición -dice al autor en una carta a Lizt: acusa un significado de reposo». Aquí estaba todo: Es la impresión que se desprende del Fausto y que el maestro de Weimar expresa y describe en uno de sus más bellos poemas, intitulado: «El reposo reina en todas las cimas» Y con estas apreciaciones finales inspiradas en Felipe Pedrell, C. Hí¶weler, Jean Galois, Victor Osch y Gerard Beghage, además de las opiniones propias al escuchar y analizar las partituras del autor, concluimos nuestra aproximación al más querido compositor romántico del siglo XIX.