¿Hogar, dulce hogar?


La violencia contra la infancia y la adolescencia pasa desapercibida en la sociedad latinoamericana, disfrazada de disciplina y aceptada por tradición o costumbre.

La violencia contra la infancia y la adolescencia pasa desapercibida en la sociedad latinoamericana, disfrazada de disciplina y aceptada por tradición o costumbre. La infancia vive en un mundo donde la violencia es cotidiana. Niñas, niños y adolescentes tienen la singularidad de ser vulnerables porque dependen de los adultos como depositarios de sus derechos, crecimiento y desarrollo. Esto provoca que 70% de la violencia contra la infancia y la adolescencia ocurra en el entorno familiar.

Red Andi América Latina, lahora@lahora.com.gt

De acuerdo con el Informe Mundial sobre la Violencia y la Salud (2002) y el Informe de la ONU sobre la Violencia contra los Niños, producido por el experto independiente Paulo Sérgio Pinheiro (2006), la violencia es el uso deliberado de la fuerza fí­sica o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra un niño o niña, por parte de una persona o un grupo, que cause o tenga muchas probabilidades de causar perjuicio efectivo o potencial a la salud del infante, a su supervivencia, desarrollo o dignidad.

Caras de la violencia familiar

Cuando utilizamos el término violencia familiar nos referimos a todas las formas de abuso que tienen lugar entre los miembros de una familia. Entre los actos más frecuentes de violencia familiar se encuentran la violencia fí­sica, la psicológica y la sexual.

Dentro del hogar la violencia fí­sica resulta justificada como un correctivo que los padres y madres utilizan porque tienen «derechos» sobre su descendencia. Entre un 80 y 98% de las niñas y niños sufren castigos corporales.

La violencia psicológica se manifiesta con prohibiciones: no hablar, no jugar, no ver televisión, así­ como insultos, aislamiento, rechazo.

La negligencia es la forma de maltrato que consiste en el descuido permanente, por parte de los padres o madres, para proporcionar los estándares mí­nimos de alimentación, vestido, atención médica, educación, seguridad y afecto.

La Organización Mundial de la Salud señala que, en 2002, 150 millones de niñas y 73 millones de niños sufrieron abuso sexual u otras formas de agresión fí­sica. La violencia sexual a niñas, niños y adolescentes es más común dentro del hogar.

La violencia familiar y en el hogar deja secuelas y lesiones en el cuerpo y la mente pero, incluso, puede llevar a la muerte, aunque no sea esa la intención de los agresores. Alrededor de 80 mil niñas, niños y adolescentes, de acuerdo con Unicef, mueren todos los años en la región como consecuencia de este flagelo.

Y sin embargo? silencio

El Informe para el Estudio sobre Violencia expone varias razones por las que no se denuncia el maltrato infantil. La más frecuente es que niñas y niños carecen de las condiciones para denunciar. Existe el temor a sufrir represalias por parte de los agresores o por miedo a que la intervención de las autoridades empeore su situación.

En muchos casos, los padres y madres ?que deberí­an proteger a sus hijas e hijos? guardan silencio si el responsable de la violencia es el cónyuge u otro miembro de la familia, o un miembro más poderoso de la sociedad, como un empleador, un agente de la policí­a o un lí­der comunitario.

Por lo tanto, el mismo Informe propone la creación de sistemas de denuncia y servicios accesibles y adecuados, como lí­neas telefónicas e implementar nuevas tecnologí­as.

¿Hay solución?

Una propuesta del Informe del experto independiente es fomentar y fortalecer el desarrollo de lazos familiares, donde la violencia o cualquiera de sus manifestaciones se excluyan definitivamente para proteger y reducir la violencia contra niñas, niños y adolescentes.

En 2005, el Comité de los Derechos del Niño recomendó a Costa Rica, Cuba, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá y República Dominicana que tomen medidas relativas a la violencia familiar:

La prohibición explí­cita, en la legislación de cada Estado parte, de castigos corporales y otros tipos de violencia en todos los entornos.

La sensibilización de los padres y otras personas que tratan con la infancia y adolescencia sobre modos alternativos y no violentos de disciplina.

La preparación de campañas de información pública para la prevención de la intimidación de niñas, niños y adolescentes.

Asimismo, se deben aplicar las leyes contra la violencia familiar y cerciorarse de que las ví­ctimas tengan asesoramiento y asistencia para su recuperación fí­sica y psicológica, así­ como la integración social, incluso facilitando protección.

Se establezcan procedimientos y mecanismos adecuados para atender las denuncias de maltrato infantil.

«Ninguna violencia contra los niños es justificada y toda violencia puede ser prevenida. Todos los paí­ses pueden y deben poner fin a la violencia contra los niños. Eso no significa limitarse a castigar a los agresores, sino que es necesario transformar la mentalidad de la sociedad y las condiciones económicas y sociales subyacentes ligadas a la violencia», dice Paulo Sérgio Pinheiro, Experto Independiente que lideró el Estudio del Secretario General.

Cifras

De acuerdo con Unicef, aproximadamente un 60% de los homicidios de mujeres son resultado de la violencia doméstica. El abuso sexual y el incesto afectan a un 30% de las niñas y a un 18% de los varones.

En 1998, la Procuradurí­a General reportó 735 casos de maltrato infantil y en 1999 fueron 869 casos.

Conacmi (Comisión Nacional Contra el Maltrato Infantil), por su parte, registró en 1999, entre junio y julio, 63 denuncias. En ellas, la madre era la agresora en la mitad de los casos, el lugar de agresión más frecuente era el hogar (80% de casos) y el tipo de maltrato más denunciado fue el fí­sico (48%), seguido de negligencia (32%), abuso sexual (12%) y maltrato emocional (8%).

Otro problema relevante es la descomposición familiar. La Corte Suprema de Justicia de Guatemala reconoció que el conflicto armado habí­a dejado alrededor de 200.000 huérfanos y entre 35.000 y 40.000 viudas en todo el paí­s.