A la una de la tarde en Guatemala sonaban las ocho campanadas en la noche italiana y en Castel Gandolfo llegó a su fin el papado de Benedicto XVI; a esa hora, en el Vaticano, se declaró la Sede Vacante para iniciar el proceso de elección de un nuevo Pontífice de la Iglesia Católica en lo que constituye uno de los mayores hitos en la historia del catolicismo y particularmente de este tercer milenio en el que el desborde de la información ha hecho del mundo una aldea global, condición de la que no escapa ninguna persona ni mucho menos alguna institución.
Las virtudes y miserias de la Iglesia Católica que afloraron en las últimas décadas la han acompañado desde siempre por el lado humano que compite con lo espiritual. Sin embargo, lo que durante años fue una especie de secreto celosamente guardado, ahora es de dominio público sin que se entendiera que en los tiempos modernos es imposible mantenerse en ninguna torre de marfil y dar la espalda a la realidad pretendiendo que, como el avestruz, al ignorarla e ignorar los señalamientos, todo peligro desaparece.
Benedicto XVI, de quien se creía que sería posiblemente el Papa más fundamentalista de los últimos tiempos, entendió buena parte de esa realidad y ello se tradujo en cuestiones tan fundamentales como su renuncia y el sentido y sincero perdón por los horrores cometidos por una jerarquía que no sólo ocultó los casos de abuso contra miles de niños, sino que apañó a pederastas detestables que gozaron de la cobertura que daba la tozuda resistencia de la Iglesia a aceptar la cruda realidad.
También actuó con firmeza en el campo de las finanzas, otro de los temas difíciles de la parte mundana de la Iglesia, y tuvo resistencias tremendas que lo obligaron, en una especie de acto postrero de su papado, a nombrar in extremis a un nuevo director de la banca vaticana que sabe ya que tendrá que lidiar con tenebrosos poderes interesados en evitar que se conozca algún detalle de lo que ha sido el manejo de esa institución cuyo secretismo alienta la confianza de grupos oscuros.
Terminó hoy, pues, un ciclo crucial de la Iglesia y empieza uno fundamental para el futuro de la Iglesia y su relación con una feligresía cada vez más ávida de reencontrar esa espiritualidad que se ha ocultado entre tanto enredo y tanto escándalo alentado, en última instancia, por la incapacidad del Vaticano y el clero para encarar la verdad, dejando el campo abierto a que cada quien quite y ponga lo que se le antoje porque no hay fuente veraz para corroborar informaciones. Los fieles deberán orar mucho por Benedicto, por el nuevo Papa y el futuro de la Iglesia.
Minutero:
El Papa con sereno semblante
nos deja la sede vacante;
a ver si la fe y la esperanza
pueden con un clero a ultranza