Historias al vapor


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La nube espesa y húmeda de vapor que se esparce por el pequeño salón de sauna, es perfecta para rendir el cuerpo y para tratar de poner la mente en blanco. Al lugar llegan constantemente hombres de mediana y avanzada edad, todos en búsqueda afanosa de los beneficios higiénicos y terapéuticos del baño a vapor.

Julio Donis

 


La práctica de sauna tiene uno de sus orí­genes en el llamado baño turco, conocido también como hamman, acostumbrado como ritual para el cuidado de la mente y el cuerpo. Pero también en la  cultura originaria indí­gena de la región mesoamericana, existe la tradición de origen prehispánico, llamado baño temazcal o conocido también como chuj. Al igual que el primero, este es reconocido también por su beneficio medicinal, consecuencia de llevar el cuerpo a altas temperaturas combinando con baños de agua frí­a, permitiendo una especie de desintoxicación a través del sistema respiratorio. Tanto chuj como hamman, tienen un elemento en común de ritualidad a través de la autoreflexión, la quietud y la meditación, que se ve favorecida por las condiciones de un recinto cerrado y callado; la fórmula se completa por la acción estimulante de la ruda, la chilca, el eucalipto, la manzanilla o el sauco, todas hierbas con un poder mí­stico y curativo. Los baños de hoy envuelven y saturan de vapor mil historias mundanas y comunes, algunas espeluznantes, otras sorprendentes, todas experiencias de hombres que sucumben ante ellas en el silencio de su arrogancia o de su impotencia.

–Que tal cómo le ha ido, hace tiempo no se le veí­a por aquí­â€“ le dice un amigo al otro envueltos en la nube de vapor, ambos hombres maduros que rondan los cincuenta.
–Pues mire, la verdad es que pasé unos tres años de infierno en mi familia–.

–Cuénteme ¿qué le pasó?–
–Se recuerda que empecé con mi negocio sobre la sexta, vendiendo ropa hace ya varios años, pues con el tiempo no me fue mal y me hice de mi propio local con varios empleados y la cosa fue para bien. La venta aumentó y compré mi casita en la zona 6 y luego me hice de otras dos propiedades. El negocio iba bien hasta que un dí­a me secuestraron a una de mis hijas–.
 
–¡No le creo! ¡qué pena! y ¿qué pasó? –le dice el amigo–… pues la cosa se volvió negra, nos tuvimos que ir con el resto de mi familia, vendí­ las casas, cerré el local. Solo porque Dios es grande me devolvió a mi hija después de pagar el rescate, pero me volví­ diabético y hasta ahora reabrí­ mi almacén. Hace como tres meses recibí­ una llamada de un empleado que habí­a dejado de trabajar para mí­ hací­a tiempo, y me dijo: “¡don fulanito mire, ya no soporto la culpa y a riesgo de ir al infierno como castigo del Divino, le quiero suplicar por el gran poder que me perdone, pero hace años yo fui la persona que secuestró a su hija!”… El amigo le dice al otro para terminar la conversación, que Dios lo perdone, pero que el castigo con la pena de muerte para los criminales estaba más que justificado.

En otra nube de vapor, tres amigos departen sobre lo complicado que está la situación económica en este año electoral. –Y vos ¿a qué te dedicás?– –pues lo mí­o es la venta de carros en predio abierto, recibo en consignación para revender, pero la cosa está jodida–.
 
–¿Por qué? No se venden?– pues mirá, sí­ pero la gente no paga y como lo mí­o son los carros caros, ahorita se podrí­a decir que estoy “encarrado”, tengo el predio lleno–.

–Yo les doy crédito a mis clientes basado en la confianza, no creo en el sistema financiero de los bancos, pero eso sí­, cuando uno de ellos se atrasa dos meses en su cuota, les mando un abogado con dos tipos que parecen roperos de dos metros, de una vez les recojo el carro y pierden lo que han abonado. Ellos ya lo saben así­ que no hay pierde–.

El vapor se disipa y se necesita que se abra nuevamente la llave de presión que lo libera para ahogar la terrible realidad de este paí­s que es horrendo y hermoso a la vez, como dirí­a un amigo.