«Mire joven, dos veces he estado a punto de suicidarme. No lo he hecho porque me da pena dejar a mis hijos y nietos. La verdad ya no aguanto esta vida. Uno viene solo a sufrir y sufrir. Los hijos no agradecen nada, lo quieren todo fácil. No se esfuerzan y solo se la pasan fregando a los demás», fueron las palabras de una mujer quien a sus 64 años sostiene a tres hijos, cuatro nietos y dos nueras.
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Todos los días, a eso de las seis de la tarde, llega a la Zona Viva. En la entrada a uno de los centros nocturnos más concurridos, instala un canasto y empieza a vender cigarros sueltos, dulces, galletas y carteritas de fósforos.
Mis hijos desde que son adolescentes se han dedicado a fumar piedra y beber alcohol, afirma la anciana. «Yo trato que vayan a la iglesia, que se reencuentren con Dios, que traten de cambiar sus vidas, pero es imposible. Cada día su necesidad de droga y alcohol es mayor. Yo me regreso a la casa a las tres o cuatro de la mañana, cuando ya he conseguido algo de dinero para que comamos al siguiente día», agrega acongojada.
Su voz se quiebra cada vez que habla del comportamiento de sus hijos. Afirma que las nueras también consumen piedra y bebidas embriagantes, y que en vez de velar por sus hijos les dan malos tratos y pésimos ejemplos.
«No me he matado por los nietos. Por las mañanas, cuando estoy cansada y desvelada les veo sus caritas y es cuando me dan ganas de vivir y seguir luchando. Pero desgraciadamente la vejez va haciendo que perdamos fuerzas. A veces cuando está lloviendo y ya son las cinco de la tarde, quisiera meterme a la cama, pero entonces recuerdo las caritas de mis nietecitos y agarro la canasta y me voy a vender», agrega.
Sus hijos, me contó, no aprendieron oficio y no estudiaron. Las nueras se la pasan en la casa descansando. Mientras que ella se ocupa de atender a los nietos.
«No sé las razones por las que mi familia se hizo pedazos. A mis hijos los quiero mucho y por eso los sigo ayudando. Las nueras, a pesar de que son jovencitas, no me ayudan. Todo lo contrario, hasta se pelean conmigo cuando no llevo mucho dinero. Todas las mañana rezo por mi familia, porque sé que no resistiré mucho tiempo esta vida de sufrimientos», enfatiza.
Con decirle que hasta me cuesta dar vuelto porque ya no miro bien, agrega. «La gente es buena conmigo, porque aunque no necesiten los productos para ayudarme compran lo que vendo. Así la voy pasando», dice.
Al darse cuenta que había llegado al final de la Avenida la Reforma, me pidió que tocara el timbre para que el piloto del autobús parara en el lugar adecuado.
«Adiós señor, que le vaya bien. Que Dios lo acompañe», me dijo y bajó de la camioneta. Yo vi que el sol se ocultaba y se hacía de noche. Al verla bajar con su canasta en la cabeza y lo débil que era, me dieron ganas de llorar.
* Tortillas viejas.- ¿Será arte colocar aretes a un par de docenas de tortillas viejas? Se le llama arte conceptual, me dijeron. Yo no entiendo esta corriente de la plástica. Tal vez me quede trabado en que se debe profundizar en técnicas y depurarlas. Pero como es fácil, pondré dos docenas de pepitas de aguacate y les insertaré clavos. Mi concepto será: los verdes cometen muchos clavos jajajajaja.
* Laguna del Tigre.- Cerca de la Laguna del Tigre, como en cualquier área protegida, no debería existir ningún tipo de actividad generadora de riesgo. Pero ni modo, las empresas transnacionales se vienen a Guate porque aquí pueden hacer lo que se les de la gana. Ve qué de al pelo.
* Sin zompopos.- De plano que este año los zompopos de mayo se fueron a otras galaxias, porque la hambruna está tan enraizada que en la actualidad formarían parte de la dieta básica de los chapines.