Historia de Santa Cecilia, patrona de la música occidental


Santa Cecilia por azares del destino, a finales de la Edad Media fue nominada por el gremio de músicos como su patrona, ya que en un texto medieval que no puede precisarse, en el martirio de Santa Cecilia la palabra organis se asoció con el instrumento del mismo que en ese entonces apenas nací­a gracias a Guido de Arezzo y se le atribuyó la creación del órgano y de haber sido música desde tiempos inmemoriales. Desde los inicios del Ars Nova los compositores dedicaron grandes composiciones a exaltar las virtudes de Santa Cecilia a través de motetes y cantos especí­ficos que se llevaban a cabo en las iglesias el dí­a 22 de noviembre de cada año. Es importante señalar que donde más fuerza adquirió fue en Inglaterra en donde se celebraba el festival en la misma fecha con gran pompa, tanto en la Catedral de Westminster como en San Pablo. Asimismo, el auge de esta fiesta que aún se celebra, está asociado a los nombres de dos de los compositores ingleses más importantes de todos los tiempos: Henry Purcell y Jorge Federico Haendel, quienes en el siglo XVII y XVIII respectivamente, compusieron grandes odas a Santa Cecilia y se hací­an oficios de gran boato con la asistencia de sacerdotes y obispos anglicanos revestidos con toda ceremonia y utilización de instrumentos de lo más complejo, sobre todo, a través de los coros.

En Guatemala, Santa Cecilia, además de ser patrona de la ciudad de Santiago de Guatemala y de la Nueva Guatemala de la Asunción, fue en la época colonial patrona de los músicos y compositores como Pedro Bermúdez y Hernando Franco en el siglo XVI dedicaron hermosí­simos motetes para exaltar el talento de la Santa. Sin embargo, en el siglo XIX, Santa Cecilia es sustituida por el Sagrado Corazón de Jesús en el gremio de los músicos. Las celebraciones guatemaltecas se hací­an en la iglesia de La Recolección a gran orquesta y coros. Existen obras de Eulalio Samayoa y otros compositores de ese siglo, relacionados con este acontecimiento.

No obstante, Santa Cecilia no está vinculada con la música. Su historia es otra. Su nombre proviene de una gens romana. Mártir hacia el año 177. Su nombre significa Lirio del cielo. Por más de mil años Santa Cecilia ha sido muy venerada en la Iglesia Católica. Aquel palacio aristocrático de la Roma de los Antoninos, es hoy la iglesia de Santa Cecilia, espejo de la nueva Roma, restaurada por Cristo, la abeja industriosa de los panales del Señor, como la llama el pontí­fice Urbano.

Celso Lara

La boda de Cecilia

El palacio de los Cecilios se vistió de fiesta. Esclavos y esclavas desfilaron llevando joyas brillantes, telas preciosas y cestillos de flores, preparando la fiesta nupcial de la boda de Cecilia. Ella lleva el vestido prescrito por el ritual: una túnica blanca de lana con su ceñidor también blanco y encima un manto color de fuego, sí­mbolos de la inocencia y del amor. Cuando empezaba a brillar el lucero de la tarde, la nueva esposa fue conducida a la morada del esposo.

Hacia la casa de Valeriano

La casa de Valeriano estaba al otro lado del Tí­ber, convertida hoy en la iglesia de Santa Cecilia. Cecilia sonrió con suavidad, pero una angustia infinita le acongojaba el corazón. A los pocos pasos apareció la casa de Valeriano. En el pórtico, adornado de blancas colgaduras y guirnaldas de hiedra, aguardaba el esposo feliz.

El banquete nupcial

Cecilia se encontraba enajenada porque su corazón estaba suspendido por una música celestial. «Durante el banquete de bodas, mientras la música sonaba, ella entonaba oraciones en la soledad de su corazón, pidiendo que su cuerpo quedara inmaculado», según se lee en las Actas de Santa Cecilia, del año 500: «Que mi corazón y mi carne permanezcan puros». Cecilia iba a dar el último paso hacia el peligro.

Los candelabros ardí­an, los tapices brillaban y las joyas fulguraban. Cuando Valeriano se acercó a su esposa radiante de dicha ella le detiene con estas palabras: Joven y dulce amigo, tengo un secreto que confiarte; júrame que lo sabrás respetar. Valeriano lo jura sin dificultad, y la virgen añade: «Cecilia es tu hermana, es la esposa de Cristo». El joven palidece, se irrita, grita desesperado; pero poco a poco la gracia le domina, y con la gracia la dulzura infinita de Cecilia. Cecilia -dice al fin-, hazme ver ese ángel, si quieres que crea en tus palabras. Para ver ese ángel de Dios se necesita antes creer, hacerse discí­pulo de Cristo, bautizarse.

Poco a poco, una fuerza desconocida dominó el alma del joven. Mientras tanto, Cecilia en tierra estaba absorta en la oración y una luz deslumbrante la rodeó, luego un ángel de inefable belleza flotó sobre ella, sosteniendo dos coronas de rosas y de lirios, con que adorna las sienes de los dos esposos. Reinaba entonces en Roma el emperador Aurelio, hombre honrado, corazón bueno y compasivo, que se rebela contra los juegos sangrientos del anfiteatro; pero cruel con los cristianos. En su persecución sufrieron Tiburcio y algún tiempo después, la virgen Cecilia.

El martirio

Por otro lado, el alcalde de Roma, Almaquio, habí­a prohibido sepultar los cadáveres de los cristianos. Pero Valeriano y su amigo Tiburcio se dedicaron a sepultar todos los cadáveres de cristianos que encontraban. Por eso fueron arrestados. Llevados ante el alcalde, éste les pidió que declararan que adoraban a Júpiter. Ellos le dijeron que únicamente adoraban al verdadero Dios del cielo y a su Hijo Jesucristo. Entonces fueron ferozmente azotados y luego les dieron muerte. Mientras que a Cecilia la intentaron ahogar en el hipocausto pero como no diera resultado, el lictor blandió la espada y la dejó caer tres veces sobre el cuello de Cecilia, pero quedó envuelta en su propia sangre luchando agónica con la muerte. Tres dí­as después iba a recibir el galardón de su heroí­smo. Los cristianos recogieron el cuerpo de la mártir y respetuosamente lo encerraron en un arca de ciprés, sin cambiar la actitud que tení­a al morir. Así­ se encontró catorce siglos más tarde, en 1599, según el testimonio del mismo Cardenal Baronio.

El testimonio del Cardenal Baronio

Yo vi el arca, que se encerró en el sarcófago de mármol -dice el cardenal Baronio- y dentro, el cuerpo venerable de Cecilia. Estaba la castí­sima virgen recostada sobre el lado derecho, unidas sus rodillas con modestia, ofreciendo el aspecto de alguien que duerme, e inspirando tal respeto, que nadie se atrevió a levantar la túnica que cubrí­a el cuerpo virginal. Sentí­amonos todos poseí­dos de una veneración inefable, y nos parecí­a como si el esposo vigilase el sueño de su esposa, repitiendo las palabras del Cantar: «No despertéis a la amada hasta que ella quiera». Aunque la relación parece fruto de la fantasí­a, los mártires Valeriano y Tiburcio, sepultados en las catacumbas de Pretextato, son históricamente ciertos.

Santa Cecilia patrona de la música

Cecilia, virgen clarí­sima, Lirio del cielo llega escoltada por la gloria divina con música y cantos, al banquete nupcial, en palabras de la narración de la Passio: Cantantibus organis, Caecilia, in corde suo, soli Domino decantabat, dicens: -Fiat cor et corpus meum immaculatum ut non confundar-, «Mientras tocaba el órgano, Cecilia cantaba salmos al Señor». A su Señor, a su Esposo: «Que mi corazón y mi cuerpo permanezcan inmaculados, para que no quede confundida». Santo Tomás sobre el Canto Litúrgico dice que tanto cuanto asciende el hombre a Dios por la divina alabanza, se aleja de lo que va contra Dios. El hombre asciende a Dios por medio de la divina alabanza, que le eleva alejándolo de lo que se opone a Dios, el egoí­smo y la soberbia.

La alabanza exterior de la boca ayuda a motivar el amor interior del que alaba. En la Iglesia de Cristo, que es hogar de gozo, el canto es esperanza en acto porque es plegaria. Por lo tanto dedicarse a cantar a Dios y a escuchar la música sagrada es prepararse para orar con mayor esperanza y a vivir la vida de Dios en el santuario interior que desborda en la sociedad como anuncio del Reino de Cristo.

Su influencia en el arte pictórico

A partir del Siglo XVI, la iconografí­a la representa llena de alegrí­a por la presencia del Señor tocando instrumentos musicales, la lira, la cí­tara, el órgano, el clavicordio, el arpa, el violí­n, el violoncelo, y rodeada de ángeles cantando. Desde la Catedral de Palermo a la Pinacoteca de Dresde, la figura de la mártir romana, personifica el espí­ritu del canto y de la música sacra, y sale de los lí­mites de la música italiana para inspirar la música y las artes plásticas, tanto europeas como en otros continentes.

Estas notas fueron tomadas de: www.conociendoalossantos.com, y www.patronosysantos.com y de los conocimientos que el autor tiene al respecto. A pesar de la historia, Santa Cecilia sigue siendo nuestra patrona y a ella se le sigue rindiendo tributo.

Nueva Guatemala de la Asunción,

22 de noviembre de 2006.