Uno de los procesos más hermosos que se desarrollan en la educación primaria es la enseñanza de la lectura y escritura. Los niños de cuatro, cinco o seis años, reciben admirados, por parte de sus profesores, las claves para ir desentrañando los misteriosos signos de la escritura.
En nuestro idioma los silabarios más antiguos que se conocen provienen de los esfuerzos de la Iglesia Católica por enseñar a leer en sus escuelas, fueron llamados “cartillasâ€, y sus ejemplos intentaban vincular la adquisición del lenguaje escrito y la enseñanza cristiana, proponiéndose, de ese modo, un doble objetivo.
En un principio, como era común por aquella época, se pensaba que todo debía basarse en la memoria (sin importar demasiado la comprensión, que llegaría por sí sola con la madurez), de modo que estos silabarios o cartillas abusaron del recurso memorístico.
Los silabarios modernos, por su parte, surgieron como reacción a ese método de enseñanza de la lectura basado exclusivamente en la memorización del alfabeto, que se complementaba con una explicación expositiva de la fonética seguida de largas sesiones de lectura en voz alta.
Como ya fue señalado, los primeros silabarios fueron las cartillas que contenían mensajes religiosos, pero en forma temprana los creadores de silabarios se percataron de que una de las claves era la comprensión de la sílaba. Probablemente la práctica y la ejercitación permanente, aunque no buscara ese método, demostró que los niños, al aprender a leer, siempre silabean, y al percatarse de ese hecho surgió nítida la necesidad de basar en la sílaba la adquisición del lenguaje escrito. De allí al nombre genérico de estos textos como silabarios hubo menos de un paso.
En la España colonial el privilegio de publicar cartillas o silabarios pertenecía preferentemente a instituciones religiosas católicas, y fueron los obispados o las congregaciones religiosas las que se dieron a la tarea de crear, publicar y difundir las cartillas.
Lamentablemente, la corona española al establecer estos llamados privilegios, que eran excluyentes, fomentó a la vez la edición de cartillas alternativas no autorizadas, que no siempre eran rigurosas ni eficaces, pero resultaban mucho más baratas que las oficiales que constituían un verdadero monopolio instalado.
Fue en México donde nació el primer silabario propiamente hispanoamericano, llamado Nueva cartilla de primeras letras, en el que sucesivos editores lo imprimieron entre los siglos XVI y XVIII (Hospital de Naturales, Imprenta de Paula Benavides en 1641, Hospital de Indios en 1771 y en 1783 su impresión la hizo Pedro de la Rosa, de Puebla).
En esta etapa, donde subsistía el origen religioso de los silabarios, el método usado por los docentes consistía en la interrogación individual del estudiante sobre los signos y sílabas de la cartilla. El alumno debía, por ejemplo, iniciar su contestación con la fórmula “Jesús y Cruz y la que sigue es… (respuesta)â€. Complementariamente en la portada la cartilla se imprimía una imagen de Jesucristo representado como niño o de algún santo o advocación de la Virgen. Uno de los más famosos —y aún en uso en México y Centroamérica— es el Silabario de San Miguel.
Era común también que estas cartillas incluyeran algunos ejercicios silábicos que a la vez eran fórmulas de adoctrinamiento religioso; como la oración de protección “Por-la-se-ñal-de-la-san-ta-cruz…â€, usada en la Cartilla de Valladolid a manera de enlace entre la presentación de las sílabas y los contenidos religiosos.
Los ejercicios de escritura podían iniciarse semanas o meses después de comenzado el aprendizaje de la lectura, pues se consideraba que era poco pertinente que fueran simultáneos.
A raíz de las reformas borbónicas, vinculadas a las corrientes racionalistas e ilustradas, un nuevo espíritu comienza a mandar en la publicación de silabarios: era la búsqueda de una educación racional, admiradora de los valores de la antigí¼edad clásica. En los nuevos silabarios hay preocupación por presentar listados lo más completos posibles, enciclopédicos podría decirse, de todas las sílabas en uso.
Fue en este contexto que, en 1785, Juan Antonio González de Valdés publicó su Silabario trilingí¼e para aprender a leer y escribir todos los sonidos simples elementales de la lengua española, griega, y latina. Ya en el título queda meridianamente clara la inspiración ilustrada de la obra.
En 1810, el año de las independencias, se publicó en Buenos Aires la Cartilla o silabario para uso de las escuelas, impreso por el patriota chileno Manuel José Gandarillas. Este pequeño impreso, que inauguraba un nuevo estilo de silabario en América Latina, no era más que un listado, prácticamente alfabético, de casi todas las sílabas posibles en idioma castellano, intercaladas con el abecedario, los signos numéricos, diptongos y triptongos. La gran innovación fue la disposición del impreso, que no contenía mensajes doctrinales y estaba ordenado en 13 unidades numeradas, siendo de clara inspiración racionalista.
En 1845, en la ciudad de Buenos Aires y todavía uniendo la enseñanza de las letras, religión y moral, el pedagogo José Antonio Wilde da a conocer su Silabario argentino, destacando en su portada que se trata de un método útil y agradable. Lo más pintoresco, sin embargo, son las exclamaciones “¡Viva la Confederación Argentina! ¡Mueran los salvages unitarios!â€. No deja de ser interesante la moral que se intentaba transmitir en la época.
Durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX, con el advenimiento y masificación de la educación pública en Europa y América, se comenzó a expresar la necesidad de un sistema basado en la práctica de la lectura de palabras, pues se sostenía que las letras y sílabas sueltas nada decían al raciocinio del estudiante, y por lo mismo no ofrecían facilidades a la memoria o el aprendizaje.
Entre los pioneros y teóricos de este sistema se encuentra el educador argentino Domingo Faustino Sarmiento, quien publicó su Método de lectura gradual en 1849 en Santiago de Chile, durante su exilio, en que participó activamente de las actividades culturales y educativas de Chile. Sarmiento, quien después fue presidente de su país, intentaba dar a su sistema un fundamento pedagógico y una metodología progresiva. Se opuso a fundar su sistema en la memorización y de hecho afirmaba que los anteriores silabarios habían malogrado los potenciales beneficios del método lancasteriano. Por otra parte incluyó consejos a los docentes para “hacer más natural e intuitivo el aprendizajeâ€, como simplificar el nombre de las consonantes. Así, por ejemplo, de acuerdo al sistema de Sarmiento, la “m†se llamaba “me†en vez de “emeâ€. Se dejaba entre los contenidos finales el uso de las que llama “letras inútiles o convencionalesâ€, como la “h†o la “u†puesta después de la “qâ€.
Hay investigadores que señalan que la aparición del silabario moderno, y la progresiva desaparición de las “cartillasâ€, tuvieron que ver con el proceso de secularización de la enseñanza y, consecuente con ello, el silabario, al igual que otros textos escolares surgidos en la misma época, fue utilizado para entregar a los alumnos valores propugnados por la naciente educación fiscal, laica y racionalista, como el orgullo patriótico y el civismo.
En el fondo, se siguió la misma tradición anterior de las cartillas católicas, pero ahora con signos laicos, aunque igualmente como vehículo de mensajes ideológicos.
En 1876, el notable escritor y profesor español Saturnino Calleja publicó su propio silabario, cuyo método era ir de lo más sencillo a lo más complejo. La Editorial de Saturnino Calleja ha publicado, en su larga existencia, muchos otros silabarios de distintos autores, destacando los de Aroca y Fernández.
A finales del siglo XIX, con el mejoramiento de los sistemas de impresión, se comenzó a hacer cada vez más énfasis en las ilustraciones como apoyo visual al aprendizaje de sílabas y palabras. Este es el caso de uno de los más efectivos silabarios creados en la época, aún vigente y ampliamente usado, más que un silabario, es todo un método de aprendizaje de la lectura y escritura: me refiero al Silabario ilustrado, conocido como El ojo, del educador chileno Claudio Matte Pérez, publicado en Leipzig en 1884, que durante un tiempo fue texto oficial en Chile y se distribuyó y usó en diversos países latinoamericanos. Este texto aprovechó tempranamente las asociaciones visuales que se podían establecer entre imagen, grafía y el significado de las palabras.
Jorge Délano, un destacado dibujante y escritor chileno, explica así la primera lección de este silabario, que empieza con la imagen y la enseñanza de la palabra ojo:
(ojo…) Esta es la primera palabra que nos enseña a leer el Silabario Matte. ¡Qué acertado estuvo don Claudio al elegirla! Breve, ya que diferente, está formada por sólo dos letras. Ojo es la palabra que fotografía su propia significación: las “oo†son dos ojos separados por la “jotaâ€, que hace de nariz. Es, pues, la onomatopeya llevada a la caligrafía.
Este Silabario Matte ya consideraba en su metodología la simultaneidad del aprendizaje de la lectura escritura. Y es, tal vez, uno de los grandes ejemplos y métodos de aprendizaje. Actualmente, muchas instituciones educativas chilenas lo usan con extraordinarios resultados.
Un curioso y bien ilustrado silabario español apareció en París en 1890, con escasas 16 páginas y bellísimas ilustraciones; este raro ejemplar, llamado Silabario primario ilustrado Las diversiones de la feria, no manifiesta la autoría de su creador, pero por su belleza y dedicación merece ser mencionado en este breve recuento.
Otro gran aporte chileno (el tercero en esta historia) es el Silabario hispanoamericano, otro gran método de enseñanza y adquisición de la escritura, creado en 1945 por el profesor Adrián Dufflocq Galdames y que ha tenido amplia aceptación en Chile e Hispanoamérica, se encuentra plenamente vigente y también busca la simultaneidad de escritura y lectura y asocia imagen con texto.
En 1953 aparece en Santiago otro importante silabario que aún se encuentra vigente en muchas escuelas chilenas y que ha sido inolvidable para quienes aprendieron a leer en él. Una página de Facebook convoca a todos los nostálgicos y agradecidos estudiantes de antaño que aprendieron las primeras letras en el ya mítico Silabario Lea, obra fundamental del destacado Premio Nacional de Educación Luis Gómez Catalán y de sus asistentes Berta Riquelme y Domingo Valenzuela.
Posteriormente, una edición especial, dirigida por la docente Berta Riquelme, llamada Silabario Lea en Colores, mantiene vigente hasta el día de hoy este texto que sigue reimprimiéndose, exportándose y usándose en la enseñanza de la lectura.
Una historia muy especial es la del silabario que presento a continuación. Su método de trabajo tiene más de 80 años de aplicación en Chile y fue creado por una docente excepcional que, además, vivió más de 100 años y hasta el último día trabajó por la educación. Sin embargo, sólo con la llegada del siglo XXI y la colaboración de sus hijos, también profesores, vio coronado el reconocimiento a su muy eficiente método de trabajo con la publicación en papel y software de su sistema de enseñanza.
En efecto, fue en el año 2004 cuando aparece por primera vez la edición del Silabario Luz, basado en el Método Luz, de la docente Alicia González Opazo, sistema que es reconocido por destacados especialistas mundiales que avalan su éxito para superar los problemas de dislexia y, además, señalan que es el único que permite aprender a leer en un mes.
Como puede apreciarse, la historia de los silabarios en nuestra lengua es apasionante, variada, hermosa, representa el esfuerzo de generaciones de docentes por transmitir el lenguaje escrito a los niños; gracias a sus esfuerzos, nosotros hemos aprendido a leer y es algo que no debemos olvidar.
Listado (incompleto) de silabarios conocidos en español:
* Siglos XVI al XIX: Cartilla y doctrina christiana impresa con privilegio real en la Santa Iglesia de Valladolid.
* Siglos XVI al XVIII: Nueva cartilla de primeras letras, texto similar al anterior, editado con privilegio de exclusividad para el virreinato de Nueva España.
* Silabario de San Miguel, de Nicolás García de San Vicente, México.
* 1785: Silabario trilingí¼e para aprender a leer y escribir todos los sonidos simples elementales de la lengua española, griega, y latina, y casi todas las sílabas de la primera, reducido y acomodado a toda clase de discípulos y maestros, de Juan Antonio González de Valdés.
* 1797: Cartilla o silabario para uso de las Reales Escuelas del sitio de San Ildefonso, de la comitiva de S. M. y de S. Isidro de esta Corte.
* 1810: Cartilla o silabario para uso de las escuelas, de Manuel José Gandarillas. Buenos Aires.
* 1825: Silabario de la Academia. España.
* 1845: Silabario Argentino, de José Antonio Wilde. Buenos Aires.
* 1848: Método de lectura gradual, de Domingo Faustino Sarmiento. Santiago de Chile.
* 1876: Silabario o Cartilla para los niños, editado en Madrid por el extraordinario escritor, impresor y pedagogo Saturnino Calleja.
* 1884: Silabario Lector, de José Abelardo Núñez. Santiago de Chile.
* 1884: Nuevo método (fonético-analítico-sintético) para la enseñanza simultánea de la lectura i escritura compuesto para las escuelas de la República de Chile, de Claudio Matte Pérez, editado originalmente en Leipzig. Se le conoce como Silabario Matte o El ojo.
* 1890: Silabario primario ilustrado Las diversiones de la feria, Dejardin Editor, París.
* 1904: Silabario El niño boliviano. Potosí.
* 1914: Silabario Castellano, de Porfirio Brenes Castro, San José de Costa Rica.
* 1914: Nuevo silabario ilustrado Norma, de Vicente Pinedo, editado en España con énfasis en la presencia de pequeñas ilustraciones.
* 1930: Silabario Rasgos, por J. Demuro. Madrid, España.
* 1931: Silabario, Napoleón Quesada, San José de Costa Rica.
* 1937: Cartilla escolar antifascista, editada por el Ministerio de Instrucción Pública de la República de España.
* 1940: Silabario cartilla rápida de lectura, por J. P. Dalmau Carles Pla, Madrid. España.
* 1940: Silabario español por orden de facilidad, por Hijos de Santiago Rodríguez, Burgos, España.
* 1945: Silabario hispanoamericano, de Adrián Dufflocq Galdames, con ilustraciones de Coré.
* 1953: Silabario Lea, de Luis Gómez Catalán y Berta Riquelme. Santiago de Chile
* 1965: Silabario El Camarada, por José Dalmau Carles, Dalmau Carles Pla, Madrid. España.
* 1974: Nacho Dominicano, de Jorge Osorio Quijano, Santo Domingo.
* 1982: Nuevo Silabario Susaeta, Madrid.
* 1987: Silabario venezolano, de José Salgado.
* 2004: Silabario Luz, de Alicia González Opazo. Santiago de Chile.
Sin lugar a dudas, esta breve historia está muy incompleta, espero que mis lectores me vayan informando de otros textos que no he llegado a conocer aún, pero incompleta y todo, nos muestra cuán variados han sido los esfuerzos para enseñar a leer a nuestros niños hablantes de español, Chile tiene el privilegio de contar entre sus hijos a seis ilustres creadores de silabarios (cuatro plenamente vigentes y ampliamente reconocidos por su éxito académico): Manuel José Gandarillas, Claudio Matte Pérez, Luis Gómez Catalán, Adrián Dufflocq Galdames y Alicia González Opazo. Personalmente, no puedo olvidarme de que aprendí a leer, a la edad de tres años, en el notable Silabario Hispanoamericano que aún uso para enseñar a leer cuando me corresponde hacerlo. Mis padres, por su parte, recuerdan con afecto y se emocionan (al ver un ejemplar nuevo igual al que ellos usaron) con el Silabario El Ojo.
Y ustedes, ¿con cuál aprendieron a leer?