Una vez, comentando un libro sobre la «Historia de la Iglesia en Guatemala», escribía lo difícil que era encontrar una obra sencilla, amplia y profunda al mismo tiempo en esa materia. Daba la impresión que un libro así era imposible no sólo por lo contradictorio de los términos, sino por el escaso interés que despierta entre estudiosos y lectores.
Con la Historia de la Iglesia en general sucede lo contrario. Primero, porque en las librería sobran los libros que deseen explicar el desarrollo de la Iglesia desde los orígenes hasta hoy. Y, segundo, porque la materia parece interesar a creyentes y no creyentes, a Tirios y Troyanos que intentan comprender cómo una institución tan defectuosa ha podido sobrevivir las peores crisis de la historia.
Dado que la oferta es abundante, el novicio puede extraviarse al momento de decidir por qué libro determinarse. Para fortuna o desgracia la variedad es enorme. Hay libros, por ejemplo, que son una especie de «clásicos» de la historia de la Iglesia. ¿Quién no recuerda, para evocar uno, el libro publicado por la BAC aparecido -me parece- en 1951 bajo el título de «Historia de la Iglesia Católica»? Esa obra era infaltable en los estantes de las bibliotecas.
Entonces, si la variedad es el problema, quizá lo conveniente sea que el interesado en la historia eclesial se pregunte con qué objeto pretende acercarse al tema. Si es por curiosidad, podría buscar un libro «light», sintetizado y mínimo para darse una idea del camino recorrido por la Iglesia a través del tiempo. Si es más ambiciosa la idea, debe buscar obras de mayor amplitud.
El libro que ahora comento va dirigido a los primeros. No es para lectores de grandes ligas o demasiadas pretensiones. Es sólo un texto para iniciar al bisoño en el difícil acercamiento imparcial de la historia de la Iglesia Católica y dejar en él una idea general de los acontecimientos ocurridos alrededor de ella. Es un libro breve, dividido en cuatro tomos y con poca extensión de páginas. Poco complicado, directo y bastante eficaz para comunicar las principales ideas.
El tomo primero, que es el que ahora comento, hace una revisión histórica desde la fundación de la Iglesia por Cristo (Siglo I), hasta la explicación de la organización de la Iglesia en el siglo VII. Los capítulos se dividen así: I. Comenzando el camino; II. Hacia la formulación de la fe y III. Dos experiencias de una misma fe. Cada capítulo, como es evidente, tiene sus propios temas concretos.
Antes de iniciar el recorrido cronológico, el autor presenta las bases epistemológicas de la historia de la Iglesia. El detalle es interesante porque explica al lector la naturaleza del libro y orienta al estudioso para el conocimiento de aspectos que no se pueden dar por supuestos. Así, aclara cuál es el objeto y método de la historia de la Iglesia, qué es la historiografía eclesiástica, qué se entiende por «historia científica» y la importancia de un estudio así.
Sobre este último punto, Patiño dice que «la historia de la Iglesia es importante no tanto por los conocimientos que se adquieren como por el hecho de convertirnos en actores de una historia dinámica, en construcción, porque no somos espectadores de una película, sino protagonistas de una serie dirigida por Dios a través de unos humanos, pobres, y hasta indignos instrumentos que llevan un tesoro guardado en vasijas de barro, sin olvida que para comprender la actualidad de la Iglesia en que vivimos, conviene conocer su pasado, ya que «un pueblo que ignora su pasado está condenado a repetirlo».
El libro es presentado en tres períodos: el preconstantiniano hasta el 313, el postconstantiniano hasta el 451 y el de Justiniano hasta finales del siglo VII. El autor caracteriza cada momento afirmando que en la primera época la Iglesia vivió alejada de la política, en el segundo se integra y en el tercero comienza a tomar caminos diferentes. Como todo libro de historia eclesial, la Iglesia es entroncada desde sus orígenes a ese personaje que revolucionó a la humanidad: Jesús.
De manera sintética, Patiño presenta las dificultades experimentadas por los cristianos en los primeros siglos: persecuciones por parte de las autoridades civiles, divisiones internas y muchos problemas en las cuestiones de organización y fijación de la doctrina. Serán años, sin embargo, en la que la búsqueda sincera de la santidad no tendrá parangón con ninguna época posterior. Recordemos que la producción de mártires es industrial, gracias al odio de emperadores tales como Nerón, Diocleciano y Decio, entre otros.
«Las persecuciones forman uno de los temas sobre los cuales más se ha hablado, y cada autor tiene una visión propia. Se parte de un hecho: las persecuciones que sufrieron los cristianos durante unos 250 años, intercalados entre persecuciones y tiempos de paz, son una realidad que se convierte en un escándalo para la historia, sobre todo cuando se realizó en un imperio que tuvo en el derecho, uno de los pilares fundamentales. Además, las persecuciones conforman una situación en la cual también entre en juego el aspecto económico».
Como se sabe, los cristianos fueron perseguidos «legalmente» en virtud de la promulgación de edictos acusados de impiedad (ateos que no adoran los dioses romanos), canibalismo (se comían y bebían la sangre de Cristo), insubordinación (eran bandoleros, se decía que provocaban revueltas) y además por constituir una verdadera amenaza, gracias al número creciente de conversos. Antes de Constantino, por ejemplo, los cristianos estaban metidos en la estructura del Estado, algunos lograron atesorar dinero y en consecuencia pertenecían a la clase social influyente y los había incluso entre los miembros del poderoso ejército.
Pero si los cristianos tenían problemas desde el exterior, en lo interno las cosas tampoco eran halagí¼eñas. Los primeros siglos fue la época de las grandes herejías y las escisiones profundas (todavía padecidas de alguna manera en nuestros tiempos). Aquí las herejías aparecieron al por mayor: gnosticismo, apolinarismo, pelagianismo, adopcionismo, docetismo, marcionismo, maniqueísmo, montanismo y arrianismo, entre tantas otras. ¿Quién tenía la razón? Era un tiempo muy turbulento para saberlo.
El autor lo explica así: «Las herejías que afligieron a la Iglesia en los primeros siglos fueron causadas por el proceso de comprensión de la verdad revelada. La riqueza del misterio revelado hace que a veces sean resaltados con desorden algunos elementos, en detrimento de otros que también son importantes; tal es el caso del encratismo (…). Otras veces se quiere expresar con categorías mentales inadecuadas las realidades sobrenaturales; tal es el caso del gnosticismo. Las herejías dan a entender dos cosas: las exigencias cristianas y las tendencias culturales y espirituales de aquel entonces, situaciones propias de una época de angustia; además, ellas hicieron progresar el sensus communis Ecclesiae que tuvo en los concilios ecuménicos su confirmación».
Estudiar la historia de la Iglesia puede ser tan interesante y revelador como el descubrimiento de una fórmula científica. Y, si ésta nos emociona por lo que puede aportar a la humanidad, el provecho de la historia está ligado a nuestro no tan pequeño cosmos personal. Usted como lector lo puede experimentar. Si le interesa puede adquirir el libro en Librería Loyola.