La libertad de un país debe ser real y no sólo nominal. Si Guatemala se predica como una nación respetuosa de la libertad de expresión y, por supuesto, también de pensamiento, debe ser tolerante con las ideologías, aunque éstas sean de minorías y, por consiguiente, contrarias a las ideologías dominantes; para el caso que nos ocupa, las ideologías religiosas cristianas.
El cristianismo sólo es una más de las muchas religiones que existen en el mundo y por circunstancias históricas y políticas se ha convertido en la religión dominante en Guatemala, pero de esto no se desprende que tenga que reprimirse o coartar el libre ejercicio religioso que ciertas minorías tienen derecho a ejercer en virtud del derecho que les asiste.
Me parece una actitud hipócrita y típica de una institución como el Congreso de la República, en la que conviven los especimenes más controversiales que ha engendrado nuestra sociedad, que asumiendo una actitud de defensa puritana del orden público le niega la entrada al país a un personaje que, desde mi punto de vista, es patético, pero que tiene todo el derecho a ingresar a un país supuestamente «libre» y «tolerante».
Sólo en los países más pobres, fanáticos y violentos se toma tan en serio la difusión de ideas aparentemente irreverentes o peligrosas para la estabilidad del orden social, como en aquellos cuyos habitantes van a la guerra o se ven inclinados a actos terroristas por motivos tan baladíes como la caricaturización de sus dioses o ídolos religiosos. Las sociedades más avanzadas lo son, en buena medida, por el laicismo alcanzado en sus vidas y especialmente en sus instituciones políticas; además de su capacidad por reírse y blasfemar y poner en tela de crítica racional a sus divinidades y sus órdenes cósmicos. El fanatismo siempre ha conducido a guerras y a actitudes extremadamente violentas en todos los órdenes de la vida y del accionar político.
Por mi parte, que venga cuanto ser humano así lo desee, sea anticristo, pro cristo, neocristo, supracristo o ateo.
Sólo la ignorancia, la hipocresía, el oportunismo o la demagogia pueden conducir a estas actitudes ridículas.