La comunidad de Unión Victoria, Pochuta, Chimaltenango, con justo orgullo pregona por los medios tecnológicos mas avanzados -vía internet-, su hidroeléctrica comunitaria.
De igual forma la Comunidad Chelense, en Quiché, se afama como ejemplo de proyecto comunal para abastecer de energía a sus habitantes; en la misma línea están los proyectos Los íngeles en San Marcos, otro en Purulhá, uno más en Chisec, y cada vez son más las comunidades que se suman a esta lista progresista. O sea que ¡Sorpresa! ¡Las hidroeléctricas no son intrínsecamente malas! Todo lo contrario. No les podemos aplicar criterios puramente subjetivos: «si son de la comunidad son buenas»; pero «si son de inversionistas son malas». Claro, esas hidroeléctricas comunales por lo general son pequeñas y están a «filo de agua» o sea que prácticamente no se embalsa o almacena agua, aunque sí se provoca un desvío; en todo caso las premisas básicas son iguales: disponibilidad de agua, por ende protección de ese recurso (cuencas, bosques) y los resultados son exactamente los mismos: producir energía eléctrica por el paso del agua (corrientes que en última instancia se diluyen en los océanos). Los pobladores del interior le dan la bienvenida a esos proyectos -de hecho ellos las promueven-, están conscientes de que van a tener iluminación, refrigeradoras, molinos, maquinaria de trabajo, televisión, computadoras para la enseñanza de los niños, etc. y en todo caso esa energía no va a ser tan cara como sería comprarla en el sistema general -suponiendo fácil acceso a las líneas-. En todo caso se protege la naturaleza produciendo energía limpia, amigable con el ambiente. Cierto, en los proyectos mayores hay grandes embalses y se debe tomar y garantizar, en primer lugar, la seguridad; pero a todos interesa la seguridad, aunque sea por diferentes motivos: los promotores por cuidar su inversión; pero los residentes del área ven más el aspecto personal y directo: exigen la protección de sus vidas y acaso de sus únicos bienes, de aquí la necesaria y obligatoria consulta a estos últimos. Esa seguridad cobra más relieve en regiones vulnerables a las expresiones y furias de la naturaleza: lluvias, temblores, sequías, consistencia de suelos (construcción de túneles largos), etc. Luego viene el cuidado del medio ambiente que debe aplicarse con fundamentos científicos y criterios razonables; cada vez que cortamos un árbol para hacer leña estamos interactuando con el entorno. Es inevitable, la población crece y los nuevos habitantes tienen el mismo derecho a energía accesible y a buen precio. Se debe reducir el impacto con medidas de mitigación, aunque las represas de alguna forma refrescan y revitalizan regiones enteras (como en las secas llanuras castellanas); se convierten en oasis de frescura en medio de las yermas tierras. Seguidamente deben respetarse los derechos adquiridos, el primero de ellos el de la propiedad de los inmuebles y luego de las aguas (¿Ley de Aguas?) pues es inadmisible que se desvíen ríos, que obviamente tienen su curso natural trazado, para beneficiar determinados proyectos afectando a los cauces anteriores. En todo caso el enfoque se va adecuando a nuevos escenarios: en vez de oposición dar un impulso a la hidroeléctrica que van a construir -técnicamente fundamentada- en determinada región; por otro lado debe dejar un beneficio, o un mayor beneficio, a esa comunidad, que algo sustancial quede en beneficio del lugar que permite la producción de energía. Esta última pretensión tiene mucha lógica.