Hermandad Obrera Católica


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He contado que guardo muy bellos y emotivos recuerdos de mi niñez y juventud. Son sencillos como era entonces, la vida misma antigüeña.

MARIO GILBERTO GONZÁLEZ R.

Fui un niño y un  joven con muchas inquietudes que, a pesar de diversas limitaciones, no impidieron la realización de bellos sueños. Quizá, porque se cumplía en nosotros, el principio pedagógico de Masferrer, de que “el interés, es producto de una necesidad”.  Curioso hasta desvelar el secreto de la hechura de muchas cosas y otras que me regaló el ingenio. Desde pequeño tuve amistad con personas que sabían mucho y que me dieron impulsos sorprendentes. Séneca –por ejemplo–  me dijo: que hay que “admirar a quien lo intenta, aunque fracase.” Así tuve el coraje de  enfrentarme a los obstáculos,  no como impedimentos sino como retos y de esa manera  no le di cabida al desaliento ni  al no puedo, sino que me  arengué a mí  mismo, convencido  de “que nunca la noche es más oscura que cuando va a amanecer”.

Nuestra tenacidad fue tan fuerte que venció limitaciones, que eran tan potentes que intentaban impedir la realización de nobles objetivos. Sin embargo,  muchos deseos se realizaron con grandes satisfacciones.

Una mañana de domingo, en las afueras del mercado municipal, se presentó un ventrílocuo que no habíamos visto antes. Con mi amigo Guillermo Jiménez, observamos la coordinación del movimiento de la boca del muñeco con la voz del artista que lo hacía sin mover los labios. Con la mano derecha metida dentro del muñeco, le daba animación. Nos retiramos comentando la actuación   del muñeco que entablaba diálogo con las personas, casi en forma natural; la del artista que modulaba la voz, según lo que quería expresar, sin mover los labios y sobre todo, nos inquietó saber ¿Cómo estaba hecho el mecanismo interno del muñeco?  La inquietud por descubrirlo  nos quemaba la curiosidad. Almorzamos casi en taquigrafía y nos reunimos de nuevo para intentar descubrir el mecanismo del muñeco y la relación del ventrílocuo para que fuera casi real su  actuación.  

Después de  intercambiar ideas, al atardecer ya estaba hecho el muñeco. Mientras Mito hacía pruebas de ventriloquia, se le hizo el vestido. En la sala de su casa se hicieron las pruebas y maravilloso fue cuando  las dominó. Así se hizo ventrílocuo mi amigo Guillermo Jiménez y con éxito se presentó en varios actos públicos. ¡Fue maravilloso el logro –como otros tantos–  de dos jóvenes soñadores!

Especialmente mis padres, don Florencio Godoy –el sabio–; don Manuel Francisco Ruíz –pintor–   y don Rafael Tejeda Jacinto, el barbero de mi barrio, fueron unos guías excepcionales, que me impulsaron a realizar lo que, entonces,  parecía imposible. Mi padre me decía: “la cabeza no  se hizo  solo para los colochos”, para darme a entender que lo primero y principal  era pensar. Y la pléyade de profesores que construyeron mi edificio académico, usaron materiales de primera clase y amalgama de eficaz solidez.

Los obreros antigüeños, carecían de sitios para sanas distracciones. En noches de luna llena, los vecinos se reunían en el frente de sus casas, para compartir sucesos de antaño y de hogaño y –desde luego– el desliz de un chismecito que rondaba la tranquila vida antigüeña. Estaban  atentos a los juegos de sus hijos frente de ellos,  hasta las nueve de la noche. Los días domingo, los varones se reunían por las mañanas en las calles y callejones de tierra, barridos y regados, para jugar oruga y otros juegos con cincos o coyolas, otros a tomarse sus traguitos en cantinas donde servían apetitosas boquitas o donde Elías el Pato, amenizaba el momento con una marimba de acero o donde tenían confianza para que les fiaran. Por las tardes, era casi obligado, visitar al Señor Sepultado de San Felipe o a la Virgen de Dolores del Calvario y  disfrutar de su alameda y de las vendimias populares. Esa era toda la diversión el fin de semana.

Fue allá por el año 1936 cuando el sacerdote Juan Cecilio Cuellar, cura  de la Parroquia de San Sebastián con sede en la iglesia de la Merced,  mandó a reparar,  con la ayuda de varios vecinos obreros, un salón abandonado en el ala oriental de dicho convento. Lo destinó para fundar la Hermandad Obrera Católica y realizar actividades religiosas, culturales y sociales. El hecho de que tuvieran un sitio donde distraerse, tenía por finalidad rescatarlos de los vicios y de todo aquello que desvirtuara, su comportamiento personal y la buena relación familiar, laboral y social.  

 Los obreros respondieron de inmediato y ocuparon su tiempo en actividades sanas. Familias como los Pacheco, los Furlán, los Tejeda Jacinto,  los Gaytán, los González, los Pellecer y tantos más, son los grandes mantenedores de esta Hermandad.

 Junto con el sacerdote Cuellar, se tornaron alpinistas y vencieron cada año la ascensión al volcán de Agua y otros sitios de la geografía departamental. Realizaban al correr del año y en especial en octubre, con ocasión de su aniversario, actos llamados entonces: lírico-literarios, donde no podían faltar, la invocación divina, la oratoria, el canto, la declamación, el baile y el teatro.

En mi niñez, fui llamado por el gran caballero y bellísima persona, don Jorge González –padre de mi buen amigo, el sacerdote Gustavo González Villanueva–, para participar en la presentación de obras de teatro. Don Jorge llegaba al salón con un libro grueso y delicadamente cuidado. De Joaquín da Vicenta, interpretamos varias de sus obras. ¿Alguien recuerda? Pluma en el Viento. De Lope de Rueda sus comedias, farsas y entremeses y también de otros autores,  obras cortas pero jocosas.  Don Jorge se ocupaba de la dirección y de ser el apuntador el día de la presentación, oculto por una concha sobre el escenario, para soplar cuando el intérprete olvidada parte del parlamento. Sufría don Jorge,  cuando los nervios traicionaban al intérprete y no escuchaba al apuntador o sustituía un párrafo por otro que costaba encajar  con el siguiente.

Los nervios no son buenos amigos en el escenario. Un joven debía de entrar sigilosamente a una habitación. Expiar para comprobar que estaba solo y con recelo, levantar poco a poco la tapa de un viejo arcón. Sorprendido por el hallazgo, debía de exclamar: ¡Cáspita! ¡Un cadáver!. Luego hacer mutis.

El día del estreno, los nervios le jugaron una mala pasada. Entró apresuradamente a la habitación, de inmediato levantó la tapa del arcón y asustado por lo que vio, grito:¡”Mierda!  ¡un muerto! y se echó a correr.

En octubre del año de 1952, fui invitado de nuevo a participar en un aniversario más de sus labores. Muchas facetas de mi vida habían cambiado. Como todo un  “machiller” al decir de las patojas sencillas y con estudio de pisicología como lo expresaban las viejas Preceptoras de larga experiencia docente, mi participación fue diferente. Lo hice como mago. Después de observar a varios magos que visitaban  Antigua Guatemala, entre ellos, Nelson, me atreví a realizar varios actos que dejaron sorprendidos a los asistentes. Don Lencho Godoy me hizo la varita mágica y José Guillermo Jiménez García,  me prestó una calavera para impresionar.
El atrevimiento me llegó a formar mi grupo artístico integrado por las señoritas Hilda Marina González Mazariegos, Rosita Marroquín Sulecio, la niña Zoila Esperanza González Mazariegos y su hermanito Juan Manuel; los patojos de entonces, Jorge Rodríguez –alias chapata–, Guillermo Jiménez –chimenea- y Rodolfo González Mazariegos –Toto–. Cada viernes, de las ocho de la noche en adelante y después que el Lic. y poeta Flavio Atilano  González, dejaba revoloteando a las musas en la sala de Radio Monumental,  entrábamos nosotros para interpretar historias, cuentos y leyendas antigüeñas. Cristóbal Porras desde la mesa de controles y Adrián Rodríguez Mollinedo, locutor, lanzaban al espacio el aporte de nuestro grupo artístico.

En otra oportunidad, contaré mis logros y experiencias vividas en el teatro,  con actores jóvenes muy talentosos y que se lucieron interpretando a  personajes importantes.

De mi fase de mago, guardo esta estampa, que rememora una etapa feliz de mi vida y que al paso del tiempo, mantuve un entrañable afecto con quienes, esa memorable tarde de octubre del año 52, hicimos las delicias a los asistentes en uno de los actos de la Hermandad Obrera Católica.