Continuamos en nuestra columna de este viernes exponiendo el entorno histórico de Héctor Berlioz, ese compositor francés universal y excelso, y, como un homenaje a Casiopea dorada, la inextinguible y sideral amapolita de trigo en campos de luceros.
Hemos de pensar que Lessing, al proponer como modelo a los alemanes el teatro de Shakespeare, anuncia al músico de «Romeo y Julieta» y de «Beatriz y Benedicto», es decir, al francés Héctor Berlioz.
Herder, muerto como Klopstock en 1803, tiene el instinto de las primeras edades del mundo y actúa sobre la imaginación tal y como lo hará el compositor de Lelio o La vuelta a la vida. Pero ¿qué decir de la unión de Gí¶ethe y de Berlioz? El autor de Werther pertenece al Sturm und Drang Periode (Período del asalto y la irrupción) tanto como el Berlioz de 1830, y éste se identifica con el personaje «Fausto», cuyos sueños y dudas, dolores y desesperaciones, comparte.
El movimiento romántico pasa de Alemania a Inglaterra. Desde luego, sería inútil buscar una relación entre los más grandes novelistas ingleses del siglo XVIII y nuestro músico, quien, sin embargo, al morir su hijo hubiera podido recitarse muchos versos de Young, el autor de las Noches.
También la Elegía escrita en un cementerio campesino de Gray, le hubiera dictado una bella página sinfónica. Si Berlioz nada tiene de común con la escuela lakista, ni comparte en absoluto el entusiasmo de un Walter Scott por la Edad Media, es el músico de Haroldo en Italia, muy cercano a Byron y, como éste, inflamado y profundamente personal en su inspiración.
¡En cuanto al «dios» Shakespeare, el destino parece ponerle regularmente bajo los pasos de Berlioz, en las horas fatales, horas de las primeras pasiones, de los entusiasmos y de las luchas, de la soledad en fin, frente a la sepultura abierta de la poor Ophelia!
¿Estará tan próximo al romanticismo francés, al menos bajo el aspecto literario? No, si se considera a éste como una reacción contra la literatura nacional: Berlioz, en efecto, ignora todo de los «primitivos» musicales franceses. Por otra parte, ¿cómo podría conocerlos en su época? No ignora la existencia de Lully y de Rameau, pero no sabría reaccionar contra «lo que no ha sido». La mejor prueba la tenemos en la nomenclatura de los ejemplos con que ilustra su Tratado de orquestación: para él, los únicos «grandes maestros» son, además de Spontini, Weber y Mozart, Glí¼ck y Beethoven, a los que cita diecisiete veces en su obra. Ignora la «querella de los antiguos y los modernos», pues tendrá bastante que hacer al luchar contra los adversarios del presente; pero se unirá a la completa transformación de las maneras de pensar y de sentir, iniciada cuando daba sus primeros pasos por la vida. El campo de Asnií¨res o de Sceaux será su refugio, como Montmorency para Rousseau. «Ha sacudido y acuñado a la vez al mundo de tal modo, que parece haberle matado sin dejar de acariciarle»; este juicio del viejo Faguet sobre Rousseau podría aplicarse a Berlioz.
Tampoco le conviene menos la frase: «Ese sabio, que era un mago, era sobre todo un encantador».
Después de la Revolución y el Imperio, iba a levantarse un alba nueva, preparada, anunciada por Chateaubriand, que amó Berlioz, y por la señora de Staí«l, que pintó a Alemania tal y como la verá el músico. Esta alba nueva apareció en 1819, con la publicación de la obra de Chénier que abre el camino a la revelación de las Primeras meditaciones lamartinianas; resplandece en 1822 con las primeras obras de Hugo y de Vigny; es decir, a la hora en que, dejando su tierra natal, Berlioz llega a París.
La generación de nuestro músico, sensible, trémula, atormentada por el tedio, está dispuesta a romper abiertamente con las leyes sociales, como Berlioz con la «fauna musical»; está dispuesta a hacer de su «yo» atormentado y orgulloso la medida del universo, y del recuerdo su razón de vivir; y Berlioz, el enamorado de Estela, puede repetirse este canto lamartiniano: «Es a ti a quien oigo y a quien veo -en el desierto y en la nube…»
Y todavía más: Berlioz está presente, a la hora de la «batalla» de 1830, junto a Hugo, Vigny, Gautier, Dumas y Delacroix.