Al quedarse sin argumentos para proponer soluciones a la crisis, el senador John McCain no tuvo más remedio que hacer lo que siempre dijo que nunca haría, es decir, lanzarse a una campaña sucia, destructiva y denigrante para él mismo. Y, entre otras cosas dijo que Barack Obama está compitiendo para ser no el comandante en jefe, sino el redistribuidor en jefe, tratando de atacar la tendencia liberal del candidato demócrata.
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Pero la verdad es que la política del trickle down economics que desde tiempos de Reagan caracteriza la política económica de los republicanos, no es sino una distribución de la riqueza entre los más ricos, porque se trata de hacer más ricos a los ricos con el pretexto de que mientras más prósperos sean sus negocios mejor les irá a los pobres que trabajan para ellos o que aspiran a trabajar para ellos. En otras palabras, distribuyendo la riqueza entre los CEO´s de las empresas y los grandes socios de las corporaciones, la gente como McCain insiste en que ello terminará salpicando a los de más abajo.
Lo cierto es que de una u otra manera el instinto natural nos hace ver la necesidad de ayudar a los que menos tienen y mientras unos lo quieren hacer dejando caer migajas otros buscan mecanismos diferentes como una política de impuestos más justa y equitativa. Siempre estará en debate cuánto del beneficio que se distribuye entre los más ricos llega al final a los más pobres por la política del derrame que es la piedra angular de la tesis que propugna por reducir impuestos en los estratos más altos. Y estará en debate cuánto de lo que el Estado recauda en impuestos llega a la gente que más lo necesita, lo que al final de cuentas nos lleva a la cuestión de fondo: ¿Cuál es el mejor método para ayudar a los más pobres?
Porque las grandes cuestiones que ahora se tienen que discutir no son si el mercado subsistirá o no, sino cómo debe funcionar el mercado. Mientras existan mercancías habrá mercado y eso no lo puede alterar ninguna ideología ni idea económica porque es parte de la historia misma de la humanidad. Lo que se tiene que discutir es el papel del mercado como rector de la economía y si deben o no aplicarse controles y regulaciones para evitar abusos derivados de una prédica que considera que la simple aplicación de las leyes de oferta y demanda es suficiente para corregir excesos, para impedir abusos.
La política de los republicanos, y es la que ha funcionado en los últimos ocho años y que McCain quiere mantener en adelante, apunta a la eliminación de controles y suprimir toda regulación para facilitar las cosas al gran capital, es decir, para facilitar la redistribución de la riqueza entre los más ricos mediante facilidades extremas para que puedan seguir amasando fortunas que, dicen ellos, tarde o temprano generarán empleo y permitirán que los trabajadores cobren mejores sueldos. El problema es que en la práctica se demostró que esa amplia libertad de mercado sirvió para que la mano invisible se embolsara de manera fraudulenta miles de millones de dólares en perjuicio no sólo del consumidor, sino de los pobres socios de las empresas que pusieron su dinero en la bolsa pero que no tenían en realidad ni voz ni voto para decidir el curso de las corporaciones.
Los neoliberales de hoy, como los comunistas tras la caída del muro y de la Unión Soviética, buscan con una lámpara la respuesta al fracaso de su dogma.