Una cosa trae otra. Las alzas petroleras que baten récord histórico, originan esta crisis demoledora mundial. Motivo para pensar en la interrogante que sirve de título. Las mismas son recurrentes y groseras. Tanta es su repercusión que, entre los afectados en diversos confines del planeta, no conciben la idea hasta cuando finalicen.
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Miembros de la alianza escudada en la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) mantienen de rodillas a todo el mundo. El poder en sus manos permite accionar con planes maquiavélicos el tiempo que les venga en gana. Cortapisas ocultan protagonismo por el momento, capaces de cambio alguno en un «derrepentazo».
Mientras gozan de una vida rodeada de placeres que hacen permisible su caudal archimillonario, semejante al mitológico rey Midas. Queda de manifiesto la abismal diferencia, pues el resto es victima de la pobreza y extrema pobreza, donde se debaten día a día, en los umbrales de la desesperación ostensible.
Esa posición privilegiada de bonanza, engreimiento y deshumanización absoluta está en un auténtico apogeo, sin embargo, una cosa trae otra. Tras poseer cuantiosas sumas de dinero, cuando menos se imaginen dejarán sentir el instante que la decadencia cabalgue sobre sus espaldas, que los dejará a expensas de otros más fuertes.
Reitero, hasta dónde llegarán a título de verdugos esos magnates petroleros de pacotilla y sus derivados, con el diésel en punta, quién sabe. Dan pábulo a que el pensamiento vuele y aterrice en la pista vengativa. Al atar cabos de tal maraña se llega a la conclusión que los mismos toman revancha, ensañados y con deseos reprimidos, en contra de alguna potencia del orbe, concretamente EE.UU.
Pareciera que todos los damnificados de los brutales aumentos del oro negro a la cabeza, se encuentran en un misterioso impasse. Tocante a otros motivos que igual de dañinos han tomado determinadas medidas, inclusive de fuerza; empero, ahora ven la tormenta y se quedan con los brazos cruzados ¿Será estrategia? que lo averigí¼e Vargas.
Ni siquiera el caso fuera de serie impulsa a recurrir a organismos internacionales en contra de los petroleros sin corazón, tampoco del menor rasgo de humanidad. Talvez aquellos organismos están maniatados, o bien no pueden utilizar determinado mecanismo exprofeso que medie en el asunto.
El privilegio de contar con reservas de productos fósiles los ha endiosado, de consiguiente la certeza de ser intocables por el tiempo que les dé la real gana es su seguro. Si existiera remordimiento de su parte, comprenderían que amasar fortuna a costa de lágrimas, sudor, muerte, miseria y angustias al por mayor, quema como brasa ardiendo.
Guatemala como dependiente del oro negro pasa ratos muriendo a pausas. Es una verdadera agonía vivir pendientes de las alzas desaforadas día a día. Una cosa trae otra, puesto que los ingresos per cápita y de tristes impactos al presupuesto familiar, se convierten en una constante agonía, incapaz de satisfacer las necesidades.
Entre ellas de primer orden el acceso a la canasta básica, demasiado reducida ya, por causa de la inversión en combustibles. Aunque también las amas de casa se ven en aprietos para la adquisición del gas propano. Este, a semejanza de otros derivados del petróleo tienen pliegos tarifarios enormes de devaluados quetzales.
Volvemos al principio, referente a hasta dónde llegarán los precios imparables del mágico oro negro. Dichos potentados dan impresión que la paranoia los domina en cuerpo y alma. Dan motivos de sobra a un estallido mundial, equivalente a la tercera guerra de igual calificativo.