Juan B. Juárez
La indiferencia con la que en nuestro medio se ven las manifestaciones culturales le confiere a las profesiones artísticas una connotación heroica. La apatía que se esconde tras la admiración sin profundidad ni reconocimiento es el descomunal enemigo con el que el artista debe enfrentarse cotidianamente, renovando cada día con la plegaria de la disciplina su fe en el trabajo creativo. Si esto es cierto para la «agitada» vida cultural de la ciudad capital, en la provincia %u2014así sea Quetzaltenango%u2014 la enrarecida atmósfera resulta francamente asfixiante para el talento artístico. Sin embargo, hay artistas persistentes e invencibles que logran que su obra emerja a pesar de la adversidad del medio, y que finalmente llegan a ejercer una significativa representatividad con respecto a esa misma comunidad que los niega con tanta insistencia. Un resultado admirable de esa persistencia es la obra de Haroldo Coyoy (Quetzaltenango, 1962) que agrega nuevas facetas al inconfundible perfil de la pintura quetzalteca que se definió en las dos últimas décadas en figuras como Alfredo García, Rolando Aguilar, Rolando Sánchez y Carlo Marco Castillo, entre otros.



Claro está que la dimensión heroica que tiene la vocación de Haroldo Coyoy no debe pesar a la hora de valorar los méritos artísticos de su obra. ¿Pero cómo separarla de ese medio social %u2014la sociedad quetzalteca%u2014 que de todas maneras refleja y representa?
Sin ser sociólogo, puedo hacerme cargo de las características muy peculiares que adquiere en Quetzaltenango el conflicto étnico que desgarra a la sociedad y a la cultura guatemalteca en su conjunto. En la segunda ciudad de la República la población de origen maya conserva intacto su orgullo racial y cultural que, fundamentado por la relativa independencia económica, no cede a las pretensiones hegemonizantes del sector mestizo o ladino. Conflicto que separa y que se manifiesta no sólo en tradiciones y costumbres claramente diferenciadas sino en una pugna que no aflora en decidido antagonismo pero que determina actitudes de mutua desconfianza y reserva, de cerrazón, intransigencia y enconchamiento que no son abiertamente declaradas sino veladamente asumidas.
Con una psicología peculiar que se ha formado sobre esa conflictividad social y cultural, el arte de Quetzaltenango %u2014y dentro de él la pintura de Haroldo Coyoy%u2014 tiene ciertas características que definen un carácter colectivo. La atmósfera onírica en la que aparecen las imágenes de este artista tiene su explicación no sólo en el código poético de su lenguaje, sino también en aquella reserva a la hora de nombrar %u2014y ver%u2014 las cosas como son y que prefiere la alusión que sustituye la descripción realista con una imagen que la intensidad emotiva desfigura o, más bien, transfigura.
Con ese contexto social, cultural y psicológico como fondo insoslayable de su expresión, el carácter imaginativo y simbólico de la pintura de Haroldo Coyoy no es gratuito sino que obedece a razones profundas y legítimas. Lo mismo puede decirse de su preocupación por el «buen oficio» que si bien legitimiza la pretensión artística de su trabajo, lo ata, al mismo tiempo, a una tradición conservadoramente asumida. Los ritmos sinuosos que aligeran la rotundidad de sus personajes femeninos cuyos cuerpos voluminosos y hospitalarios acogen las suaves pendientes de un paisaje acogedor de connotaciones maternales; los trajes y sombreros extravagantes que enfatizan un carácter que oscila entre lo celebratorio y lo festivo y singularizan el escenario de una ocasión significativa; las texturas porosas, como de piedra pómez delicadamente modeladas, que aparentemente absorben los fulgores cromáticos de una luz cegadora que resplandece atrás, siempre atrás; y los colores vivos, directos, en contrastes violentos o en armonías sugerentes, definen, en efecto, una visión entre mística, festiva y alucinada.
La representatividad de la pintura actual de Haroldo Coyoy no se limita, por supuesto, a la cultura local y a las constricciones que le impone como artista, sino que se extiende a la sociedad y a la cultura guatemalteca que, en su conjunto, constituye el fundamento, el alcance y las limitaciones de su expresión artística.