Hans-Georg Gadamer: La educación es educarse


Hay escritores, filósofos e intelectuales en general que al final de sus dí­as publican libros «sui generis», obras que sorprenden porque no van acorde con la temática abordada en el transcurso de sus vidas. Ahora mismo me recuerdo, por ejemplo, de Ernesto Sábato, que con su libro «Antes del fin» no dejó de causar admiración de parte de sus viejos lectores. El libro es melifluo, romántico y nostálgico. El anciano se convierte en una especie de sabio o sacerdote que se dedica a aconsejar a las nuevas generaciones, a recomendarles que se porten bien y a que gasten su vida con prudencia. Todo un documento en donde el autor se muestra como un abuelo buena gente.

Eduardo Blandón

El presente libro de Gadamer tiene semejanza al de Sábato. En primer lugar porque aborda un temática extraña para él. Es decir, que yo sepa, el sabio filósofo nunca dedicó en sus años juveniles una sola lí­nea para reflexionar sobre temas educativos. í‰l fue uno de los grandes en materia hermenéutica y filosófica en general, pero nunca se preocupó por temas de carácter pedagógico o educativo. No es que eso lo desautorice a hacerlo o que no tenga las calidades para el ejercicio, sólo digo que resulta extraño encontrar en una librerí­a un libro de Gadamer sobre educación.

En segundo lugar, igual que al escritor argentino, el libro tiene un sabor soso, superficial, fácil y hasta achacoso. Se trata de un texto con sabor a ancianidad, desordenado y poco provechoso para quien necesite ahondar en un tema que ha interesado y sigue interesando a muchos. Uno esperarí­a una meditación a la altura del Gadamer que muchos conocen, pero el libro se queda corto. Quizá se deba, tratando de disculparlo, a que la publicación es extraí­da de una conferencia dada por el anciano en una universidad europea. Ya se sabe, una conferencia es una conferencia y quizá aquí­ uno se permita más descuidos que cuando se escribe.

De cualquier forma, él no tiene í­nfulas desde la primera lí­nea. Acepta que él lo que quiere es compartir algunas ideas sobre el tema y que más que todo desea aprender de los jóvenes. «Soy un anciano», dice, por tanto no deben esperar demasiado de mí­.

«Señoras y señores, como ustedes ven, soy un anciano achacoso y no deben esperar de mí­ que esté a la altura de mi productividad o de mi sabidurí­a. Eso de estar a la altura de la propia sabidurí­a es, de todos modos, una pretensión algo dudosa. Con todo, siendo un hombre tan anciano, se puede decir con certeza que he reunido una gran experiencia. Pero la verdad es que mi actitud frente a ustedes es también una actitud bien curiosa. ¡Es tanto lo que quisiera aprender de ustedes!».

La conferencia, traducida ahora en libro, fue realizada el 19 de mayo de 1999 en el Dietrich-Bonhoeffer-Gymnasium de Eppelheim, entiendo que en Alemania, cuando el buen filósofo tení­a noventa y nueve años con tres meses. Se comprende, entonces, que es un libro como mí­nimo «especial», teniendo en cuenta la avanzada edad de su autor.

Pero, ¿sobre qué habla el libro? De varias cosas. En primer lugar, de la importancia de la familia en el desarrollo del niño. Gadamer considera fundamental la relación familiar, la presencia del padre y de la madre, en la evolución de la capacidad mental del púber. Capital importancia tendrá el aprendizaje del idioma, la lengua materna, porque es aquí­ donde el infante va a desarrollar la capacidad de comprensión del mundo y a interrelacionarse con éste.

«Vuelvo a hacer hincapié en la enorme importancia de la lengua materna. Realmente es algo que, como se ve, encierra fuerzas insuperables que no cabe subestimar. La lengua materna persistirá en el mundo venidero con absoluta seguridad».

Pero si la lengua materna es importante para ubicarse el mundo no lo es menos el aprendizaje de otros idiomas. El pensador considera valiosa dicha actividad siempre que se realice con métodos adecuados porque no sólo posibilita el entendimiento de otras culturas, sino porque desarrolla la mente. Un idioma de particular importancia lo constituye el estudio del latí­n.

«En el latí­n se puede finalmente llegar a entender la gramática (?). Es algo que está muy claro. Para el aprendizaje de las lenguas extranjeras se necesita la gramática latina, y todas las palabras que se emplean son aún palabras latinas y así­ seguirá siendo siempre. Quien todaví­a no sabe latí­n tendrá dificultades con la gramática».

¿Quién es el que educa? ¿A quién le corresponde ese honor? Aquí­ es donde insiste Gadamer que «educar es educar-se, formar-se». En el fondo se trata de la tarea de cada uno. Los demás son sólo apoyo, í­conos, paradigmas qué imitar, pero nada más. La educación es una tarea que exige un esfuerzo personal y es el producto de una tarea ingente y exigente.

«Así­, debemos partir quizá de estos inicios para no olvidar jamás que nos educamos a nosotros mismos, que uno se educa y que el llamado educador participa sólo, por ejemplo como maestro o como madre, con una modesta contribución».

Gadamer critica también el mucho espacio dado a la televisión en los hogares y pone en tela de juicio su provecho para los infantes. Para el filósofo, las horas invertidas por el niño frente a la pantalla impide el desarrollo del ser humano en general del niño.

«Se pueden ustedes imaginar los problemas que este padre llegará a tener si se han hecho más fáciles estos primeros años gracias a que los hijos han estado mirando en exceso la televisión. Naturalmente, ha cometido ahí­ un funesto error. Ninguna valoración del peligro que en un caso como éste representan los grandes medios de comunicación para el auténtico ser hombre puede ser suficientemente alta».

En cuanto al método de enseñar, el filósofo advierte a los educadores que deben procurar los más fáciles. No deben hacer de la educación un ejercicio arduo y dificultoso, sino más bien, por el contrario, agradable. Eso exige por parte de los profesores sensibilidad, tacto, competencia y deseos de hacer el bien a los pupilos.

«(?) lo decisivo es, sin embargo, que a la postre se dé al adolescente la capacidad de enmendar sus propias carencias de saber a través de su propia actividad. El educar-se debe consistir ante todo en potenciar sus fuerzas allí­ donde uno percibe sus puntos débiles y en no dejarlos en manos de la escuela o, menos aún, confiarlo a las calificaciones que constan en los certificados o que, acaso, los padres recompensan».

He aquí­ el libro en términos generales. Si le interesa puede comprarlo en la Librerí­a Loyola.