Eduardo Blandón
Hans Kí¼ng no necesita carta de presentación. Cualquier persona con mediana formación teológica o con algún conocimiento doctrinal de la Iglesia Católica, sabe ubicar perfectamente a este teólogo que desde hace mucho tiempo ha dado de qué hablar en el mundo eclesial. Es un autor imprescindible en la historia del pensamiento católico del pasado siglo XX.
Kí¼ng, que no es jesuita, pero sí estudió dentro de esas estructuras, es un teólogo que parece haber nacido bajo el signo de la rebeldía. De joven rechazó la formación sistemática en la Universidad Gregoriana porque le pareció demasiado rígida y memorística (poco creativa), recién ordenado sacerdote desarrolló un espíritu independiente respecto a la interpretación de los dogmas de la Iglesia y se convirtió en un asesor incómodo en el Concilio Vaticano II y como adulto, en nuestros días, sigue con el mismo espíritu juvenil orientando a la humanidad hacia una utopía que llama «ética mundial».
Con setenta y seis años, el teólogo nacido en Suiza, decidió hacer memoria de su vida contando prácticamente la mayor parte de sus dichas, pero sobre todo sus desventuras. Página a página en este libro, que no es sino la primera parte, según ha prometido, evoca su pasado con una memoria de elefante. Es una narración que retrata de manera casi perfecta no sólo su pasado, sino las circunstancias de una época que aunque es vecina a la nuestra resulta lejana y extraña.
Son seiscientas veinte tres páginas en la que el teólogo rebelde narra sus sueños y utopías, sus éxitos, pero también sus desacuerdos con una Iglesia que por momentos le parece meretriz y muy frecuentemente también santa e impoluta. Así, la obra se vuelve interesante en la medida que un hombre de Iglesia expone no sólo sus propios sentimientos, sino el desentrañamiento de una institución pecadora y virtuosa a la vez.
Por supuesto que Kí¼ng queda al desnudo en la narración y es casi imposible evitar juzgarlo. Sorprende, por ejemplo, cuando en ocasiones parece un hombre arrogante y pagado de sí cuando insiste en la felicidad que siente al ser aplaudido por un auditorio o recibido por algún gobernante de estatura mundial. En otras páginas da la impresión de sentirse depositario de la verdad y en otras no duda en criticar a funcionarios de la jerarquía eclesial.
Sin embargo, nada puede dejar más atónito como cuando insinúa que Juan Pablo I (el Patriarca de Venecia, Albino Luciani) fue envenenado por Cardenales reaccionarios de Roma. Es cierto que las teorías sobre la muerte del Pontífice han pululado desde el día mismo de su deceso, pero que un teólogo de la categoría de Kí¼ng lo insinúe me parece grave, atrevido o, en el mejor de los casos, valiente.
Por otro lado, el libro es rico en cuanto a la información que ofrece respecto al Concilio Vaticano II. En este apartado, Kí¼ng pone en evidencia las dificultades de aquellos años: la fuerte tendencia conservadora, los funcionarios serviles, acomodados y poco creativos, y el retrato de las personalidades importantes de esa época. Sobresalen por ejemplo los teólogos de punta de esos años: Rahner, Ratzinger, De Lubac y Congar, entre otros
De Juan Pablo II no tiene precisamente expresiones de cariño y afecto. Lo considera, como persona y a partir del primer encuentro que tuvo con él cuando era (Wojtyla) seminarista en Roma, muy limitado en cuanto a formación teológica y deja entrever que tenía un espíritu vengativo. Como Papa fue, según él, conservador de categoría suprema, pero también el perfecto «show man» eclesial.
«En el Angelicum se está preparando también en estos años para su doctorado en teología un tal KAROL WOJTILA. En la Gregoriana, que fue adonde primero se dirigió, había sido rechazado dada la insuficiencia de sus estudios en Polonia. Por eso tuvo que conformarse con la universidad de los dominicos en Roma (un refugio de teología tradicional, frente a la universidad de primera de los dominicos en Francia, Le Saulchoir). En la Gregoriana, se cuenta, asistió a hurtadillas a unas clases de espiritualidad, parece que a cargo del yugoslavo padre Truhlar, que a nosotros nos resultó más bien aburrido. El rechazo de la Gregoriana tuvo que ser un duro golpe para el ambicioso Wojtyla. El que más tarde, de papa, a diferencia de sus antecesores, se incline a favor del Opus Dei y no a favor de los jesuitas, se ha interpretado en Roma como una venganza tardía del estudiante Wojtyla. Verdad o no, es más importante hoy para la Iglesia el hecho de que este estudiante polaco sabe algo de filosofía pero dispone de una base teológica más bien escasa a todas luces, por no hablar de la moderna exégesis o la historia de la Iglesia y de los dogmas. ¿Le echó ya entonces el ojo, en la Gregoriana o en el Angélico, a un suizo del Germánico con sotana roja?».
Kí¼ng se muestra iconoclasta a lo largo del libro. Critica la infalibilidad papal, duda de los dogmas marianos (el de la asunción y la inmaculada, por ejemplo), no entiende la insistencia por el celibato y la prohibición del ordenamiento a las mujeres y critica a Papas: el silencio de Pío XII ante el holocausto y el lujo y las maneras refinadas que exige a sus seguidores; las falta de carácter de Juan XXIII y las politiquerías de Juan Pablo II. No queda santo con cabeza, pero muestra al mismo tiempo opciones por donde le parece a él que debe transitar la Iglesia.
«Entonces la postura de Pío XII, tan seguro como convencido de sí mismo, siguió inalterada. Es cosa ya sabida, naturalmente: ni la invasión italiana de Albania el viernes santo de 1939, ni el desencadenamiento de la segunda Guerra mundial por la invasión alemana de Polonia en septiembre de 1939 ni el Holocausto, del que el papa tuvo conocimiento ya en 1942, fueron ocasión para que el papa Pacelli, el «vicario, hiciera una condena pública. El «drama» de Hochhuth no aparecerá hasta 1963. La renuncia a cualquier protesta profética frente a los crímenes contra la humanidad cometidos por los gobernantes totalitarios y la autoritaria intervención del papa contra los renovadores en el seno de su propia teología y de su Iglesia tienen, en el fondo, la misma raíz: es la manifiesta afinidad entre la concepción autoritaria de la Iglesia por parte del papa (es decir, antiprotestante, antilibral, antisocialista y antimoderna) y una idea de Estado autoritaria, es decir fascista. Por eso, también, los concordatos de Pacelli con la Alemania de Hitler, el Portugal de Salazar y la España de Franco».
En fin, el libro de Kí¼ng es una ocasión excepcional para o continuar con el romance hacia la Iglesia, la «Mater et Magistra» o armarse de más arsenal para el odio visceral y extremo. Compre el libro, le va a gustar. Puede adquirirlo en Librería Loyola.