Eduardo Blandón
Para quienes están familiarizados con la bibliografía pedagógica, resulta casi ociosa la presentación de un intelectual de tan reconocida trayectoria como Hans Aebli. El intelectual suizo, cuya principal influencia de su pensamiento es Piaget, comparte en este libro no sólo ideas de los diferentes aspectos que involucra la educación, sino también, y esto es valioso, su experiencia personal.
El libro no es pequeño, tiene trescientas sesenta y cinco páginas, y a su contenido se le agregan cuadros sinópticos y esquemas que ayudan a sintetizar y a aprehender mejor los conceptos expuestos. Su aparato bibliográfico, aun cuando no es exhaustivo, es rico y suficiente para los espíritus exigentes. El valor del libro, a mi juicio, estriba en el contenido esencial desarrollado en cada uno de sus capítulos con el propósito de obtener el aprendizaje autónomo.
Los capítulos tratados son los siguientes: I. Enseñar: conducir del hacer al aprendizaje; II. Aprendizaje social: el trato con el otro, con el grupo y con las instituciones; III. Motivación para el aprendizaje y aprendizaje de motivos; IV. Aprender a aprender; V. Entendimiento mutuo; VI. Planes de enseñanza, objetivos de aprendizaje y preparación de clases y, VII. Exámenes y calificaciones. Puedo asegurar que quien lee este libro termina edificado y con una idea general de lo que significa educar para la autonomía. Examinemos algunas de sus ideas.
Uno de los temas que desarrolla el pedagogo corresponde a la importancia del profesor en la educación. El educador debe ser activo y estimulante, seductor, capaz de inducir a los alumnos no sólo en el aprendizaje de abstracciones o conceptos, sino al desarrollo de habilidades vitales, útiles en el quehacer diario. Para esto, la enseñanza tiene que calar en la piel de los jóvenes y desarrollar estrategias pedagógicas incidentes.
De nada sirve, con todo, un buen educador, transmisor de ideas, si no cultiva en los jóvenes el amor al saber. Esto es fundamental, insiste, porque en el futuro no tendrán permanentemente el apoyo del maestro oportuno que le susurre al oído lo que tiene que hacer. El estudiante mismo debe aprender a aprender a efecto de poder actualizar los conocimientos. Y esto no es fácil, manifiesta con honestidad.
Educar para aprender a aprender, dada su complejidad, es responsabilidad de padres y maestros. Los dos deben trabajar con un solo corazón y sin contradicciones para alcanzar la meta del desarrollo individual. Por tanto, la comunicación entre ambos debe ser fluida y las estrategias compartidas. Se necesita para este tipo de desafíos mucha madurez, compromiso y, sobre todo, tacto y conocimiento psicológico.
«Con ello reconocemos una de las características más importantes del maestro: debe ser un experto en el campo de los procesos de aprendizaje; debe haber educado y desarrollado, a partir de la observación inmediata, la capacidad de juzgar en qué momento del proceso de aprendizaje se encuentra el alumno, y cuál es el paso siguiente que puede y debe ser dado en él».
Aebli dedica un capítulo entero a la motivación. Reconoce que a los estudiantes se les debe enseñar a estar siempre activos y deseosos por aprender cosas nuevas. Sin esta estrategia pedagógica, aparentemente fácil y quizá irrelevante, desaparece todo esfuerzo en el alcance de las metas. Sólo los estudiantes motivados pueden dar mucho de sí mismos y trabajar sin fatiga por las auto recompensas.
Pero no sólo hay que educar para que los estudiantes no usen muletas, sino también en el reconocimiento de valores. Para esto, afirma, nada mejor que el testimonio de los mismos maestros. Los profesores, explica, tienen necesidad de expresar su propia visión de vida y los valores que profesan. Su ejemplo es vital sobre todo para los niños que tienden a imitar a los preceptores y, también, a los propios padres.
La tarea del educador no solo se dirige a la mente sino al temperamento y el carácter. En consecuencia, indica, es importante que los maestros insistan en la formación de un espíritu fuerte frente a las adversidades. Aquí hay que insistir, agrega Aebli, en la educación al autocontrol (reflexividad) y firmeza (aseritividad). Los jóvenes deben estar preparados intelectual y vitalmente para los desafíos de la vida.
«No se trata simplemente de que en la escuela aconsejemos a los alumnos ser firmes y colocarse al lado de lo justo. Debemos reflexionar con ellos sobre qué es justo, y transmitirles conceptos claros. No es sólo cuestión de hablar; en la medida en que el alumno se incorpora a una comunidad, procede en ella correctamente (con justicia) y se respeta la dignidad de la persona, y él mismo respeta los derechos de sus condiscípulos, desarrollará un concepto de lo correcto que hay que defender y encontrará para ello la fuerza necesaria en los momentos decisivos. Tener claridad sobre ello y saber algo de su trasfondo filosófico puede aportar algo».
Educar, por lo que se ha dicho hasta aquí, significa también mostrarles a los estudiantes metas cuya realización vale la pena. Hay que retar constantemente a los jóvenes y enseñarles a superar los obstáculos. Porque, como dice el autor, la educación no es algo inútil, debe servir para la vida. Para decirlo con Aebli, enseñar y educar significa también en otras palabras aprendizajes de motivos, formación de interés y de valores.
Para tener éxito en la empresa educativa es necesario darle confianza al estudiante, nunca frustrarlo, castigarlo, ni hacerle pesada la actividad. Hay que animarlo, ofrecer pequeñas recompensas y alabar los éxitos para que pueda sentirse interiormente capaz de resolver los problemas. Con esto se apela también a la paciencia y a la asistencia constante. El educador debe ser un excelente acompañador de la tarea educativa.
«Para que el maestro y la maestra puedan cumplir con su papel de apoyo, necesitan una serie de características en su personalidad. El primer grupo concierne a las aptitudes. Entre ellas hay que nombrar la inteligencia, la energía y la flexibilidad. En segundo término, se necesitan determinadas actitudes. Hemos hablado de la voluntad de ayuda, del querer y poder establecer una relación personal. En tercer lugar, es menester que el maestro y la maestra se conozcan a sí mismos y sus propias reacciones y que intenten estimar qué efecto producen éstas en el alumno».
Hasta ahora he desarrollado diversos conceptos que el autor aborda en el libro. El propósito es ofrecerle una aproximación de los contenidos y seducirlo a la lectura. Si se anima puede comprarlo en Librería Loyola.
Título: «Factores de la enseñanza que favorecen el aprendizaje autónomo»
Edición: quinta
Editorial: Narcea
Año: 1991
Páginas : 365
ISBN 8427709382