Hambre y sed de justicia


Cada dos o tres años, los medios guatemaltecos nos presentan noticias que provocan ropas desgarradas por parte de la clase polí­tica y alta sociedad. Y es que, de vez en cuando, se recuerda que en nuestro paí­s hay hambre, mucha más de la que podrí­amos imaginar con las tripas.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

La desnutrición crónica no surge de la noche a la mañana, por lo que si nos asombramos de la hambruna que recientemente se «alertó» en los medios de comunicación, es porque vivimos dándole la espalda a nuestra realidad.

Las condiciones de sobrevivencia en el interior del paí­s han estado casi siempre en el lí­mite. El guatemalteco que vive por debajo de la lí­nea de pobreza, no anda preocupado por la secretividad en las comisiones de postulación, o haciendo conjeturas sobre quién mató a Rodrigo Rosenberg. El guatemalteco pobre y extremadamente pobre, vive preocupado en el dí­a a dí­a, en qué comerá hoy.

Por ello, el consumismo salvaje -el pseudocapitalismo que más bien es el avorazamiento empresarial- ha empujado a más de la mitad de la población a la miseria, a conformarse con alimentarse con lo mí­nimo. Sin embargo, vivir con lo mí­nimo es vivir al lí­mite, esperando sólo la gota que rebalse el vaso; una sequí­a, un terremoto o una tormenta tropical, desnuda nuestra paupérrima situación.

Pero esto no se trata de gobiernos temporales, que hoy son y mañana se queman en el fuego, sino más bien de un sistema económico injusto, que ha durado décadas, quizá siglos, y que está constituido para formar cuasi esclavos del mercado laboral, que los obliga a vender su fuerza de trabajo a un salario mí­nimo, que ni siquiera alcanza para una canasta básica vital.

Y mientras nos quita el tiempo cuestiones como si Eduardo Arévalo Lacs debe estar en prisión o en el hospital, o si el padre Orantes debe o no salir antes de tiempo de prisión, la justicia verdadera -no el Estado entrampado con leyes en el que vivimos- nunca ha llegado. Si nuestra sociedad fuera justa, no habrí­a hambruna y las clí­nicas de reducción de peso no tendrí­an razón de existir en nuestro territorio.

Esta sequí­a, esta hambruna, sólo son consecuencias del pseudocapitalismo salvaje, de un Estado depredador que sólo ansí­a extraer los metales de las minas, sin importar si las regalí­as quedan en la comunidad; un pseudocapitalismo que pretende desviar rí­os para los sembradí­os de palma africana, sin importar que provoquen la desertificación de las aún tierras comunales parceladas.

Muy en el fondo, sabemos que la pobreza alimentaria es sólo la más triste consecuencia de la mala distribución de tierras, en un paí­s en donde la agricultura aún sigue siendo la principal actividad que genera los alimentos en la mayorí­a de casas del paí­s. En el interior, sobre todo fuera de los principales cí­rculos urbanos, el guatemalteco promedio no está pendiente de que el tipo de cambio haya aumentado significativamente… ¿para qué? Si todaví­a se vive en un sistema de trueque, en donde se come o se intercambia lo que se cosecha.

Nuestro sistema es injusto, y esta hambruna sufrida principalmente en el corredor seco de oriente, no es más que el espejo más esperpentizado de lo que realmente somos. Y más que hambre de alimentos, en realidad hay mucha hambre y sed de justicia. Sólo quisiera recordar que las grandes hambrunas siempre han precedido a las grandes revoluciones, como en Francia o en Rusia. (http://diarioparanoico.blogspot.com)