Hambre en Guatemala y necesidad mundial de biodiesel


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En las pequeñas tortillerías de Guatemala, la gente se queja incesantemente sobre el alto costo del maíz. Hace unos tres o cuatro años daban ocho tortillas por un quetzal; pero ahora solo dan cuatro. Los huevos han triplicado su costo, porque dicen que alimentan los pollos con concentrado. Mientras en las áreas rurales, por la subsistencia, los campesinos luchan por encontrar un poco de tierra para sembrar sus milpas y no la encuentran.

Roberto Arias


En una mañana reciente, José Antonio Alvarado estaba cosechando su maizal en la estrecha medianía de la carretera, mientras los camiones zumbaban en ambos lados. “Sembramos aquí porque no hay otra tierra y debo alimentar a mi familia”, dijo el Sr. Alvarado, señalando a sus hijos Alejandro y José, quienes tienen 4 y 6 años de edad, pero parecen más pequeños, una señal de desnutrición crónica.

Leyes recientes en Estados Unidos y Europa demandan el aumento del uso del biodiesel en sus vehículos, lo cual ha repercutido en el efecto de lanzamiento de esas necesidades, como dicen algunos economistas, hacia tierras de vocación para cosechar alimentos para humanos, pero  ahora es más rentable ordeñarlas produciendo combustibles vehiculares.

En un mundo globalizado, la expansión de la industria de biocombustibles ha contribuido a elevar los costos de los alimentos y disminución de tierras de agricultura para alimentos, en países pobres de Asia, África y Latinoamérica, porque las materias primas para los países industrializados las compran en donde es más barato. 

En ningún país, quizás, la presión del biodiesel es más obvia que en Guatemala, la cual “está siendo golpeada desde los dos lados del Atlántico” en sus campos y en sus mercados, dijo Timothy Wise, experto en desarrollo de la universidad de Tufts, quien estudia el problema globalmente con “Actionaid”, un grupo con base en Washington cuyo principio se enfoca en la pobreza.

–La Universidad Tufts es una de las principales universidades privadas de investigación de EE. UU.; se encuentra en Medford / Somerville, cerca de Boston, Massachusetts, y es conocida por su internacionalismo y programas de estudios en el extranjero–.

Con su dieta basada en maíz y su proximidad a los EE. UU., Centroamérica ha sido vulnerable a las contracorrientes económicas relativas a las políticas del maíz en los Estados Unidos. Ahora que los EE. UU. utilizan el 40% de sus cosechas para hacer biodiesel, no causa sorpresa que los precios se hayan duplicado en Guatemala, país que importa casi la mitad del maíz que utiliza.

La exuberante tierra guatemalteca en manos de un puñado de familias, ha probado ser ideal para producir materias primas para fabricar biodiesel. Suchitepéquez, una enorme región productora de maíz aún hace cinco años, está ahora alfombrada con caña de azúcar y palma africana. El campo que el Sr. Alvarado rentaba para sembrar maíz ahora produce caña de azúcar para una compañía que exporta bioetanol a Europa. Por eso tiene que sembrar su milpa en la medianía de la carretera. Ya no tiene donde sembrar su base de vida y sostener a su familia.

El panorama guatemalteco se ve obscuro; llegó el momento en que la tierra, en lugar de producir alimento para su población, produce insumos para las necesidades de países industrializados que viven en la opulencia a costillas del hambre de los pueblos más pobres del mundo.

A Otto Pérez, presidente de un pueblo hambriento, le premian como el “Líder del año” por las “contribuciones políticas y económicas” al país. El premio vino de la revista “Latin trade group”, que traducido es “Grupo de comercio –o intercambio– latino” y “Bravo Business Awards”, es decir “Premios de negocios Bravo”. El premio viene de grupos, seguramente con fuertes intereses depredatorios en Guatemala.

Este artículo fue escrito con algunos elementos traducidos, personalmente, del artículo de Elizabeth Rosenthal del New York Times.