Inopinadamente se ha roto la tregua declarada hace varios meses por el gobierno de Hamas y el de Israel.
Es, más o menos, una difidación la que se ha producido entre ambas partes, pero provocada en la mala hora del mundo por dicho régimen gubernamental de los terroristas de Hamas, de donde se dispararon decenas de misiles contra el territorio fronterizo israelí.
Comprensiblemente y con plena justificación, el Ejército de Israel tuvo que dar respuesta a tono con las circunstancias; se supone que en forma disuasiva, «negreando» un poco el cielo palestino con numerosos aviones que ametrallaron y descargaron bombas en los reductos de los agresivos grupos patrioteros de Hamas.
Alrededor de 300 líderes y activistas rasos de dicha organización caracterizada por sus acciones de terror contra Israel y sus aliados perdieron la vida, aunque también es de lamentar que hayan muerto algunos civiles. En las guerras nunca faltan los deplorables saldos de víctimas inocentes.
Ahora los venáticos «hamasistas» (o «hamasientos») están lanzando a todos los vientos la amenaza de suicidas a lo iraquí, indiscriminadamente, contra los israelíes.
Desde los tiempos bíblicos, los árabes, en su mayoría, son enemigos jurados del Estado de Israel, fundado por la Organización de las Naciones Unidas a mediados del siglo pasado.
En ningún momento, los países árabes, excepción hecha de algunos ellos, han querido reconocer al Estado hebreo. Antes bien, han pretendido destruirlo con las armas de que han dispuesto y siguen disponiendo. Los ayudan ciertos países que no se diferencian de los que tratan de resolver los problemas a sangre y fuego.
¡Bestias a lo ruso o a lo nazi de los aciagos y oscuros días de los nazis y del sanguinario dictador Stalin!
Bíblicamente está dicho que el pueblo de Israel es el elegido de Dios, Creador de todo lo que existe en el Universo. Por lo tanto, Israel es invencible. A estas alturas del tercer milenio está preparado para defenderse de sus fanatizados enemigos a ultranza, a quienes demostró con creces su poderío, incluso hasta hacerlos huir despavoridamente, descalzos, en las ardientes arenas del Sinaí.
En la llamada «Guerra de los seis días» los derrotó en un dos por tres. Quebró su columna vertebral con sus bombarderos, con sus tanques, con todas las armas de su heroico ejército, ¡muy disciplinado, muy valiente y muy patriota!
Lo que desde los últimos días del 2008 está ocurriendo entre los terroristas de Hamas y los soldados israelíes puede, en un infortunado momento, degenerar en indeseables hostilidades que pueden principiar limitadamente, pero quién sabe cómo será el comportamiento de la situación más tarde. ¡A lo mejor nadie quedaría rumiando ni las cenizas!…
Por lo regular, los encontronazos chisporroteantes y estruendosos terminan extendiéndose y complicándolo todo en lo regional y, lo que es peor aun, mundialmente. Así comenzaron la Primera y la Segunda guerras que arrastraron a las grandes y pequeñas naciones con saldos sangrientos, macabros, de incontables millones de militares de todos los rangos, además de civiles, entre hombres, mujeres y niños inocentes, brutalmente masacrados.
De lo que sí podemos estar seguros respecto del rusiente caso de referencia, es que la sociedad civilizada que está diseminada en toda la redondez de la Tierra está con el pequeño gigante del Medio Oriente (léase Israel) y, asimismo, esa sociedad, que es la mayoritaria, condena al régimen violento, a todas sus embrutecidas huestes terroristas, por sus acciones de barbarie, de lesa humanidad.
Es más, puede decirse que los agresivos del funesto orden de cosas establecido por Hamas, jamás podrá vencer al admirable Estado de Israel hasta tirarlo al mar, como pretendieron los egipcios y otros árabes a los que les salió el tiro por la culata, en la «Guerra de los seis días».