HALLAZGOS DE RELATORES DE ONU


Yo creí­a que los servicios públicos de salud que suministra el Gobierno de Guatemala eran tan excelentes, que los enfermos recluidos en hospitales del Estado no querí­an curarse, para continuar con el disfrute de aquella excelencia. Y conjeturaba que quienes se curaban, se esforzaban por fingir una nueva enfermedad, ansiosos de prolongar en grado máximo aquel disfrute.

Luis Enrique Pérez

Creí­a también que aquellos mismos servicios públicos de salud se habí­an expandido hasta las más lejanas regiones rurales, en las cuales sus habitantes indí­genas disfrutaban de un maravilloso estado de salud. E imaginaba, en esas regiones, el espléndido desarrollo corporal de los niños, el impresionante vigor de los hombres, la enérgica actividad doméstica de las mujeres, y la centenaria longevidad de los abuelos. Creí­a finalmente que la mortalidad materno-infantil era, en aquellas lejanas regiones rurales, un fenómeno rarí­simo. Y suponí­a que, en esas mismas regiones, la muerte de un infante o de una madre durante el parto, era una escandalosa tragedia nacional, que reclamaba castigar urgentemente al Ministro de Salud Pública. Empero, el señor Anand Grover, relator de la Organización de Naciones Unidas sobre derecho a la salud, demostró que mis creencias eran falsas. Es el caso que, recientemente, el señor Grover visitó nuestro paí­s durante cinco dí­as; y descubrió que, en general, los servicios públicos de salud son un desastre; y que, en particular, en las regiones rurales, esos servicios son escasí­simos, y la mortalidad materno-infantil es espantosa. Es un hallazgo importantí­simo, que obliga a erigirle un grandioso monumento a su heroico autor, es decir, el señor Grover. Gracias al descubrimiento del señor Grover, ahora desisto de recluirme alguna vez en un hospital público, porque estarí­a más próximo a la muerte que a la vida. Y también ahora desisto de viajar alguna vez a una lejana región rural porque, en el caso de grave enfermedad, no encontrarí­a algún servicio público de salud que redujera el riesgo de morir. Quizá era imposible que algún guatemalteco consumara tan extraordinario descubrimiento, como si la providencia se hubiera obstinado en que fuera obra exclusiva del señor Grover. Y debo reconocer que el señor Grover es un investigador muy talentoso; y precisamente dotado de tan grande talento descubrió hechos de los cuales ningún guatemalteco tení­a la más mí­sera sospecha. Si el señor Grover hubiera estado cinco dí­as más en nuestro paí­s, quizás también hubiera descubierto que en él (es decir, en nuestro paí­s), hay volcanes, lagos y montañas. El señor Grover se mostró preocupadí­simo por el desastroso estado de los servicios públicos de salud. Deseo que esa preocupación no le haya provocado un colapso psí­quico, que le impida emplear otra vez su formidable talento investigativo para consumar nuevos descubrimientos sobre la salud y la vida, o la enfermedad y la muerte, de los guatemaltecos. Relatores anteriores ya me habí­an demostrado que yo tení­a falsas creencias sobre nuestro paí­s. Por ejemplo, creí­a que no habí­a impunidad, y que todos los autores de delitos eran capturados, acusados y condenados con angustiosa urgencia nacional. Empero, uno de aquellos relatores descubrió que en nuestro paí­s habí­a una descomunal impunidad. ¡Cuán terrible novedad! Estoy ya convencido de que nuestro paí­s necesita más relatores de la Organización de Naciones Unidas. Post scriptum. Urge un relator que descubra que en Guatemala hay pobres; pues aparentemente sólo hay ricos.