Haití­ aprenderá a vivir con los sismos


Haitianos participan en la demolición de un edificio que se derrumbó en Puerto Principe. Los supervivientes del terremoto de Haití­ se enfrenta hoy el aumento de la inseguridad, y a la titánica tarea de reconstruir edificios más sólidos para un futuro incierto.

AFP PHOTO / STAN HONDA» title=»Haitianos participan en la demolición de un edificio que se derrumbó en Puerto Principe. Los supervivientes del terremoto de Haití­ se enfrenta hoy el aumento de la inseguridad, y a la titánica tarea de reconstruir edificios más sólidos para un futuro incierto.

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<p>Haití­ tendrá que volver a aprender a vivir con el fantasma de los terremotos tras el sismo que devastó el corazón del paí­s, lo que significa una nueva manera de construir, explican los expertos.</p>
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«Han pasado entre seis y ocho generaciones sin la cultura sí­smica» necesaria, explicó a la AFP Hans Zennid, un ingeniero haitiano.

Los últimos terremotos de los que Haití­ guarda memoria escrita ocurrieron en 1742, 1772 y 1842, dice Zennid. Este último obligó a cambiar la localización de la capital, que pasó de Cap Haitien a Puerto Prí­ncipe.

El presidente, René Préval, ha confirmado que Puerto Prí­ncipe seguirá siendo la capital.

El Palacio presidencial, construido en los años 20, y la práctica totalidad de los ministerios en el centro de la ciudad se derrumbaron a causa del temblor del dí­a 12, de magnitud 7 en la escala Richter.

Zennid fue el responsable de infraestructura de un edificio de 11 plantas que destaca en Puerto Prí­ncipe porque sigue en pie.

«Desde el principio pensé en calcular el edificio para un Richter 6, porque la posibilidad de un Richter 7 como sucedió es algo que sucede cada 150 años», explica Zennid mientras revisa el edificio, propiedad de una compañí­a telefónica.

En la entrada cuelga un informe de un gabinete de análisis arquitectural estadounidense que asegura que solamente uno de los pilares sufrió daños mí­nimos, quizás para tranquilizar a los trabajadores que se afanan para volver a la normalidad.

Según el Servicio Geológico estadounidense, el terrible sismo que vivió Haití­ puede ser en realidad el despertar de un nuevo ciclo de temblores de mayor o menor intensidad, tras ese siglo y medio de tranquilidad que el paí­s vivio desde 1842.

Las caracterí­sticas de la falla «Enriquillo-Plantain Garden» en el subsuelo haitiano hacen que la energí­a se acumule durante largos periodos de tiempo, hasta que estalla y provoca ese periodo de renovada inestabilidad.

«Estamos instalados en un polvorí­n y frente a futuras amenazas sí­smicas hay que descentralizar y despoblar Puerto Prí­ncipe», explicó a la AFP un geólogo, Claude Prepetit.

Zennid dice que tuvo el instinto de aumentar el coeficiente de seguridad de su edificio tras ver la calidad del suelo.

«Cuando empezamos los cimientos (del edificio) y vi la naturaleza del suelo le añadí­ un 20% al coeficiente de seguridad, lo que nos permitió llegar a un Richter de 7,3», explica.

Eso representó un 15% más de hormigón y acero en los cimientos. Unos 150.000 dólares de sobrecosto.

«Al principio se molestaron, pero al final aceptaron el aumento», explica con una sonrisa.

Reconstruir el elegante Palacio presidencial haitiano en el mismo lugar es factible, e incluso con el mismo estilo, pero habrá que repensar totalmente la manera de hacer los cimientos, dice.

Y eso se aplica a la inmensa mayorí­a de casas en Puerto Prí­ncipe, incluidas las más lujosas, o a los hoteles, muchos de los cuales también se derrumbaron, explicó.

«Aquí­ no hay la noción de crédito inmobiliario», explica el arquitecto francés Christian Dutour, que ha llevado a cabo varios proyectos en el paí­s.

La inmensa mayorí­a de haitianos, incluso las clases más altas, ampliaban sus hogares por etapas, algo tí­pico de los paí­ses subdesarrollados.

Explicar esas necesidades de construcción a una población cuya inmensa mayorí­a vive por debajo del nivel de la pobreza no será nada fácil.

En las calles de Puerto Prí­ncipe, con su bullicio incesante y caótico, ya han empezado a aparecer los revendedores de varillas de metal, cortadas de los edificios en ruinas.

Veinte dólares el ramillete de metal retorcido, propone uno de ellos.