Mientras el Papa le pedía a la juventud que se comprometa, “que salga a la calle a armar lío” contra la misma Iglesia si no cumple con sus principios, la consigna en nuestro país es muy distinta porque el ejercicio nacional es hacernos los babosos de lo que pasa, evitar comprometernos y acomodarnos a un sistema cooptado por la corrupción que se traduce en impunidad que no sólo alienta el saqueo del país, sino también el crimen y la violencia que nos agobia.
ocmarroq@lahora.com.gt
Guatemala es un país en donde no existen controles para fiscalizar el gasto público y si es cierto aquello de que en el arca abierta hasta el justo peca, cuánto más los ladrones que se han enquistado en el control de la clase política para participar en el reparto del pastel armado de forma muy sofisticada por los grandes poderes ocultos que son los verdaderos conductores de la Nación.
Los tribunales de justicia absuelven a los pocos sindicados por la comisión de delitos argumentando que el Ministerio Público no aporta las pruebas necesarias y suficientes para emitir condenas. A su vez el Ministerio Público se lava las manos en el tema de la corrupción diciendo que la Contraloría de Cuentas no aporta los datos y pruebas suficientes para iniciar investigaciones sobre hechos ilícitos y la Contraloría ya sabemos que es la más inútil de todas las instituciones nacionales, lo cual no es casualidad sino producto de la suma de intereses muy variados. Nadie llega a Contralor General de Cuentas de la Nación si es sospechoso de ser honrado, diligente, comprometido y dispuesto a cumplir con el mandato constitucional; para llegar al puesto es preciso pactar con los poderes fácticos para asegurar que nunca habrá un aire con remolino capaz de ir más allá de perseguir a uno que otro alcalde para taparle el ojo al macho. ¡Dios guarde pensar en un director general, no digamos un gerente de alguna entidad estatal o un ministro!
Pero honestamente hablando, los que han diseñado y perfeccionado el sistema de corrupción que alcanza no sólo a los políticos sino también a los contratistas particulares que en toda obra o venta calculan la comisión que se tienen que repartir, la tienen fácil porque entre los chapines somos reacios a cualquier inclinación a armar lío. Es más fácil hacernos los babosos y entretener la nigua porque sabemos que, de todos modos, la alternativa es únicamente cambiar de actores porque el sistema se autoprotege y defiende.
Civilizada y cívicamente sabemos que no tenemos otro remedio que el de repudiar en las próximas elecciones, como lo hemos venido haciendo consistentemente desde 1985, a la camarilla que se dedicó en todo el período constitucional a robar. El repudio en el voto es el castigo supremo que le damos a los sinvergüenzas que, sabiendo lo que les espera, saben que disponen de cuatro años para armarse con lo que puedan y no desperdician ni un minuto, no digamos un día.
Los ciudadanos nos desquitamos así, mandándolos a su casa para que disfruten impunemente de la fortuna mal habida y nos preparamos para recibir a una nueva pandilla, una nueva mara que, invariablemente, llega a hacer lo mismo y, en todo caso, a mejorar y perfeccionar las técnicas del saqueo.
Hoy, viendo en lontananza nuestro futuro, podemos estar seguros de que tendremos más de lo mismo. Ninguna razón para suponer que habrá un cambio porque, para empezar, prevalece nuestra eterna vocación para hacernos perfectamente los babosos y dejar de asumir compromisos que puedan implicar el mínimo riesgo. Armar lío, aun en el sentido eminentemente pacífico que menciona el Papa Francisco, no es para nosotros.