Hacia dónde va la izquierda chapina (5)


Una doctrina, para merecer esa categorí­a, debe estar más allá del voluntarismo, o sea, del intento de querer cambiar el mundo a rajatabla, de lo contrario deviene en intolerancia o fanatismo sectario; algo que solo se puede evitar con cultura y disciplina escolásticas y con un comportamiento consecuente y maduro de sus miembros. Toda doctrina es consecuencia de la evaluación e interpretación de la evidencia disponible en un momento dado y en una circunstancia dada, por tanto, no es inflexible sino sujeta a ajustes a medida que surjan nuevas evidencias que la hacen madurar y evolucionar o, en su defecto, estancarse e involucionar, luego, no siendo aplicable al carbón, ha de armonizarse con la coyuntura histórica. Lejos de ser verdades inmutables y siendo como lo son una respuesta humana que busca la armoní­a dentro de la diversidad, las doctrinas cambian, así­ sea para evolucionar o para involucionar, pero la fuerza de gravedad de la omega aguardando en el horizonte humano nunca, porque la búsqueda de la libertad

Luis Zurita

de la igualdad y de la fraternidad no es una opción, sino un destino para todos y cada uno de los seres humanos. Claro, ese destino es un tómalo o déjalo, por lo que requiere de la decisión, de la voluntad y de la acción de la humanidad en su conjunto.

Conclusión: es imposible negociar exitosamente a menos que se establezcan los máximos y mí­nimos de la nueva sociedad, por lo menos concretizando que ninguna autoridad se ejerza sin democracia y ningún derecho esté exento de responsabilidad. Tanto las izquierdas como las derechas deben procurar, de cara al futuro, una actitud filosófica de hondo contenido moral y que obre en pro del cambio polí­tico, económico, social y cultural partiendo del cambio personal, procurando inspirar nuevas motivaciones y nuevas relaciones en todos los estamentos de la vida humana en sociedad; cicatrizando las heridas de la historia, sobre todo en los puntos de fricción entre culturas, etnias e ideologí­as, a fin de poner término al cí­rculo vicioso del revanchismo y de la violencia; reforzando moral y espiritualmente a la democracia y combatiendo los egoí­smos personales y colectivos; inspirando a cada uno, a nivel individual, familiar y de grupo, a descartar el afán de acusar y de condenar a los demás para asumir una conducta de amor y de responsabilidad; promoviendo el compromiso ético de los participantes en la vida económica y en la corrección de los desequilibrios sociológicos y ecológicos; restableciendo una auténtica vida comunitaria y combatiendo todos los tipos de discriminación; estableciendo redes de hombres y mujeres de diversas culturas y tradiciones espirituales y religiosas dispuestas a asumir en común el compromiso de cristalizar y de manifestar sus aspiraciones a la reconciliación, la justicia y la paz y, defendiendo activamente la autodeterminación de los pueblos y la convivencia pací­fica internacional, en el contexto de la igualdad jurí­dica de todos los Estados pero, sin perder de vista que el principio verdaderamente fundamental es la igualdad de todos los hombres y de todas las mujeres.

Racionalidad y moralidad, eso es lo que el pueblo demanda?