Una doctrina, para merecer esa categoría, debe estar más allá del voluntarismo, o sea, del intento de querer cambiar el mundo a rajatabla, de lo contrario deviene en intolerancia o fanatismo sectario; algo que solo se puede evitar con cultura y disciplina escolásticas y con un comportamiento consecuente y maduro de sus miembros. Toda doctrina es consecuencia de la evaluación e interpretación de la evidencia disponible en un momento dado y en una circunstancia dada, por tanto, no es inflexible sino sujeta a ajustes a medida que surjan nuevas evidencias que la hacen madurar y evolucionar o, en su defecto, estancarse e involucionar, luego, no siendo aplicable al carbón, ha de armonizarse con la coyuntura histórica. Lejos de ser verdades inmutables y siendo como lo son una respuesta humana que busca la armonía dentro de la diversidad, las doctrinas cambian, así sea para evolucionar o para involucionar, pero la fuerza de gravedad de la omega aguardando en el horizonte humano nunca, porque la búsqueda de la libertad
de la igualdad y de la fraternidad no es una opción, sino un destino para todos y cada uno de los seres humanos. Claro, ese destino es un tómalo o déjalo, por lo que requiere de la decisión, de la voluntad y de la acción de la humanidad en su conjunto.
Conclusión: es imposible negociar exitosamente a menos que se establezcan los máximos y mínimos de la nueva sociedad, por lo menos concretizando que ninguna autoridad se ejerza sin democracia y ningún derecho esté exento de responsabilidad. Tanto las izquierdas como las derechas deben procurar, de cara al futuro, una actitud filosófica de hondo contenido moral y que obre en pro del cambio político, económico, social y cultural partiendo del cambio personal, procurando inspirar nuevas motivaciones y nuevas relaciones en todos los estamentos de la vida humana en sociedad; cicatrizando las heridas de la historia, sobre todo en los puntos de fricción entre culturas, etnias e ideologías, a fin de poner término al círculo vicioso del revanchismo y de la violencia; reforzando moral y espiritualmente a la democracia y combatiendo los egoísmos personales y colectivos; inspirando a cada uno, a nivel individual, familiar y de grupo, a descartar el afán de acusar y de condenar a los demás para asumir una conducta de amor y de responsabilidad; promoviendo el compromiso ético de los participantes en la vida económica y en la corrección de los desequilibrios sociológicos y ecológicos; restableciendo una auténtica vida comunitaria y combatiendo todos los tipos de discriminación; estableciendo redes de hombres y mujeres de diversas culturas y tradiciones espirituales y religiosas dispuestas a asumir en común el compromiso de cristalizar y de manifestar sus aspiraciones a la reconciliación, la justicia y la paz y, defendiendo activamente la autodeterminación de los pueblos y la convivencia pacífica internacional, en el contexto de la igualdad jurídica de todos los Estados pero, sin perder de vista que el principio verdaderamente fundamental es la igualdad de todos los hombres y de todas las mujeres.
Racionalidad y moralidad, eso es lo que el pueblo demanda?