En el contexto de lo expuesto hasta ahora, urge abrir el diálogo honesto y sincero entre las izquierdas y las derechas, pues también del centro a la derecha hay tendencias. Insisto: a partir de la democracia política formal no hay otra alternativa en función de país. Ello, si es que ambos grupos desean fervientemente derrotar el subdesarrollo. Algo está claro: la razón de la fuerza está del lado de las derechas (pero a un costo pírrico deshumanizante); empero, la fuerza de la razón está del lado de las izquierdas (con la esperanza puesta en un mundo más humano). Es necesario realizar una intersección estratégica entre ambas posiciones en función de país, solo así se podrán definir los mínimos y máximos de la nueva sociedad.
En primer lugar hay que superar las enajenaciones de cada particularidad, habida cuenta que la moral del mercado es la ganancia (en función individual), en tanto que la moral del Estado es el bienestar (en función social). Sin embargo, a menos que cada particularidad supere la enajenación de su propia moralidad, el diálogo de sordos seguirá reinando en detrimento del bien común.
El desarrollo deviene, entonces, de la articulación estratégica de las élites. Por supuesto, cuando la resistencia al cambio hace imposible la coexistencia pacífica por la vía de la democracia política, los progresistas no descartan la conjunción estratégica de la crítica de las armas con las armas de la crítica, de lo cual abundan ejemplos por doquier, pues esta conjunción no es patrimonio de las izquierdas, verbigracia, como la toma de la Bastilla, abanderada por el liberalismo emergente en contra del monarquismo feudal francés; como la Guerra de Secesión ?de corte liberal?, abanderada por Abraham Lincoln en contra del esclavismo en los EEUU; como la revolución campesina ?de corte socialista? abanderada por Mao en contra del despotismo dinástico en China; como la heroica lucha del Congreso Nacional Africano liderada por Mandela en contra del apartheid en Sudáfrica, por solo mencionar cuatro ejemplos emblemáticos en sendos continentes… En tales ejemplos, solo así se pudo establecer una nueva hegemonía.
Lo lamentable, como parece ser una constante histórica, es que en cuanto aparece una doctrina poderosa como el liberalismo (cual etapa superior del feudalismo) o como el socialismo (cual etapa superior del liberalismo), inmediatamente saltan los intereses creados de quienes se sienten desestabilizados en sus privilegios o aparecen tendencias voluntaristas dentro de cada doctrina, luego escisiones y, por último, confrontaciones que terminan por desnaturalizar y debilitar el ideal originario, confirmándose por enésima vez que ¡cada cabeza es un mundo, aunque más parece ¡un lugar en donde reina el desorden! Pero, también se confirma lo que pocas veces se desea aceptar: ¡que no hay progreso sin consenso! Mas, consenso no implica dejar hacer, dejar pasar, sino equidad y justicia, o sea, de cada quien según su capacidad para servir al bien común; a cada quien según su necesidad verdadera para realizarse humanamente, aunque, ¿por qué no a cada quien según y conforme a su aporte a la sociedad?