Diálogo, como mecanismo efectivo hace falta para lograr el entendimiento. El espíritu del mismo escapa cada vez que se hacen intentos, en medio del enorme anarquismo e ingobernabilidad prevalecientes. Volanderos encuentros de partes en disputa son llevados a cabo a menudo; sin embargo, las pláticas, distantes de conversaciones reales, no asoman.
Por consiguiente, cualquier reunión en tal sentido, concluye ni más ni menos en un infructuoso diálogo de sordos. Hay empecinamiento rotundo, consistente en ni un paso atrás, cantaleta del sindicalismo aberrante. Nadie cede en lo más mínimo, ni un solo ápice, por no dar su brazo a torcer, tampoco enderezar el camino atinente a consensos.
Inclusive visualizado viene a ser el caso de asumir un diálogo silencioso, de naturaleza religiosa, a cargo de quien invoca una solución a problemas unilaterales en instantes aciagos, absorbentes de la tranquilidad individual. Tal situación de índole estrictamente personal, ocupa en la actualidad espacios coyunturales preponderantes a no dudar.
Suma importancia y trascendencia es el perfil del diálogo que trata a toda costa de la conciliación esperada con ansias febriles. Su rol calificado es de suma importancia -reitero- habida cuenta del enfrentamiento continuo en que se enfrascan por diversos motivos las partes en verdadero conflicto dañino. Si dicha intencionalidad existe, magnífico.
Para que sea denominado auténtico diálogo, deberá escuchar, también analizar y además interiorizar todas las propuestas; vale decir deberá ser la apertura capaz de arribar a fórmulas venturosas, reñidas con mayores distanciamientos, en la práctica, inútiles de un todo.
El día que sea hermosa realidad el resultado del diálogo mediante rostros placenteros, vendrá a inundar de comprensión generalizada el accionar venidero. ¿Seremos testigos del día feliz? ¿Depondremos en definitiva esa actitud de perros y gatos? ¿Cesarán los censurables procedimientos de “medidas de hecho? Consecuencias objetables, ya no más.
Formulamos votos para que en el país prevalezca el inicio de la cultura del diálogo, en vez de expresiones conductuales que nos retratan como carentes de civilización ante los ojos del mundo. Estamos desde hace rato en una posición desventajosa, en un fosa a punto de colapsar todos.
El diálogo genuino, real, sin bambalinas ni tramoyas, propicia en esencia el deseable espíritu de confraternidad, tan en la lejanía en forma dramática. Bienvenido recalcan con ansias marcadas los guatemaltecos de corazón, a la espera de ese punto de partida de una nueva era.