Arturo Arias
La práctica le indicó a Rubén Darío que las identidades nacionales tan sólo conducían a la invisibilidad cuando se provenía de la marginalidad de la marginalidad. Entonces, obsedido por el poder interpretativo en un sentido que hoy llamaríamos «transatlántico,» Darío decide reconstituirse tout court como el portavoz de la literatura del continente en España. Abandona sus raíces localistas y protege su endeblez emocional con la retórica del arte por el arte, aunque permaneció sujeto a las fracturas y desintegración de su propia negatividad, articulando su producción como formas de melancolía incapaces de resistir la sentimentalidad, empapadas de poder afectivo. Como dice Medina, «en Nicaragua y en el contexto centroamericano, la articulación de este proyecto artístico purista ha demostrado requerir una postura política ambigua» (134).
Aquí podríamos agregar que en el caso de Darío, ciertos supuestos sobre la estructura formal de su poesía son ellos mismos función de una coyuntura histórica particular. Cada vez más inseguro acerca de quién es y hacia dónde va, Darío proyecta ese sentido de fragmentación hacia su topografía marginal, introduciendo lo que Rama ha denominado un «isocronismo cultural,» o sea, la obsesión de integrarse a la trayectoria histórica de una modernidad anhelada pero aun desconocida en un registro simbólico que abarca y que rebasa lo literario. Lo anterior va a generar la paradoja del sujeto postcolonial capaz de revolucionar la vieja cultura de la metrópoli, ya que tuvo que absorberla primero como condición de ser pensado como sujeto para acceder al espacio intelectual. El mensaje que el sujeto postcolonial le devuelve a la metrópoli al retraducirles su propia cultura es entonces el de que ellos padecen de un borrón cultural, al haber perdido sus rasgos identitarios, aquellos que la postcolonialidad tienen mejor absorbidos que ellos mismos. Darío reconoce su fascinación por él mismo como la exotización de la otredad, del sujeto «proveniente de ultramar.» Sólo entonces puede convertirse en el ícono que desde hace casi 100 años, y aun hoy, es definido de esta manera:
Rubén Darío no sólo renovó la lengua castellana, sino que incorporó también la cultura española y americana al humanismo occidental. La fuerza de Darío en el mundo hispánico trasciende los términos en que estaba planteado el debate entre la visón europea de España y la visión española de Europa; entre un españolismo que pretende salvar a España incorporándola al destino de Europa y un hispanismo que trata de protegerla de la Europa liberal y democrática reviviendo una cristiandad medieval al estilo de las ideas del imperio ecuménico de Carlos V. (1)
En esta misma lógica, Jorge Eduardo Arellano nos recuerda que, recientemente, Pere Gimferrer llegó a relacionarlo con Dante o Shakespeare por su don a la vez de abarcamiento universal y de síntesis suprema -enciclopedia y microcosmos? que, en algún verso memorable, podrá cifrar todo lo visible e invisible. Como Shakespeare o Dante, Rubén Darío es muchos hombres, y muchos poetas comprimidos en la tersa y tensa unidad final del verso. (126) (2)
Las implicaciones no problematizadas, sin embargo, son las que referencian el hecho de que para poder realizar esta metamorfosis, Darío tuvo qué borrar su topografía centroamericana, hacerla invisible. Lo local es el sacrificio que posibilita su inserción cosmopolita. Los debates centroamericanistas como espacios culturalmente fluidos donde un vasto conjunto de mecanismos discursivos construyen y deconstruyen cuestiones representacionales que definen y redefinen las prioridades, identidades y proyectos culturales de un espacio particularmente configurado, desaparecen de su horizonte simbólico referencial que articulaba raíces identitarias, aun si estas fueran un espejismo que reflejara sólo deslices de significados.
Como resultado de lo anterior, en España pasa a ser leído como poeta «hispanoamericano» y no como autor centroamericano. Esta homogenización funde su identidad en un debate netamente español. Darío se transforma en un tropo para el debate de la generación del 98 acerca de la inserción de España en Europa, en oposición a la corriente aislacionista conservadora que prefiere la recuperación del feudalismo español y articula lo americano como escenario reificado. A Darío le interesa superar ambas posiciones. Para hacerlo tiene que autorrepresentarse como el portavoz de la modernidad cultural hispana. Renuncia a su centroamericanidad en aras de la auto-reificación como ícono hispanoamericano sin inserción o pertenencia local específica. Este doble guiño explica por qué el Modernismo aparece como una reacción antimoderna pero dentro de la modernidad. Pero también por qué la región de origen del poeta se convierte en el espectro de un accidente biográfico sin trascendencia. El provincianismo español le evoca a Darío el trauma del provincianismo centroamericano marginal, razón por la cual intenta consolidar una actitud que trascienda ambos por medio del «galicismo mental» previamente mencionado en el artículo del mes pasado. París, como espacio imaginario y horizonte de expectativas no es ni la provincia española ni la centroamericana, fusionadas ambas para él en la obsesiva invisibilidad marginal, en cuyo espacio biogeográfico no quiere reconocerse ni ser la metonímica disject? membra po?tae de una región histórica singular que representa un particular espacio cultural. Esto es por tanto la clave para abrazar su proyecto epistémico, configurado por el cosmopolitismo de la modernidad.
El suyo es un gesto típicamente postcolonial: fusionar lo cosmopolita con lo provinciano y lo marginal, sin reconocer que esto último conforma parte de su imaginario. Al invisibilizarlo él mismo, estos rasgos que se inician en las raíces de su tradición y que configuran su identidad subjetiva quedan invisibilizados en una residualidad abyecta. Incluso sus posteriores intervenciones políticas, tales como la «Oda a Roosevelt» (1905), aparecen desligadas de cualquier expresión localista. Es una denuncia «hemisférica.» De hecho, al conmemorarse recientemente el centenario de Cantos de vida y esperanza, la crítica Juana Martínez Gómez de la Universidad Complutense de Madrid afirma que el texto en cuestión está caracterizado «por la marcada españolidad de sus páginas» (11). Es ciertamente un texto estrechamente ligados a las afirmaciones de unión de España e Hispanoamérica. El momento transatlántico de Darío comienza en 1900, cuando afirma «Ha llegado el momento en que los vínculos morales se afiancen por otros más vitales y prácticos; y luego, en otro terreno, quizás no sería mala idea la de un pan-hispanoamericanismo por emergencias más que probables en el futuro,» en una crónica publicada en La Nación de Buenos Aires el 25 de abril de 1900. Agrega Martínez Gómez acerca de Cantos de vida y esperanza:
Fue, además, el primer poemario publicado por Rubén Darío en España en una época en la que todavía no se habían publicado, como sí ocurre ahora, muchos libros de autores hispanoamericanos y lo que dominaba en el ambiente literario español era el desconocimiento de la literatura escrita en el continente americano. El mismo Darío, durante su estancia española como corresponsal de La Nación de Buenos Aires entre 1898 y 1900, daba cuenta en sus artículos del «desconocimiento desastroso» entre intelectuales de aquí y de allá, a excepción, entre los españoles, de Juan Valera y Emilio Castelar.
De esta manera, podemos ver que la transatlanticidad y la colonialidad de Darío van de la mano. Es en esta lógica que Susana Zanetti analiza los dos nocturnos de Cantos de vida y esperanza para concluir que son
…como puntos de llegada de un itinerario, para intentar nuevos registros y modulaciones de su voz, vuelta ahora a… las circunstancias políticas a menudo amenazantes, que el Darío atlántico busca acallar repensando la pertenencia y la identidad cultural… (27)
Los trazos de su imaginario geopolítico aun son percibidos fantasmáticamente por Zanetti. Pero un crítico español como Jorge Rodríguez Padrón apenas ve en ellos «confrontación de dos tiempos diferentes… la poesía como tentativa del ser y del decir» (55) y la únicas notas comparativas en su lectura son con Sor Juana Inés de la Cruz, López Velarde, Lugones, Vallejo, Lezama Lima, Gorostiza y, especialmente, Borges. Ni por asomo aparece referencia alguna a la centroamericanidad. Sólo el temor de que se confunda revolución poética («ruego al lector: lee revolución aquí con su valor de movimiento de las órbitas estelares,» 63) con revolución política.
Parecería que la transatlanticidad apunta a la necesidad de borrar la marginalidad de la marginalidad de su horizonte conceptual como topos. En realidad, es el sentido de no-existencia, la deshumanización e inferiorización, las prácticas estructurales e institucionales de racialización y subalternización que siguen posicionando a los sujetos centroamericanos y a sus conocimientos, lógicas y sistemas de vida desde una mirada que favorece la perspectiva eurocéntrica, lo que los obliga a reconfigurar sus identidades como sujetos transatlánticos carentes de raíces locales. Por ello la colonialidad implica la voluntad de inscribirse dentro del patrón de poder eurocéntrico como sujeto apátrida. Es una matriz que se fundamenta en el uso y en la articulación entre sí del trabajo, conocimiento, autoridad y relaciones intersubjetivas a través del capitalismo como relación económica y social, y la idea de raza como patrón de dominación y subordinación; es decir la colonialidad del poder que explica Quijano. Por ello, la percepción española de Darío para los no profesionales de las letras suele ser la de un autor hispano accidentalmente nacido en un país poco recordable, pero que gracias a su residencia en París y en Buenos Aires, contribuyó a configurar la generación del 98.
NOTAS
(1) «Rubén Darío: renovador de la palabra y la cultura» por Alejandro Serrano Caldera, columna publicada en La Prensa de Nicaragua.
(2) «Darío y sus Cantos de vida y esperanza.» En esta página del artículo, Arellano cita la introducción en Rubén Darío: Poesía, Barcelona, Planeta, 1987, p. xxi.
Poesía
* Abrojos. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes, 1887.
* Rimas. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes, 1887.
* Azul…. Valparaíso: Imprenta Litografía Excelsior, 1888. Segunda edición, ampliada: Guatemala: Imprenta de La Unión, 1890. Tercera edición: Buenos Aires, 1905.
* Primeras notas, [Epístolas y poemas, 1885]. Managua: Tipografía Nacional, 1888.
* Prosas profanas y otros poemas. Buenos Aires, 1896. Segunda edición, ampliada: París, 1901.
* Cantos de vida y esperanza. Los cisnes y otros poemas. Madrid, Tipografía de Revistas de Archivos y Bibliotecas, 1905.
* Oda a Mitre. París: Imprimerie A. Eymeoud, 1906.
* El canto errante. Madrid, Tipografía de Archivos, 1907.
* Poema del otoño y otros poemas, Madrid: Biblioteca «Ateneo», 1910.
* Canto a la Argentina y otros poemas. Madrid, Imprenta Clásica Española, 1914.
* Lira póstuma. Madrid, 1919.
Prosa
* Los raros. Buenos Aires: Talleres de «La Vasconia», 1906. Segunda edición, aumentada: Madrid: Maucci, 1905.
* España contemporánea. París: Librería de la Vda. de Ch. Bouret, 1901.
* Peregrinaciones. París. Librería de la Vda. de Ch. Bouret, 1901.
* La caravana pasa. París: Hermanos Garnier, 1902.
* Tierras solares. Madrid: Tipografía de la Revista de Archivos, 1904.
* Opiniones. Madrid: Librería de Fernando Fe, 1906.
* El viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical. Madrid: Biblioteca «Ateneo», 1909.
* Letras (1911).
* Todo al vuelo. Madrid: Juan Pueyo, 1912.
* La vida de Rubén Darío escrita por él mismo. Barcelona: Maucci, 1913.
* La isla de oro (1915) (inconclusa).
* Historia de mis libros. Madrid, Librería de G. Pueyo, 1916.
* Prosa dispersa. Madrid, Mundo Latino, 1919.
Félix Rubén García Sarmiento, conocido como Rubén Darío (Metapa, hoy Ciudad Darío, Matagalpa, 18 de enero de 1867 – León, 6 de febrero de 1916), fue un poeta nicaragí¼ense, iniciador y máximo representante del Modernismo literario en lengua española. Es posiblemente el poeta que ha tenido una mayor y más duradera influencia en la poesía del siglo XX en el ámbito hispánico. Es llamado príncipe de las letras castellanas.