Hablando de verdaderos cambios


Oscar-Marroquin-2014

Recordando el cuartelazo del 23 de marzo que entregó el poder a Efraín Ríos Montt, algunos hablan de que ese día se inició la “transición a la democracia” en Guatemala pasando por alto no sólo el carácter dictatorial del régimen, sino también los resultados de la supuesta apertura política que se concretó, ya bajó el mando de Mejía Víctores, con la promulgación de la Constitución Política de la República en 1985.

Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt


Coincidió la fecha con la de la muerte de Adolfo Suárez, político español que promovió la verdadera transición a la democracia que hoy existe en España y que, saliendo de las fuerzas franquistas en las que había escalado posiciones hasta llegar a convertirse en Secretario General de “El Movimiento Nacional”, supo interpretar el momento histórico y asumir la responsabilidad de anteponer los intereses del país a los de sus compañeros de política, de los herederos del franquismo o de cualquier otro sector que hubiera querido sacar provecho del vacío de poder tras la muerte del tirano.
 
 Para Suárez pudo ser muy fácil acomodar el modelo a sus intereses y a los de sus amigos del franquismo y del Opus Dei. En cambio, en la Moncloa logró el pacto entre todas las fuerzas políticas, incluyendo al mismo partido Comunista de Santiago Carrillo que era como sinónimo del diablo para los monárquicos y conservadores españoles, en el que se ordenó el sistema político permitiendo una democracia constitucional que hasta el día de hoy ha sobrevivido no sólo a los Tejero y compañía, sino a la misma corrupción de los políticos mediante el simple procedimiento de enaltecer el imperio de la ley aplicada para todos los habitantes del Reino.
 
 Mientras en Guatemala la mal llamada transición implicó únicamente el relevo cupular, pasando de los gobiernos dirigidos por militares a los gobiernos dirigidos por civiles, pero dejando intacta la estructura misma del sistema y consolidando el modelo económico excluyente, sin romper con el secuestro que los poderes tradicionales han hecho del poder político; en España la integridad de Suárez permitió entablar un diálogo en el que se antepuso el interés de la democracia, el interés de la Nación por sobre las ambiciones personales. Y eso que se salía de un modelo absolutista en el que era imposible la disidencia ni pensar distinto a la línea impuesta por una tiranía prolongada que a sangre y fuego eliminó oposiciones y libertades. En esas condiciones hacía falta un extraordinario patriotismo para abrir los espacios, para promover el diálogo entre las distintas fuerzas no sólo políticas sino económicas, incluyendo a empresarios y sindicatos, para emprender una ruta sin retorno hacia la participación política plena y democrática.
 
 Nuestra transición a la democracia es una mala caricatura porque de las dictaduras militares al servicio de poderes fácticos se pasó a gobiernos dirigidos por políticos controlados, desde las mismas campañas políticas, por los mismos poderes ocultos que no sueltan la manija. Nunca tuvimos ni a un Suárez ni a un conjunto de partidos políticos que entendieran el desafío de construir un nuevo orden capaz de alentar el desarrollo. La España de hoy no es sólo políticamente más desarrollada que la de Franco, sino económicamente muy superior. Y si bien la figura del Rey jugó un papel importante, el de Adolfo Suárez supera con creces cualquier expectativa.